EL AMOR DE LOS PADRES Y EL AMOR DE LOS
HIJOS
por Francisco-Manuel Nácher
Antes de comenzar nuestro descenso al Mundo Físico para una
nueva encarnación, si estamos relativamente evolucionados, si nuestro
Yo Superior está lo suficientemente despierto, escogemos los que
serán nuestros padres en esa inmediata vida. Si no es así, se nos
asignan por las Jerarquías que nos están ayudando a evolucionar.
Por otra parte, si los Yoes Superiores de nuestros padres han
alcanzado un nivel suficiente, aceptan consciente y libremente su
papel. De ahí nacen generalmente padres e hijos responsables y que
cumplen bien su cometido, ayudándose unos a otros, según la época
de la vida.
Porque, ordinariamente, el papel de padres lo representan
quienes tienen deudas contraídas con su futuro hijo, en otra vida
enemigo al que perjudicaron gravemente y al que han comprendido,
gracias a su evolución, que le deben amor y servicio altruísta.
Pero, si no existe un nivel mínimo de evolución, si, en el Tercer
Cielo no se es capaz aún de comprender el juego de la Ley de
Retribución y que las ofensas de una vida se pagan con amor y con
sacrificios, generalmente en otra, entonces los padres son asignados
por los Señores del Destino entre personas con deudas de amor frente
a nosotros. Y esa ignorancia de la ley cósmica y ese retraso en la
evolución hacen que los padres no se sientan obligados a sacrificarse
por los hijos, ni éstos a respetar ni a ayudar a aquéllos en su vejez.
Ésta es la razón de esos odios que, a veces, se dan entre padres e
hijos. No conocen la ley cósmica ni son conscientes de sus anteriores
errores, pero, sin embargo, sí sienten un rechazo especial contra ese
hijo o contra esos padres, una tendencia especial a despreciar y aún a
perjudicar a esos espíritus que en otras vidas les perjudicaron
gravemente.
Y lo mismo se puede decir de los hermanos: Espíritus que en
otras vidas nos ayudaron, y ahora debemos pagarles aquella ayuda, o
nos perjudicaron, y ahora deben pagarnos aquella deuda. Y de los
parientes y amigos y allegados. Y de los enemigos. Siempre estamos
repitiendo actuaciones, por activa o por pasiva, hasta que nos demos
cuenta del juego y comencemos a reaccionar y a pagar deudas y a
perdonar ofensas. Entonces estaremos ya en el camino que conduce a
la evolución consciente y dejaremos de ser meros juguetes del destino,
que no es sino el efecto de la Ley de Retribución, que arroja sobre
nosotros, sencillamente, las consecuencias de nuestros propios actos,
con el fin de que, mediante el dolor o la satisfacción que nos
producen, recapacitemos, nos elevemos, veamos la luz y nos
convirtamos en directores de nuestras vidas.
Sabiendo lo que antecede, ¿cuál deberá ser nuestra postura frente
a nuestros hijos o frente a nuestros padres o frente a nuestros
enemigos? Sólo de nosotros depende el que no tengamos que
experimentar en otra vida, incrementado, el dolor que los
malentendidos, los roces, los orgullos llevados al extremo, los
desamores, etc. nos producen continuamente.
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