Todos conocemos a los tres Reyes Magos, Melchor, Gaspar y Baltasar. Muchos de nosotros tal vez nos hemos preguntado cómo siguen entregando regalos a los niños a través del tiempo. ¿Cómo puede ser que sepamos de ellos desde el día que le dieron sus ofrendas al niño Dios y luego hayan seguido entregando regalitos a nuestros bisabuelos, a nuestros abuelos, a nuestros padres y a los que hoy son niños?
Existe una leyenda al respecto. Como tal, no sabemos a ciencia cierta si es real o no, pero vale la pena contarla.
Melchor, Gaspar y Baltasar luego de entregar sus obsequios al niño Jesús se sintieron tan felices y satisfechos con tu tarea, que pensaron en hacer regalos a todos los niños del mundo también para la misma fecha.
Pensaron también, que algún día serían ya viejitos para tanto viaje en camello y entonces encomendaron a sus hijos seguir con tan hermoso legado. Cada uno tenía un hijo varón que se llamaba igual que ellos por lo que, salvo algún rasgo físico no hubo mayor cambio. Los hijos de los reyes pensaron a su vez lo mismo y pidieron a sus ángeles guardianes que les dieran la bendición de tener hijos varones a quienes encomendar su misión de hacer felices a los niños.
Por mucho tiempo así fue, cada Melchor, Gaspar y Baltasar tenía a su hijo varón a quien daba el mismo nombre y a quien encomendaba su legajo cuando envejecía.
Sin embargo, un día de primavera uno de los angelitos se distrajo y Melchor, tuvo como primer hijo, una hermosa niña.
Aunque feliz por el nacimiento de su hija, no pudo dejar de preocuparse por la misión que tenía encomendada.
Dijo que lo intentaría de nuevo y así llegó a las diez hijas mujeres, ni un solo varón.
A la más pequeña, ya sin esperanzas de tener un heredero, la llamó Melchorcita.
La preocupación de los tres reyes y sus herederos era justificada. ¿Cómo harían ahora que sólo había dos jóvenes Gaspar y Baltasar y ningún Melchor?
Ninguno estaba en contra de las mujeres, pero consideraban que sentarse en un camello, viajar miles y miles de kilómetros y cargar bolsas repletas de juguetes, era tarea de hombre. Sin embargo, el Día de Reyes, era tal vez el más esperado por los niños y no podían fallarles.
Melchorcita, siendo ya una joven y cuando empezaba a notarse el cansancio de su padre, decidió que nada impediría que ella cumpliera con el que consideraba su deber.
Se colocó el traje que su papá tenía reservado y se sintió feliz. No le quedaba muy lindo que digamos, muy holgado, por no decir enorme, pero aún así, ella sentía que le sentaba de maravillas y no se equivocada.
Luego de dos semanas, tres días y diez horas de discusión, convenció a sus primos que ella podría hacer el trabajo tan bien o mejor que ellos.
El primer Día de Reyes no fue del todo fácil. Tan grande le quedaba el traje de seda, que más allá de resbalarse del camello, se pisaba la capa cada vez que bajaba a dejar un regalo. La corona le caía sobre los ojos, lo que ocasionaba que guiara mal a su pobre camello que extrañaba jinetes más experimentados.
– Esto no va a funcionar – Decía Gaspar agarrándose la cabeza.
– Creo que mejor seguimos solos nosotros dos ¿Te parece? – Preguntó Baltasar.
Antes que Gaspar pudiera contestar, se escucho la voz potente de Melchorcita que decía:
– ¡De ninguna manera! Esta misión también es mía y la voy a cumplir como sea. A ver a ver si se corren que no veo – decía la joven mientras se ladeaba a un costado del camello y se corría la corona para ver un poco.
Ambos reyes se resignaron y viendo que nada podían hacer para detener a su prima, la permitieron seguir viaje.
La joven había leído atentamente cada una de las cartitas, por lo que aprendió a conocer mejor que muchos otros reyes a los niños que las habían escrito.
Cuando dejaba un regalito y sabiendo bien para quien era cada uno, dejaba notas junto a los juguetes tales como: “Toma la sopa tan rica que hace tu mamá” o “No duermas tan desabrigado, te vas a resfriar” o “No es bueno que comas tantos caramelos”.
Los niños se esa época se sorprendían un poco de encontrar junto a una pelota de fútbol un cartelito rosa con flores dibujadas que dijera “ten cuidado al patear que puedes lastimar a alguien”.
Con el tiempo, todos se acostumbraron y hasta esperaban las famosas notas que a veces ayudaban a los papás a que sus hijitos se portarán mejor.
Por varios años todo estuvo tranquilo, hasta que Melchorcita se enamoró, se casó y comenzó a distraerse mucho.
En una casa, junto a las zapatillas, dejó una hebilla de cabello. Grande fue la sorpresa de los padres pues sólo tenían hijos varones y más aún la de los niños que ni siquiera sabían para que sirviera tal elemento.
En otra casa, al ver que la niña que vivía había dejado unos zapatos con taco poco acordes a su edad, le dejó una notita que decía “No es bueno usar tanto taco, te puede pasar como a mi y caerte muy seguido”. Desconcertada, la niña quedó pensando en por qué un rey mago usaría tacos.
En cada hogar un error, una pista que hizo pensar a los niños de esa época en que uno de los famosos reyes magos era una mujer.
El rumor corrió de tal manera que llegó a los oídos de Gaspar y Baltasar.
– ¡No podemos dejar que esto se sepa! – Vociferaba Gaspar.
– Tampoco podemos quitarle su derecho de hacer felices a los niños – Dijo Baltasar.
– Algo habrá que hacer, pero no se qué realmente – Comentó muy preocupado Gaspar.
El angelito estaba escuchando y dispuesto a arreglar su distracción de tantos años atrás, puso manos a la obra.
En poco tiempo todo el reino supo que Melchorcita estaba embarazada. Para antes del día de reyes dio a luz a un hermoso varón, a quien por supuesto llamó Melchor.
Continuó haciendo su trabajo cada vez más cuidado, hasta que su hijo fue un jovencito. Ya no dejaba pista alguna, pero sí continuaba con su costumbre de escribir las famosas notitas.
Llegó un día en que su hijo Melchor tuvo edad suficiente para hacerse cargo del legajo que, esta vez, dejaba su madre y lo hizo con orgullo y mucha dedicación junto a sus primos.
Dice la leyenda que el angelito jamás volvió a distraerse y en cada descendencia de Melchor, Gaspar y Baltasar, siempre hubo un hijo varón.
Dice también la leyenda que los que fueron niños en esos días atesoran esas hermosas notitas escritas con letra de mamá y los que lo son ahora, lamentan no recibirlas.
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