Mucho después, en plena Época Aria, incluso ya en la actual época de Piscis,
muchas razas han conocido aún las hadas de los campos y de las aguas, las
inspiradoras sílfides de los riscos y montañas y los gentiles espíritus de la amigable
brisa. Pero, entre todos ellos, han sentido más profundamente su parentesco con las
dríadas o espíritus de los árboles. Las arboledas estaban impregnadas de una
presencia persistente, que les hacía temerlas, unas veces, y reverenciarlas, otras.
La conciencia de los árboles, sin embargo, es algo real y definido, y sus
cambios de humor pueden ser captados fácilmente por el místico. Los ángeles, como
los hombres, sienten tanto la alegría como el dolor. Unas veces es el tronco de un
gran árbol el que temblará, agitando sus hojas llorosas, como con un destello de
lágrimas. Otras, la total estructura del árbol se hace como luminoso, en pleno éxtasis.
Este gozo extático del reino de los árboles alcanza su clímax en la mañana del
Domingo de Resurrección.
Los sensitivos han oído frecuentemente gritos enternecedores brotando de sus
troncos, en vísperas de su destrucción. En un caso los gritos eran tan persistentes que
se investigó y se comprobó que el árbol iba a ser destruido al día siguiente. Se
hicieron esfuerzos por salvarlo, pero no dieron fruto. El espíritu del árbol sabiéndolo,
lamentaba su prematura destrucción.
Cada árbol está presidido por un deva o ángel. Este ángel es, literalmente, el
guardián del árbol y se le denomina frecuentemente el "espíritu" del árbol. Él
supervisa todos los procesos vitales que tienen lugar en su esfera, incluyendo el
trabajo de los Espíritus de la Naturaleza, en cualquier parte de su organismo.
Cuando el gran Rayo de Cristo desciende hacia la Tierra en otoño, el reino
vegetal absorbe de buena gana Su radiación. Los bosques aparecen coronados de un
halo dorado cuando este Rayo luminoso alcanza la Tierra y su luz se derrama entre
las hojas de los árboles. Cuando se acerca la hora mística de la Noche Sagrada, la
corriente dorada ha penetrado ya hasta el mismo corazón de sus troncos, donde brilla
como la llama de un altar. En tiempo de Navidad, pues, cada árbol es un heraldo que
proclama el retorno anual del Señor Cósmico del Amor y de la Luz.
Existe una antigua y maravillosa leyenda que relata que, en el silencio de
aquella hora sagrada, cuando los ángeles cantaban villancicos al Cristo-Niño, las
bestias doblaron sus rodillas e inclinaron sus cabezas. Pues en ese momento es
cuando los pequeños de la naturaleza interrumpen sus actividades y, en alegre
procesión, rinden homenaje ante la luz del altar que flamea en el interior del árbol
que les acoge. Así, pues, tanto la naturaleza como todo lo viviente, reverencia la
llegada del Rey recién nacido.
Algunos piensan que el símbolo más hermoso y más profundo, entre los
relacionados con la Navidad, es el árbol. La estrella dorada que, generalmente,
adorna su cima, representa la Estrella del Este, que llama a todos los hombres a
reverenciar a Aquél al cual el místico da la bienvenida, a la media noche, como al
Sol recién nacido. Las luces y colores sobre el árbol festivo, representan las
emanaciones del aura de ese Sol recién nacido, que impregnan e iluminan toda la
Tierra, por dentro y por fuera.