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CORINNE H.: EL ÁRBOL DE NAVIDAD
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De: moriajoan  (Mensaje original) Enviado: 06/12/2009 11:01
 

 

 

EL ÁRBOL DE NAVIDAD

 

Mientras el Rito de la Navidad pertenece a tiempos inmemoriales, la Fiesta de la

Corriente de Navidad se observó, por primera vez, al comienzo de la civilización

Aria. El prototipo del Árbol de Navidad fue el "Árbol celestial del Sol" de los

primeros arios.

Fue en la pura y rarificada atmósfera de Ariana donde el sol salió, por primera

vez, tan claro, que el hombre pudo percibir el tremendo caudal de luz que los seres

trascendentes difundían sobre la Tierra. El hombre comparó ese abanico de luz con

un árbol con las ramas extendidas. Según una tradición india, "el Árbol del Sol está

en el centro de la Tierra, de donde surge con el alba y, a medida que el sol asciende

hacia su cénit, va creciendo, hasta que sus más altas ramas lo alcanzan, al mediodía,

cuando aquél llega a lo alto de los cielos; disminuye luego con el declinar del día y, a

la puesta del sol, se sumerge de nuevo en la Tierra". En una u otra forma, existen en

casi todos los países leyendas relativas al Árbol del Mundo, cuyos orígenes se

remontan a aquel místico árbol de luz.

Los místicos son ciertamente conscientes de que, entre el reino de los árboles y

el reino humano existe una peculiar simpatía. Los más primitivos altares consistían

en una piedra y un árbol frutal que crecía a su lado. Estos altares estaban casi

siempre asociados con la Diosa Madre, a la cual se consagraban. Los arqueólogos

que excavaron en la zona del Templo de Diana, de Éfeso, descubrieron los cimientos

de varios templos superpuestos y, en el estrato inferior, encontraron solamente un

altar de piedra y claros indicios de un árbol sagrado a él asociado.

En la brillantez de la Era del Arco Iris, los árboles oscuros, vitales, poderosos

y siempre verdes de Lemuria y Atlántida cedieron su puesto a los aéreos, portadores

de alimentos y adornados de flores, de la Época Aria.

Mientras tal cambio tenía lugar, el hombre conservaba vestigios de su antigua

clarividencia negativa, y podía aún comunicarse con los espíritus de la naturaleza, si

bien había ya entonces perdido contacto con las grandes jerarquías angélica y

arcangélica, que ocupaban áreas de conciencia espiritual que ya le resultaban

inaccesibles.

Mucho después, en plena Época Aria, incluso ya en la actual época de Piscis,

muchas razas han conocido aún las hadas de los campos y de las aguas, las

inspiradoras sílfides de los riscos y montañas y los gentiles espíritus de la amigable

brisa. Pero, entre todos ellos, han sentido más profundamente su parentesco con las

dríadas o espíritus de los árboles. Las arboledas estaban impregnadas de una

presencia persistente, que les hacía temerlas, unas veces, y reverenciarlas, otras.

La conciencia de los árboles, sin embargo, es algo real y definido, y sus

cambios de humor pueden ser captados fácilmente por el místico. Los ángeles, como

los hombres, sienten tanto la alegría como el dolor. Unas veces es el tronco de un

gran árbol el que temblará, agitando sus hojas llorosas, como con un destello de

lágrimas. Otras, la total estructura del árbol se hace como luminoso, en pleno éxtasis.

Este gozo extático del reino de los árboles alcanza su clímax en la mañana del

Domingo de Resurrección.

Los sensitivos han oído frecuentemente gritos enternecedores brotando de sus

troncos, en vísperas de su destrucción. En un caso los gritos eran tan persistentes que

se investigó y se comprobó que el árbol iba a ser destruido al día siguiente. Se

hicieron esfuerzos por salvarlo, pero no dieron fruto. El espíritu del árbol sabiéndolo,

lamentaba su prematura destrucción.

Cada árbol está presidido por un deva o ángel. Este ángel es, literalmente, el

guardián del árbol y se le denomina frecuentemente el "espíritu" del árbol. Él

supervisa todos los procesos vitales que tienen lugar en su esfera, incluyendo el

trabajo de los Espíritus de la Naturaleza, en cualquier parte de su organismo.

Cuando el gran Rayo de Cristo desciende hacia la Tierra en otoño, el reino

vegetal absorbe de buena gana Su radiación. Los bosques aparecen coronados de un

halo dorado cuando este Rayo luminoso alcanza la Tierra y su luz se derrama entre

las hojas de los árboles. Cuando se acerca la hora mística de la Noche Sagrada, la

corriente dorada ha penetrado ya hasta el mismo corazón de sus troncos, donde brilla

como la llama de un altar. En tiempo de Navidad, pues, cada árbol es un heraldo que

proclama el retorno anual del Señor Cósmico del Amor y de la Luz.

Existe una antigua y maravillosa leyenda que relata que, en el silencio de

aquella hora sagrada, cuando los ángeles cantaban villancicos al Cristo-Niño, las

bestias doblaron sus rodillas e inclinaron sus cabezas. Pues en ese momento es

cuando los pequeños de la naturaleza interrumpen sus actividades y, en alegre

procesión, rinden homenaje ante la luz del altar que flamea en el interior del árbol

que les acoge. Así, pues, tanto la naturaleza como todo lo viviente, reverencia la

llegada del Rey recién nacido.

Algunos piensan que el símbolo más hermoso y más profundo, entre los

relacionados con la Navidad, es el árbol. La estrella dorada que, generalmente,

adorna su cima, representa la Estrella del Este, que llama a todos los hombres a

reverenciar a Aquél al cual el místico da la bienvenida, a la media noche, como al

Sol recién nacido. Las luces y colores sobre el árbol festivo, representan las

emanaciones del aura de ese Sol recién nacido, que impregnan e iluminan toda la

Tierra, por dentro y por fuera.

El árbol, adornado de tal modo, año tras año, en honor Suyo, llega

gradualmente a emanar una bendición y bienaventuranza, no sólo en tiempo de

Navidad, sino a lo largo de todo el año. Esto es fácilmente discernible para el

sensitivo que se aproxima a él. En ello estriba la importancia de utilizar árboles de

Navidad vivientes, en lugar de imitaciones.

Todo hombre es un Cristo en formación. Por eso, todos los símbolos

navideños representan distintos grados de desarrollo espiritual. En el cuerpo

humano, templo del espíritu del hombre, existe buen número de centros en espera de

ser despertados y vitalizados. Cuando esto ocurre, ese cuerpo se convierte en un

verdadero Árbol de Navidad, radiante, iluminado, "caminando en la luz como Él está

en la luz". Un sensitivo, al percibir esta verdad, escribió: "El cuerpo está cubierto de

luces que esperan ser encendidas por la llameante antorcha del amor".

EL MISTERIO DE LOS CRISTOS.- Corinne Heline

 


 

 


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