Está claro que cada cosa aparece a la existencia cuando llega el
momento oportuno. Porque todos los objetos y las técnicas y los
organismos y los sistemas no son sino símbolos, a nivel físico, de ideas,
de arquetipos, de planes de futuro, forjados por los seres creadores, sean
éstos hombres, ángeles o dioses.
Pues bien, no cabe duda de que la amistad entre las almas ha sido
siempre un ideal. El hombre ha caminado a tientas, durante milenios, en
busca de las almas más afines. Y no hablo de las almas gemelas, que no
existen, sino de las almas complementarias, las que pueden admirar
nuestras buenas cualidades y comprender y perdonar las malas, y cuyas
características encajan perfectamente en nosotros. Siempre, sin embargo,
se ha visto dificultado ese encuentro por cuatro circunstancias,
prácticamente insalvables: la apariencia física, la incomunicación, la
distancia y la edad.
La apariencia física, el ser más o menos agraciado, el tener un
cuerpo más o menos agradable, unos modales más o menos atractivos,
unos miembros más o menos proporcionados, ha hecho, a lo largo de los
siglos, que casi nunca hayamos encontrado a esa alma. Y tanta
importancia se le ha dado al problema que ha dado lugar a cuentos tan
sugestivos como el de La Bella y la Bestia y otros similares. Pero ha
seguido y sigue siendo una barrera: si una persona no nos resulta
agradable desde el punto de vista de la apariencia física, no nos sentimos
inclinados a profundizar en su alma, en sus sentimientos, en sus
verdaderos tesoros internos, que son los que el alma, sin ser demasiado
consciente, anhela conocer y valorar.
La incomunicación, por su parte, ha hecho que no se haya podido
ni siquiera saber si esa alma complementaria existía y, en caso de existir,
en qué país, en qué región, en qué lugar se encontrarla.
La distancia ha hecho que, aunque hayamos conocido la existencia
de esa alma complementaria, y hasta la hayamos podido contactar, no
nos haya sido posible dialogar suficientemente con ella sobre los mismos
temas, ni identificarnos en el sentir, el pensar, el hablar, el hacer. La
distancia ha sido siempre el gran enemigo.
La edad ha sido la última barrera. Hemos tendido a buscar a los de
nuestra generación, despreciando, por ignorancia, a los mayores y a los
menores, sin tener en cuenta que todos somos espíritus viejísimos que
han vivido infinidad de vidas.
Esa situación de impotencia hubiera continuado durante milenios si
la técnica no hubiese venido en nuestra ayuda y cambiado los términos
del problema. Porque ahora, por medio de internet, pueden entablarse
verdaderos diálogos entre almas. Cada uno expone sus ideas, sus
sentimientos, sus inquietudes. Y, poco a poco, va dejando traslucir lo
que de positivo y de negativo tiene. De modo que su alma, su modo de
ser y de pensar y de reaccionar, su creatividad, su ternura, su piedad, su
delicadeza, su altruísmo, su espíritu de sacrificio, sus aspiraciones, etc.
se van trasluciendo en sus escritos, que pueden ser infinitamente más
frecuentes y fáciles que nunca.
Y eso, hasta ahora había sido imposible. Fijémonos en que, con
internet, han pasado a ser irrelevantes la apariencia física, la
incomunicación, la distancia y la edad. Y se están entablando diálogos
maravillosos, en los que las almas se comunican sin tener en cuenta lo
accesorio, por la sencilla razón de que no se percibe. Y ya han surgido
matrimonios internéticos que, curiosamente, al llegar al altar, se
conocían, sin haberse visto antes, mejor que todas las generaciones
anteriores. Y eso va a cundir. Y sería maravilloso: conocerse primero por
dentro y, luego, por fuera.
Salvo que hagamos una trastada, demos un paso atrás, y recreemos,
artificialmente esta vez, las barreras que habíamos logrado derribar. Y
digo esto porque ya están en funcionamiento las cámaras adosadas a los
ordenadores, que nos permiten ver a nuestro interlocutor. Cierto que, con
ello, siguen desaparecidas la incomunicación y la distancia como
enemigos de las parejas ideales. Pero no la apariencia física ni la edad
que, desgraciadamente, volverán a hacer imposible el encuentro de
muchas almas y el consiguiente disfrute de los mismos temas y los
mismos sueños y las mismas inquietudes, al margen de que esa relación
termine o no en una pareja real y físicamente consolidada. Internet es el
instrumento moderno del amor platónico, del amor ideal, de la entrega
total y sincera, del disfrute del espíritu por encima de la materia… Y es
una lástima que la imagen, la materia, venga una vez más, a frustrar esos
encuentros y esas identificaciones y esos sueños del espíritu.
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