El curso por correspondencia del año último en Cristianismo Místico lo
iniciamos con una lección sobre la Navidad bajo el punto de vista cósmico. Se
explicó allí que los solsticios de verano y de invierno, junto con los equinoccios de
primavera y de otoño, forman puntos turnantes o de viraje en la vida del Gran
Espíritu de la Tierra, de la misma manera que la CONCEPCIÓN marca el
comienzo del descenso del espíritu humano al cuerpo terrenal, de lo que resulta
un NACIMIENTO que inaugura el período de desarrollo hasta que la madurez se
alcanza. Al llegar este punto una época de fructificación y de madurez se inicia, en
unión de una declinación de las energías físicas que terminan con la MUERTE.
Este acontecimiento libra al hombre de las trabas de la materia manifestándose
entonces una época de metabolismo espiritual, por cuyo conducto nuestra
cosecha de experiencias terrenales se transforma en poder de alma, en talentos y
tendencias, para ser puestas a rédito en vidas futuras, para que podamos
prosperar y hacernos más ricos en tales tesoros, hasta hacernos merecedores del
título de “FIELES ADMINISTRADORES” que nos hará ocupar mayores y mejores
puestos entre los sirvientes de la Casa del Señor.
Este ejemplo descansa sobre la segura base de la gran ley de analogía, tan
fielmente expresada por el axioma hermético: “Como es arriba, así es abajo”.
Sobre este axioma, que es la llave maestra de todos los problemas espirituales,
debemos también depender como de un “ábrete-sésamo” para aplicarlo a nuestra
lección sobre la Navidad de este año, la cual esperamos que corrija, confirme o
complete puntos de vista previos de nuestros estudiantes, como cada uno de ellos
lo requiera.
Los cuerpos originariamente cristalizados en la terrible temperatura de
Lemuria, estaban excesivamente calientes para contener la suficiente humedad
para permitir al espíritu acceso libre y sin traba alguna a todas las partes de
aquella anatomía, como lo tiene actualmente por medio de la sangre circulante.
Más tarde, durante los atlantes primitivos, tuvo el hombre sangre,
verdaderamente, pero se movía con dificultad y se hubiera secado rápidamente a
causa de la alta temperatura interna, a no ser por el hecho de la abundante
humedad aportada por la atmósfera acuosa que entonces prevalecía. La
inhalación de este disolvente disminuyó gradualmente el calor y dulcificó el cuerpo
hasta que pudo ser retenido en el interior de un grado de humedad debida para
que hiciera posible la respiración en la atmósfera relativamente seca que se
presentó más tarde.
Los cuerpos de los primitivos atlantes estaban compuestos de una
sustancia granulosa y acordonada no muy diferente de nuestros tendones
actuales y semejante a la madera, pero con el tiempo y gracias a su dieta de
carne, permitió al hombre asimilar albúmina en suficiente cantidad para construir el
tejido elástico necesario para la formación de los pulmones y arterias, para permitir
así la circulación de la sangre sin restricciones, como lo obtiene en la actualidad el
sistema humano. Al tiempo que tenían lugar estos cambios, interior y
exteriormente, apareció en el firmamento cargado de lluvia el grande y glorioso
arco-iris, para señalar el advenimiento del
en el cual las
condiciones venían a ser tan variadas como los matices con que la atmósfera
reflejaba la unitaria luz del sol. Así fue como la primera aparición del arco-iris en
las nubes señaló el comienzo de la edad de Noé, con sus estaciones y períodos
alternos, de los que Navidad es uno de ellos.
Las condiciones que dominan en esta edad no son, no obstante,
permanentes, ni más ni menos que las de las edades precedentes. El proceso de
condensación que transformó el fuego de la niebla de Lemuria por la atmósfera de
densa humedad de los atlantes y que más tarde convirtió esta humedad en el
agua que inundó las cavidades de la tierra con el Diluvio y empujó al hombre a las
alturas de las tierras, continúa todavía. Tanto la atmósfera como nuestras propias
condiciones fisiológicas van cambiando, sirviendo de heraldos para el ojo vidente y
para la mente comprensiva del alba de un nuevo día sobre el horizonte del tiempo;
una edad de unificación que la Biblia llama el
Ninguna duda nos deja la Biblia respecto a los cambios. Cristo dijo que lo
que fue en los días de Noé así sería en los días a venir. La ciencia y la inventiva
encuentran condiciones desconocidas anteriormente. Es un hecho científico el de
que se está consumiendo el oxígeno de una manera alarmante para la
alimentación de los fuegos de la industria; así como también los incendios de los
bosques merman considerablemente nuestra existencia de este importantísimo
elemento, al par que contribuyen al proceso de desecación que soporta la
atmósfera naturalmente. Eminentes científicos han señalado que llegará el día en
que nuestro globo no podrá sostener la vida que dependa del agua y del aire para
su existencia. Sus ideas no han excitado mucha ansiedad a causa de la lejanía de
la fecha que para el futuro han señalado, pero por lejano que sea este día, el
destino de la raza ariana es tan inevitable como lo fue el de los atlantes
inundados.
Si un atlante pudiera ser transferido a nuestra atmósfera, se asfixiaría como
el pez que se le arrebata a su elemento nativo. Las escenas que se conservan en
la Memoria de la Naturaleza prueban que los aviadores primeros de aquella fecha
se desvanecieron instantáneamente al encontrarse con una de las corrientes de
aire que descendían gradualmente sobre la Tierra que ellos habitaban, y sus
experiencias provocaron vivos comentarios e hipótesis. Nuestros actuales
aviadores encuentran, asimismo, a un nuevo elemento y experimentan la asfixia
igual que sus precursores atlánticos, y por idénticas razones se han hallado frente
a un nuevo elemento que viene de arriba para reemplazar el oxígeno de nuestra
atmósfera.
Existe también una