Hay muchas causas para la muerte de los niños. Aquí daremos unas de las principales. En
primer lugar, cuando un Ego vuelve a la vida terrestre es atraído a un determinado ambiente que está
calculado para aumentar e impulsar su progreso, y en e1 que pueda liquidar cierta cantidad
del destino generado par sí mismo en existencias anteriores. Pero cuando los padres hacen
cambios tan radicales en sus vidas que el Ego atraído por ellos no podrá alcanzar tal prevista
experiencia o liquidar aquel destino previsto, el Ego es generalmente retirado y enviado a otro
lugar donde pueda conseguir las debidas condiciones para su desarrollo en tal época. O bien
puede ser retenido por unos cuantos años y al fin de ellos renacer en la misma familia cuando
se vea que puede obtener las condiciones requeridas en la familia en cuestión en esta última época.
Pero hay una causa que es responsable de la mortalidad infantil que va mucho más atrás; es
decir, está generada en vidas anteriores y para comprender esta razón, es necesario saber
algo acerca de lo que pasa al morir una persona y un poco después.
Cuando un espíritu abandona su cuerpo físico al morir, se lleva consigo el cuerpo de deseos,
la mente y, el cuerpo vital, siendo este último el depósito de las imágenes y panorama de la
vida que concluyó. Esto está impreso en el cuerpo vital y, se imprime después en el cuerpo de
deseos durante los tres días y medio que siguen a la muerte. Entonces el cuerpo de deseos
se convierte en arbitro del destino del hombre en el Purgatorio y en el Primer Cielo. El efecto
del dolor producido por la expurgación del mal y la alegría que causa la contemplación
del bien realizado en la vida terrenal se lleva consigo a la próxima vida como conciencia, para
impedir la perpetuación del mal o advertir al hombre cuando nuevamente intente cometer
los errores o las equivocaciones de las vidas pasadas, y para estimularle a hacer lo
que le causó más alegría en la vida anterior.
Ahora bien, cuando estos tres y medio días que siguen a la muerte el espíritu los pasa en
paz y sosiego, es capaz de concentrar mucha más atención con respecto a la impresión
del panorama de su vida, la cual será mucho más profunda que si fuera perturbado por las
lamentaciones histéricas de sus familiares o por otras causas. En este caso, experimentará
un sentimiento mucho más agudo para el bien o para el mal, en el Purgatorio y en el Primer Cielo,
y en las vidas futuras este agudo sentimiento le hablará con inequívoca voz y el bien que haya
hecho le proporcionará un carácter mucho más altruista. Pero cuando el hombre pasa al más
allá por un accidente, bien en una calle pisoteado, en un descarrilamiento, en el incendio de
un teatro, o por cualquiera otra horrible circunstancia, no habrá, como es natural, ocasión para
concentrarse debidamente, así como tampoco lo podrá hacer si muere en un campo de batalla.
Sin embargo, no sería justo que perdiese las experiencias por la razón de morir de manera tan
horrenda, así que la ley de Causa y Efecto proporciona una compensación.
La concentración es también imposible en los casos en que los seres queridos de un
moribundo que están presentes a la hora de la muerte prorrumpen en alaridos y en lamentaciones
histéricas en el momento que exhala el último suspiro y continúan así en los días siguientes.
El espíritu que está en aquellos momentos en estrecho contacto con el mundo físico se
verá muy afectado por la pena de los seres queridos y por lo tanto se
verá imposibilitado en enfocar su atención tan atentamente como es preciso hacia la
contemplación del panorama de su vida, y de este modo la impresión efectuada en el cuerpo
de deseos no será tan profunda como si el espíritu que parte fuese permitido hacerlo en paz
y sin perturbación. Como consecuencia de ello los sufrimientos del Purgatorio no serán
tan intensos, ni las alegrías y placeres en el Primer Cielo serán tan grandes como hubieran
sido en el caso contrario, y, por lo tanto, cuando el Ego vuelva a la vida terrenal, habrá
perdido una cierta parte de la experiencia de su vida anterior, o sea, que la voz de la conciencia
no hablará con la misma claridad como si el Ego hubiérase visto sin perturbaciones ni lamentos.
Con objeto de compensar esta falta el Ego es llevado generalmente a renacer entre los
mismos familiares que le lloraron y les es arrancado cuando se halla aún en la tierna infancia.
A esta muerte es llevado directamente al Mundo de Deseo, pero no pasa del Primer Cielo
tampoco, porque como no es responsable de sus actos, así como tampoco el niño que no
ha nacido aún, no es responsable por el dolor que produce a su madre al volverse y moverse
en sus entrañas. Por lo tanto, el niño no tiene existencia en el Purgatorio, y como lo que no
ha nacido no puede morir, de aquí que el cuerpo de deseos de un niño, junto con la mente,
persistirán hasta un nuevo nacimiento, y por esta razón semejantes niños son muy propensos
a recordar sus vidas anteriores. De aquí también que el Ego no pueda ascender al segundo ni
al tercer cielo, porque la mente y el cuerpo de deseos, como no han nacido, no pueden morir,
quedándose simplemente aguardando en el Primer Cielo hasta que se presente una nueva
oportunidad para renacer. Cuando una persona muere en una vida bajo una de las horripilantes
circunstancias mencionadas, al renacer muere de niño y es instruido en el Primer Cielo en cuanto
a los efectos de las pasiones y deseos para que pueda aprender las lecciones que dejó de
aprender en su existencia purgatorial anterior. Para tales niños, el Primer Cielo es un lugar
de espera en el que permanecen de uno a veinte años; sin embargo, es algo más que un
simple lugar de espera, porque hacen mucho progreso en este ínterin.
Cuando un niño muere hay siempre algún familiar que le aguarda, o en defecto de éste hay
siempre alguna persona que tuvo deseos de criar niños en su vida terrenal y que encuentra
una delicia en cuidar a un pequeñín. La extrema plasticidad de la materia de deseos permite
fácilmente el moldear los más exquisitos juguetes "vivientes" para los niños, y su vida es un
juego encantador. No obstante, no se olvida su instrucción, y a este efecto se les agrupa
en clases con arreglo a sus temperamentos, pero sin tener en cuenta para nada su edad.
En el Mundo del Deseo es sumamente fácil el dar lecciones objetivas sobre la influencia
de las pasiones buenas y malas y sobre comportamientos y felicidades. Estas lecciones se
imprimen indeleblemente sobre el sensitivo y emocionante cuerpo de deseos del niño, y
permanecen con él después del renacimiento. De este modo renace con el propio desarrollo
de conciencia, y así puede continuar su evolución. Más de una noble vida es debida al
hecho de haber sufrido este ejercicio.
Como quiera que el hombre en el pasado ha sido muy guerrero, y motivado por su ignorancia
respecto a la conducta a seguir con los seres queridos que morían, considerando como débiles
a los que morían en su lecho (los cuales fueron muy pocos, quizá, comparados con los que
murieron en el campo de batalla), debe haber necesariamente una gran cantidad de
mortalidad infantil. Sin embargo, conforme la humanidad llegue a un conocimiento mejor y
más comprensivo de que nunca prestaremos más eficaz auxilio a nuestros familiares que a
la hora de su muerte, y que les favoreceremos muchísimo permaneciendo serenos y en
actitud de ruego y oración, la mortalidad infantil cesará de ser tan numerosa y en
tan gran escala como hasta el presente.