Los Adeptos
En tu contestación a mi carta última has manifestado que, el exponente de espiritualidad
(intelectualidad y moralidad combinadas) exigido por nuestro sistema de filosofía, es demasiado
sublime para que lo alcance el hombre y dudas de que alguien lo haya logrado. Permíteme
que te diga que muchos, a quienes la Iglesia Cristiana llama santos y otros que no han
pertenecido a esta Iglesia y a quienes se les suele llamar "paganos", alcanzaron poderes
espirituales que les permitieron llevar a ca
bo extraordinarias cosas, llamadas milagros.
Si examinas las vidas de los santos, encontrarás muchos incidentes grotescos, fabulosos
y falsos, puesto que quienes escriben las leyendas conocen poco o nada de las leyes
misteriosas de la Naturaleza. Relatan hechos auténticos o apócrifos; pero incapaces de
explicarlos, los atribuyen a causas de su caprichosa invención. Pero entre tanta escoria,
encontrarás algo de verdad, lo que demuestra que la mente de personas incultas puede
estar iluminada por la sabiduría divina, si la persona vive pura y santamente. Verás
cómo en muchas ocasiones, frailes y monjas pobres e ignorantes y, según el mundo,
sin instrucción ninguna, alcanzaron tal sabiduría, que papas y reyes los consultaron
en asuntos importantes y muchos de ellos lograron el poder de abandonar sus
cuerpos físicos para visitar lugares distantes en sus cuerpos sutiles y materializarse
en puntos remotos. Tan numerosos han sido estos casos que dejan de parecer
extraordinarios. En la Vida de Santa Catalina de Sena, en la de San Francisco Javier
y en las de muchos otros santos encontrarás la descripción de semejantes incidentes.
La historia profana abunda también en narraciones referentes a hombres y mujeres
extraordinarios y me limitaré a recordarte la historia de Juana de Arco, que poseyó
dones espirituales, la de Jacobo Boehme, el inculto zapatero iluminado por la sabiduría divina.
No cabe nada más absurdo que disputar sobre estos puntos con un escéptico o
materialista que niega su posibilidad. Equivale a disputar acerca de la existencia de
la luz con un ciego de nacimiento, pues un tribunal de ciegos no puede fallar sobre
si existe o no la luz. Sin embargo, ha existido y existe y aunque podemos dar a los
ciegos idea de la luz, no se lo podemos probar mientras
permanezcan ciegos a la razón y a la lógica.
En muchos países ha degradado a las gentes la civilización moderna, hasta el punto de
que todos los afanes se cifran en el dinero, como medio de satisfacer sus apetitos pasionales.
Sin embargo, las gentes pasionales no son felices. Viven inquietas y ansiosas, corriendo
siempre tras ilusiones que se desvanecen al tocarlas, o que suscitan deseos
más violentos hacia otras ilusiones.
Pero afortunadamente hay otros en quienes la chispa divina de la espiritualidad no está
velada por la niebla del materialismo y, en algunos, la chispa se ha convertido en llama
por el soplo del Espíritu Santo, e ilumina sus mentes y esclarece sus cuerpos físicos de
modo tal, que aun el somero observador advierte el extraordinario carácter de dichas personas.
Las hay en distitntas partes del mundo y constituyen una Fraternidad que pocos conocen
ni conviene divulgar noticias de ella, porque excitarían la envidia y cólera de los
ignorantes y malvados, poniendo en actividad una fuerza hostil contra ellos.
Sin embargo, como deseas conocer la verdad, no por curiosidad frívola, sino para
andar su camino, me es permitido darte las noticias siguientes:
Los Hermanos de quienes hablamos viven desconocidos del mundo: la historia
nada sabe de ellos y, sin embargo, son la flor de la humanidad. Cuando se hayan
convertido en polvo los monumentos erigidos en honor de los conquistadores;
cuando hayan desaparecido reinos y tronos, vivirán todavía estos elegidos. Llegará
el tiempo en que el mundo se convenza de la inanidad de lo ilusorio y tan sólo estime
lo digno de aprecio. Entonces se conocerá la existencia de los Hermanos y se
apreciará su sabiduría. Los nombres de los magnates de la tierra están inscritos
en el polvo. Los de éstos, Hijos de la Luz, inscritos están en el Templo de la Eternidad.
Te daré a conocer a estos Hermanos y podrás ser como ellos.
Estos Hermanos están iniciados en los misterios de la religión, pero no pertenecen a
ninguna sociedad secreta, como las que profanan lo sagrado, con ceremonias externas
y cuyos miembros presumen de iniciados. ¡No! Unicamente el espíritu de Dios puede
iniciar al hombre en la Sabiduría Divina e iluminar su mente. El hierofante sólo puede
guiar al candidato al altar en que arde el fuego divino; pero el candidato ha de llegar
por su propio pié al altar y si desea ser iniciado, debe hacerse digno de los dones
espirituales y beber en la fuente que para todos existe y de la cual únicamente
queda excluído el que a sí mismo se excluye.
Mientras los ateos, materialistas y escépticos de la civilización moderna falsean la
palabra "filosofía", con objeto de preconizar como sabiduría divina las lucubraciones
de sus cerebros, los Hermanos viven tranquilamente bajo la influencia de una luz
potente y construyen para el eterno espíritu un templo que permanecerá despúes de
la destrucción de los mundos. Su labor consiste en cultivar las potencias del alma.
No les afecta el torbellino del mundo ni sus ilusiones. Leen las letras vivientes de
Dios en el misterioso libro de la Naturaleza. Reconocen y gozan de las armonías divinas
del universo. Mientras los sabios del mundo rebajan a su nivel intelectual y moral
todo lo sagrado y exaltado, estos Hermanos ascienden al plano de la luz divina y
encuentran en él todo cuanto en la Naturaleza es bueno, verdadero y bello. No se
limitan a creer, sino que conocen la verdad por contemplación espiritual, por fe viva y
sus obras están en armonía con su fe, porque obran bien,
por amor al bien y saben qué es el bien.
No creen que por la verbal profesión de una creencia sea un hombre cristiano
verdadero, sino que para ello es necesario convertirse en Cristo, sobreponerse a la
personalidad y resumir en el seno del divino Ego, todo cuanto existe en el cielo y tierra
. Es un estado inconcebible para quien no lo ha alcanzado. Significa una condición en
la que el hombre es, efectiva y conscientemente, el templo donde reside la Trinidad
Divina con todo su poderío. Unicamente en el radiante principio, que llamamos Cristo
y que otras naciones conocen con otros nombres, podemos encontrar la verdad. Entra
en esta luz y conocerás a los hermanos que en ella viven. Es el santuario de todos los
poderes y medios llamados sobrenaturales, que proporcionan a la humanidad la
energía necesaria para reanudar el lazo, hoy quebrantado, que en remotas épocas
unía al hombre con la Fuente divina de la que procede. Si los hombres reconociesen
la dignidad de su alma y la posibilidad de sus latentes facultades, el deseo tan sólo
de conocerse a sí mismos les infundiría respetuoso temor.
Sólo hay un Dios, una verdad, una ciencia y un camino que a Dios conduce. A
este camino se le llama religión y, por lo tanto, sólo existe una religión verdadera,
aunque hay mil confesiones diferentes. Todo cuanto se necesita para conocer a
Dios está en la Naturaleza. Todas las verdades que la suprema religión puede enseñar,
han existido desde el principiio del mundo y existirán hasta que el mundo acabe. En todas
las naciones del mundo ha brillado siempre la luz en las tinieblas, a pesar de que
las tinieblas no la han comprendido. En algunos puntos la luz ha sido muy brillante y
en otros menos, según la facultad receptiva del pueblo y la pureza de su voluntad
. Donde hubo mucha receptividad, apareció con vivísimo resplandor y la percibieron
más claramente las gentes. La verdad es universal y nadie puede monopolizarla.
Los misterios más augustos de la religión, como la Trinidad, la Caída del hombre o
descenso de la mónada humana, su Redención por el amor, etc., se encuentran en
los antiguos sistemas religiosos así como en los modernos. Su conocimiento es el
conocimiento del universo, la Ciencia Universal, infinitamente superior a las ciencias
profanas que, si bien alcanzan los ínfimos pormenores de la existencia, no llegan a
comprender las universales verdades en que toda existencia se funda y aún las
desdeñan, porque sus ojos están ciegos a la luz del espíritu.
Las cosas externas pueden examinarse con la luz externa. Las especulaciones
intelectuales requieren la luz de la inteligencia. Pero la luz del espíritu es indispensable
para percibir las verdades espirituales y una luz intelectual sin iluminación
espiritual, sumirá a los hombres en el error. Quienes anhelan conocer verdades
espirituales, han de buscar la luz en su interior, pues no la obtendrán por ceremonias
externas. Unicamente cuando en sí mismos hayan encontrado a Cristo, serán cristianos.
Esta era la religión práctica, la ciencia y sabiduría de los antiguos sabios, mucho tiempo
antes de aparecer el Cristianismo. Era también la religión práctica de los primitivos
cristianos, que estaban iluminados espiritualmente como verdaderos discípulos
de Cristo. A medida que el Cristianismo se fué vulgarizando, se tergiversaron sus
enseñanzas con falsas interpretaciones y los símbolos sagrados perdieron su
verdadera significación. Las organizaciones eclesiásticas inventaron ritos y
ceremonias y los fraudes eclesiásticos y un morboso misticismo usurparon el
trono de la verdadera religión. Los hombres han destronado a Dios y se han sentado
en el trono. La ciencia de estos hombres no es sabiduría. Sus experiencias no van más
allá que sus sensaciones corporales. Su lógica se funda en argumentos falsos. Jamás
han conocido las relaciones entre el Infinito Espíritu y el hombre finito. Se arrogan
poderes divinos e inducen a los hombres a que vean en ellos la luz que, únicamente
está en el ego divino. Engañan a las gentes con falsas esperanzas y les dan una
falsa seguridad que conduce a la perdición.
Tal es la consecuencia del poderío material que las modernas iglesias han alcanzado.
Demuestra la historia que, según aumenta el poder material de una iglesia, disminuye
su poder espiritual. Ya no puede decir que "no posee oro ni plata", ni tampoco es
capaz de decir a un inválido, a un impedido: "Levántate y anda".
Decaerán los antiguos sistemas religiosos si no se les infunde nueva vida. Su
ineficacia está evidenciada por la universal difusión del materialismo, escepticismo
y libertinaje. No puede reavivarse la religión intensificando el poder y autoridad
material del clero, se le ha de infundir en su mismo centro. El amor es el poder central
que da vida a todas las cosas y a todas pone en movimeinto. Sólo por el amor puede
una religión ser fuerte y duradera. Una religión fundada en el amor universal de la
humanidad contendría los elementos de la religión universal.
A menos que el principio de amor sea prácticamente reconocido por la iglesia, no
habrá en su seno verdaderos cristianos ni adeptos y los poderes espirituales que
los clérigos pretenden poseer existirán tan sólo en su imaginación. Cese el clero de
las distintas denominaciones de excitar el espíritu de intolerancia, desista de invitar
al pueblo a la guerra y a la sangre, a disputas y querellas. Reconozca que todos los
hombres, pertenezcan a la nación que pertenecan y profesen la religión que profesen,
tienen un mismo origen y les aguarda un mismo fin, pues todos son esencialmente
idénticos, diferenciándose meramente por sus condiciones externas. Cuando
la iglesia anteponga el interés de la humanidad a sus intereses temporales, recobrará
su poder interno y contará de nuevo con adeptos y santos. Recobrará los dones
espirituales y se reproducirán los milagros, más a propósito que todas las
especulaciones teológicas para convencer a la humanidad de que más allá del
reino sensible de la ilusión material, existe un Poder Supremo universal y
divino y que se divinizan quienes con este Poder se identifican.
La verdadera religión consiste en el reconocimiento de Dios, pero a Dios sólo
se le puede conocer por medio de su manifestación y aunque toda la naturaleza
es una manifestación de Dios, el grado superior de esta manifestación es la divinidad
en el hombre. Unir al hombre con Dios, deificarlo, es el fín de la religión y el reconocer
la divinidad en todo hombre es el medio para lograr aquel fin. El reconocimeinto de
Dios significa el reconocimiento del universal principio de amor divino. Quien reconoce
plenamente este principio, abre sus sentidos internos e ilumina su mente la sabiduría
espiritual y divina. Cuando todos los hombres alcancen esta cumbre divina, la
luz del espíritu iluminará al mundo como ahora lo alumbra la luz del sol. Entonces
la sabiduría substituirá a la duda, la fe a la creencia y el amor universal al amor
personal. Entonces prevalecerán en la Naturaleza y en el hombre la majestad
del Dios universal y la armonía de sus leyes. Y en las joyas que adornan el trono
del Eterno y que los Adeptos conocen, resplandecerá la luz del Espíritu.
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