: En el mundo que nos rodea vemos el reino humano, en el que cada uno está
tratando de mantener su posición y depende de sus propias ideas, y de la afirmación de si
mismo para conservarla contra todos los que pretenden usurpársela. Cuando se le presenta
algo nuevo su actitud mental adopta generalmente, un tono de escepticismo. Teme el verse
decepcionado.
La actitud de un pequeño niño respecto a lo que ve u oye es exactamente lo contrario de la
posición de sus mayores. El pequeño niño no tiene el abrumador sentimiento de su
conocimiento superior, sino que es francamente ignorante y, por lo tanto, eminentemente
enseñable, y a este rasgo se refirió el Salvador en el pasaje citado.
Cuando entramos en la vida superior debemos primeramente olvidar todo lo que sabemos
en el mundo. Debemos empezar a considerar las cosas en una forma completamente
diferente, y cuando una enseñanza nueva se pone ante nosotros debemos esforzarnos en
recibirla, sin tener en cuenta los hechos ya observados. Esto es con objeto de que podamos
estar exentos de prejuicios y cohibiciones. Por supuesto, no hay que creer porque sí que lo
“negro es blanco”,
pero si alguien afirma seriamente que un objeto que anteriormente consideramos negro es
realmente blanco, nuestra mente debe ser lo suficientemente abierta como para evitar que
juzguemos de inmediato diciendo: ¡ Cómo! ¡Si yo sé que es negro! Debemos reexaminar el
objeto para ver si hay algún punto de vista desde el cual el objeto en cuestión que creíamos
negro pueda aparecer blanco. Únicamente cuando hayamos hecho un examen completo y
hayamos visto que el objeto es en realidad negro desde cualquier punto de vista que se le
considere, podemos quedarnos con nuestra primera opinión.
Nada hay tan notable en el niño como su flexibilísima actitud mental, lo que lo hace
eminentemente enseñable, y el discípulo que se esfuerza en vivir la vida superior debe
tratar siempre de mantener su mente en ese estado fluidico, porque tan pronto como
nuestras ideas se cristalizan y no se prestan a cambios, nuestro progreso cesa. Esa era la
gran verdad que
Cristo trató de presentar a sus oyentes cuando hizo la observación que ha motivado la
pregunta que nos ocupa.