La Biblia enseña la inmortalidad del alma categóricamente. La Filosofía Rosacruz la
enseña también, apelando a la razón. ¿No hay prueba alguna positiva de la inmortalidad?
Respuesta: El preguntante se equivoca cuando dice que la Biblia enseña la inmortalidad
del alma. No se menciona ni una vez siquiera en el Antiguo Testamento la palabra
inmortalidad o cielo, en el sentido de que pertenezcan al hombre. Allí se dice
explícitamente que “Los cielos son del Señor, pero que la Tierra se dio a los hijos de los
hombres”. Salmos 115-16. También se dice explícitamente que “el alma que peque
morirá”. Si el alma fuera inmortal eso sería una imposibilidad. En el Nuevo Testamento la
palabra “inmortal” o mortalidad” sólo se emplea seis veces, y entonces se la emplea para
indicar algo que hay que obtener o que es un atributo de Dios.
Sin embargo, en lo que al espíritu concierne, el caso es diferente, y aun cuando se trata de
éste no se emplea la palabra inmortal. La inmortalidad queda sobrentendida en la misma
forma en que la doctrina del renacimiento se sobrentiende en muchos pasajes, pero hasta la
doctrina del renacimiento mismo implica la inmortalidad del espíritu humano, y dicha
doctrina se enseñó una vez definitivamente, por lo menos, en San Mat. II: 47, cuando Cristo
dice al Bautista: “Este es Elías”. En esa doctrina se sobrentendía la inmortalidad, porque si
el espíritu de Elías había renacido como Juan el Bautista, tenía que haber sobrevivido a la
muerte de su cuerpo.
La inmortalidad era entonces una de las enseñanzas de los Misterios, y hasta hoy en día
apenas puede recibirla el hombre, salvo cuando ha entrado en el sendero de la iniciación y
en él ve por sí mismo la continuidad de la vida.
Contestando la pregunta puede decirse, sin embargo, que todo depende de lo que se
entienda por prueba positiva y de qué calificaciones tenga la persona que pide la prueba
para juzgarla. No se puede probar un problema de trigonometría a un niño, pero si se le da
tiempo y crece, aprendiendo los preliminares necesarios, podrá resolver fácilmente el
problema. Tampoco se puede probar la existencia del color y de la luz a un hombre que ha
nacido ciego; son hechos que no puede apreciar porque le falta la facultad requerida. Pero si
una operación le devuelve la vista, no habrá necesidad de que le probemos esos hechos;
entonces por sí mismo verá la verdad. Por parecidas razones nadie puede apreciar las
pruebas de la inmortalidad del espíritu hasta que por sí mismo se ha preparado para verlo;
entonces le será muy fácil obtener una prueba positiva de la inmortalidad del espíritu, de su
existencia anterior al nacimiento y de su persistencia después de la muerte, mientras no se
haya calificado convenientemente tendrá que satisfacerse con las inferencias razonables que
pueden obtenerse en muchas formas.
|