Hemos visto que es preciso dejar a un lado todas las limitaciones de religión,
familia, sociedad que y todo lo que estorba, para ser capaz de alcanzar la verdad; pero hay
todavía otro importante requerimiento, que acaso esté en cierto modo comprendido en el
primero. Nos unimos a nuestra religión, a nuestros amigos y nuestra familia, por miedo a no
quedarnos solos. Nos sometemos a las convenciones porque tememos seguir los dictados de
la voz interna que nos incita a ir adelante, hacia cosas de mayor altura que son
incomprensibles para la mayoría: resultando que el temor es el mayor obstáculo que
alcanzar la verdad y vivirla.
Esto también se demuestra en el Anillo de los Nibelungos. Wotan ordena que
Brunhilde, el espíritu de la verdad, sea sumida en sueños porque teme la pérdida de su
poder si él la retiene después de haberse ella sublevado contra sus limitaciones y de haberse
negado a proteger a Hunding, el espíritu del convencionalismo. El pronuncia la sentencia
con tristeza, diciendo que ella tiene que permanecer dormida hasta que alguien más libre
que él, el dios, venga y la despierte. “El amor perfecto echa fuera todo miedo”; y solamente
los intrépidos y faltos de miedo son libres para amar y para vivir la verdad. Por lo tanto,
Brunhilde es puesta a dormir en una roca desierta, ardiendo alrededor de ella eternamente
un circulo de llamas encendidas y mantenidas por Loge, el espíritu de la ilusión. Nadie sino
el hombre libre, el alma independiente e intrépida, puede abrigar la esperanza de penetrar
en este circulo de alucinación (convencionalismo) y de vivir para amar al espíritu de la
verdad, siempre adorable y juvenil.
De este modo la segunda parte del drama místico, acaba con el desamparo de la
verdad y el triunfo de las convenciones. Los credos religiosos se han establecido
firmemente en la tierra. Siegmund, el buscador de la verdad, yace vencido y muerto. Su
hermana y esposa, Sieglinda, también ha pagado con la vida su atrevimiento de querer ir en
pos de la verdad y Brunhilde parece estar condenada a dormir perpetuamente. Ahora los
Walsungs no tienen más que un solo representante, el niño huérfano Siegfried, que quedó
en la cueva de Mime, el Nibelungo, abandonado por su madre moribunda, Sieglinda.
Pero entre tanto, el niño crece y se convierte en un joven vigoroso, desarrollando
una fuerza de gigante. Hermoso como un dios, él forma un extraño contraste con Mime, el
feo Nibelungo, un enano que pretende ser su padre. Esto Siegfried no puede creerlo, porque
cuando mira a cualquier parte del bosque, ve que los pequeñuelos siempre se parecen a sus
padres, que todos los pequeños animales tienen las mismas características que sus
progenitores. Él sólo es distinto de aquel que pretende ser su padre.
Cuando por su fuerza prodigiosa pudo capturar un oso y llevarlo a la cueva de
Mime, éste queda casi paralizado de miedo; emoción que Siegfried desconoce por completo.
Mime, uno de los más famosos herreros de los Nibelungos, ha forjado espada tras
espada para el uso del joven gigante, pero cada una de ellas ha sido hecha pedazos por el
brazo poderoso que las empuña. Después, Mime ha tratado de soldar la espada Nothung,
que se rompió contra la lanza de Wotan, en la lucha fatal entre Siegfried y Hundíng. Los
fragmentos de esta espada fueron llevados por Sieglinda a la cueva de Mime, pero nadie
que sea un cobarde, puede ni forjar ni empuñar la espada Nothung, “el coraje de la
desesperación”; por esto Mime, a pesar de su habilidad, ha fracasado en todos sus intentos.
Un día que Siegfried se burla de él a causa de su incapacidad para hacer una espada
que resista, Mime saca los fragmentos de Nothung y le dice que si él puede soldarlos, la
espada rehecha le servirá perfectamente. Poseyendo, como posee, la calidad esencial de
todo buscador de la verdad, la falta de miedo, Siegfried, aún con mano inhábil, logra hacer
lo que Mime no pudo llevar a cabo: forja otra vez la espada mágica y se prepara así para la
busca de la verdad y del saber.
Aunque han transcurrido muchos siglos desde que Alberico, el Nibelungo, fue
forzado a desprenderse del Anillo a titulo de rescate pagado a los dioses, ni él ni su tribu
han olvidado cuál es el poder de su feliz poseedor. Todos ellos siguen anhelando recuperar
el tesoro perdido, porque la humanidad, siendo inherentemente espiritual y libre, nunca se
reconciliará con la idea de la pérdida de la individualidad, siempre perseguida por el
régimen de la Iglesia. Aunque, igual que Mime, los hombres estén imbuidos de un miedo
insuperable, aunque adulen servilmente a los poderes superiores, como Alberico se humilló
ante Wotan, siempre recordarán subconscientemente o de otro modo, su herencia espiritual,
y tratarán de recuperar su estado de agentes libres, no atados por ningún credo ni limitación
cualquiera.
A este fin, los hombres siempre conspiran y traman de manera más sutil, como
queda simbolizado por la ayuda que Mime presta a Siegfried para forjar otra vez la espada
que fue rota contra la lanza de Wotan, Él ve que el joven buscador de la verdad, es
intrépido. Sabe que Fafner, uno de los gigantes que obtuvieron el Anillo de los dioses,
cobija al tesoro con su cuerpo enorme, en forma de un dragón, de aspecto sumamente
repugnante. Mime puede apenas creer que a nadie sea posible vencer al horrible monstruo,
pero estima que si hubiera una posibilidad, el intrépido joven gigante, Siegfried, seria el
único que podría acometer la hazaña con éxito. Se dice, por cierto, que aquel que pudiera
forjar la espada Nothung, mataría al monstruo y Mime confía astutamente y espera que si
Siegfried mata del Anillo de los Nibelungos y hacerse el amo del mundo.
Hay una significación espiritual muy profunda en este cuento o sea la de la
naturaleza inferior, tratando, por viles medios, de usar el yo superior para sus propios bajos
propósitos. Siegfried (el que por la victoria gana la paz), es el yo superior en aquel
momento de su peregrinaje en que ha quedado solo, sin padres ni parientes, cuando se
apercibe que la forma de arcilla simbolizada por Mime no forma parte de él, sino de una
raza y estampa enteramente diferente, y cuando está dispuesto a continuar en busca de la
verdad, iniciada ya en vidas anteriores por Siegmund y Sieglinda, de los cuales heredó el
valor indomable que no conoce ni miedo ni derrota.
Pero aunque el alma que busca deje al mundo, como hizo Herzleide, la madre de
Parsifal, que dio a luz al buscador de la verdad en medio de un espeso bosque y como
Sieglinda que dio a luz a Siegfried, en la cueva de Mime, la naturaleza inferior la sigue de
cerca, proyectando emplear el poder del espíritu para fines de este mundo. Muchos,
desgraciadamente, han abandonado a las distintas iglesias por desesperación, a causa dé
credo, como Siegmund abandonó a Wotan y son los que han obtenido ciertos
conocimientos de las cosas superiores y entonces han abusado de sus poderes superiores de
hipnotismo y sugestión mental, para atraerse los bienes de este mundo, buscando más bien
las cosas terrestres que encadenan, que los tesoros celestes que liberan al alma.
Nunca ha habido una edad en la tierra durante la cual esta parte del gran mito
estuviera realizándose como lo está ahora. Hay muchos millares de personas hoy en día,
que representan en su persona a Siegfried y a Mime. Se sienten impelidos a una mayor o
menor realización de los poderes espirituales y de su naturaleza divina, a semejanza de
Siegfried, pero la parte inferior de su naturaleza, Mime, sigue proyectando
aprovechamientos materiales.
Pero aunque llamemos a este uso de las fuerzas divinas cristiano, o aunque le demos
otro nombre, seguramente no es la ciencia del alma. Deberíamos ser honrados con nosotros
mismos y reconocer el hecho de que el, que no tenía un sitio donde poner su cabeza a
descansar, era la verdadera encarnación del poder de Cristo que nos atrae a todos y se negó
siempre a emplear este poder para Su propio provecho. Hasta momentos antes de morir se
abstuvo de emplearlo. Se dijo de El, que salvó a otros, pero que no pudo (no quiso) salvarse
a Sí mismo, porque la ley del sacrificio es superior a la de la preservación propia: “Pues,
¿qué provecho sería para el hombre el ganar el mundo entero y perder su propia alma?”
En el momento que entramos seriamente en el sendero, la naturaleza inferior queda
sentenciada a pesar de todas sus artes de astucia que pueda poner en juego para salvarse a sí
propia. Cuando Mime forma el plan de enviar a Siegfried contra el dragón, Fafner, el
espíritu del deseo, ha sellado, de hecho, su propio destino, porque cuando el alma ha
vencido el deseo de posesiones terrestres, hemos muerto para el mundo, aunque sigamos
viviendo en él y trabajando en esta tierra. Entonces estamos en el mundo, pero no somos de
él.
Guiado por Mime, Siegfried encuentra al gigante Fafner como guardián de la cueva
donde tiene escondido el tesoro de los Nibelungos. La naturaleza inferior trata siempre de
empujar a la superior a buscar la riqueza material del mundo, buscando por lo tanto
conseguir una posición y poder social. ¡Ay! Este deseo y sed de riqueza y poder, es,
desgraciadamente, demasiado común. Somos todos como Mime, dispuestos a arriesgar
nuestras vidas en la busca del oro. Pero aunque Mime está temblando al solo pensamiento
de estar cerca del terrible dragón, sigue conspirando, porque sabe que cuando el ego,
representado por el Anillo del Nibelungo, esta tan enmarañado en el cepo de la
materialidad, que el cuerpo parece dominarlo por completo, cuando todas sus energías están
dirigidas por la naturaleza inferior, entonces no hay limite al poder que pueda adquirir. Pero
Siegfried, el intérprete buscador de la verdad, después de haber vencido al dragón que
representa a la naturaleza del deseo, también mata a Mime, el emblema del cuerpo denso.
Liberado de la envoltura mortal, el espíritu es capaz de comprender el lenguaje de la
naturaleza. Por intuición se da cuenta dónde la verdad, representada por Brunhilde, la
Valkiria, está escondida, y siguiendo esta intuición, representada en el mito por un pájaro,
emprende el camino hacia la roca rodeada de fuego, para despertar y cortejar a la belleza
durmiente.
Pero aunque podamos, desprendiéndonos del cuerpo físico, entrar en el recinto
donde se puede hallar la verdad, el camino para llegar allí no es tan llano y fácil; porque
Wotan, el guardián del credo, extiende su lanza a través del camino de Siegfried y trata
hasta el último instante de desviar de su camino al independiente buscador de la verdad. Sin
embargo, el poder del credo, representado por la lanza de Wotan, se había quedado
debilitado cuando se concertó con los gigantes, es decir, cuando apeló al lado inferior de la
naturaleza humana. Como indicio de esta debilidad se hallaban grabados caracteres
mágicos en el mango de la lanza. Esta, por consiguiente, se rompió fácilmente en dos
pedazos al primer golpe de Notbung, la espada del coraje de la desesperación.
Cuando el buscador de la verdad ha llegado al punto que acabamos de describir, ya
no permitirá ser contrariado en su afán, ora estos poderes sean diabólicos como Fafnar, o
bien dioses como Wotan. El apartará todos los obstáculos con mano dura porque no tiene
más que un solo deseo en este mundo, el ardiente e insuperable anhelo de conocer la
verdad. Por esto, después de haber roto la lanza de Wotan, sigue adelante guiado por el
pájaro de la intuición, basta llegar al círculo de llamas que rodea a Brunhilde, el espíritu
dormido de la verdad. Tampoco no se acobarda al ver las llamas de Loge, que son ilusión y
alucinación. Con paso firme las atraviesa sumergiéndose atrevidamente en ellas y por fin
puede mirar lo que con tanto ardor había perseguido durante muchas vidas. Se inclina, coge
a Brunbilde en sus fuertes, aunque tiernos brazos, y con un beso ferviente despierta al
espíritu de la verdad de su largo sueño.