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RECOLECIONES DE UN MISTICO: CAPÍTULO XII...UN SACRIFICIO VIVIENTE
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De: moriajoan  (Mensaje original) Enviado: 23/05/2010 13:21

 

UN SACRIFICIO VIVIENTE

Volúmenes y más volúmenes o, mejor aún, muchas librerías se han escrito

para explicar la naturaleza de Dios, pero es probablemente una experiencia

universal la de que cuando más se leen las explicaciones ajenas, menos se

comprende el asunto. Existe una descripción dada por el inspirado apóstol

Juan, al escribir: Dios es Luz, la que es tan iluminadora para nuestra mente

como las demás oscurecedoras.

Quienquiera que medite sobre este pasaje le espera, oportuna y seguramente,

un excelente premio, pues no importa cuantas veces tomemos como objeto de

meditación este pensamiento, nuestro propio desarrollo, según pasan los años,

nos asegura cada vez una más completa y mejor comprensión. Cada vez que

nos absorbemos en estas tres palabras nos bañamos en un manantial espiritual

de profundidad inestinguible y cada vez sucesiva sondeamos más

completamente las divinas profundidades y nos acercamos más a nuestro

Padre Celestial.

Para reanudar nuestro relato, retrocedamos a aquella época de nuestras

existencias anteriores, la cual nos dará la dirección de nuestra futura línea de

progreso.

La primera vez que nuestra conciencia se dirigió hacia la luz fue poco después

de haber sido provistos de la mente y de haber entrado definitivamente en

nuestra evolución como seres humanos en la Atlántida, la tierra de la niebla,

en los más profundos valles de nuestro planeta, donde la caliente niebla

emitida por la tierra, al enfriarse, flotaba como una densa nube sobre la Tierra.

Entonces no veíamos las estrelladas alturas del universo, sin que tampoco la

luz plateada de la Luna pudiese penetrar en la densa y nebulosa atmósfera, que

pendía sobre aquella antigua tierra. Hasta el esplendor ígneo del Sol estaba

totalmente extinguido, pues cuando consultamos la Memoria de la Naturaleza

perteneciente a aquellos tiempos, nos aparece muy semejante a la luz de un

arco voltaico en lo alto de un poste en un día que haya niebla. La oscuridad era

muy acentuada y tenía un aura de varios colores muy similar a los que se

observan alrededor de un arco voltaico.

Pero esta luz tenía una fascinación. Los antiguos atlantes aprendieron de los

divinos Jerarcas que vivían entre ellos, a aspirar a la luz y como la vista

espiritual estaba en decadencia ya (hasta los mensajeros, o Elohim, eran

percibidos con dificultad por la mayoría) ellos aspiraban más y más

ardientemente a la nueva luz, temiendo la oscuridad, que ya habían

descubierto, gracias al regalo recibido de la mente.

Ocurrió entonces el inevitable diluvio al enfriarse y condensarse la niebla. La

atmósfera se esclareció y el "pueblo elegido" fue salvado. Aquellos que habían

trabajado interiormente, aprendiendo a construir los órganos necesarios para

respirar en una atmósfera tal como la que tenemos hoy, sobrevivieron y

vinieron a la luz. No fue una selección arbitraria; el trabajo del pasado

consistió en construir un cuerpo. Aquellos que sólo disponían de agallas,

semejantes a las de los fetos en su desarrollo pre-natal, estaban tan poco

apropiados fisiológicamente para entrar en la nueva era, como el feto lo estaría

para nacer, si no se construyese los pulmones. Moriría como murieron

aquellas gentes cuando la atmósfera hizo inútiles las agallas.

Desde el día en que salimos de la antigua Atlántida, nuestros cuerpos han

estado completos prácticamente, es decir, que no han sido añadidos nuevos

vehículos; pero desde aquel entonces y a partir de ahora los que quieran seguir

la luz han de batallar por el desarrollo del alma. Los cuerpos que hemos

cristalizado alrededor nuestro han de ser disueltos y la quintaesencia de la

experiencia extraída de ellos ha de ser añadida y amalgamada, como "alma", al

espíritu, para llevarle de la impotencia a la omnipotencia. Por consiguiente, el

Tabernáculo en el Desierto fue dado a los antiguos y la luz de Dios descendió

hasta el Altar del Sacrificio. Esto tiene un gran significado: El "ego" había

descendido hasta dentro de su tabernáculo, el cuerpo. Todos conocemos la

tendencia del instinto primitivo hacia el egoísmo y si hemos estudiado la ética

más elevada sabremos cuán subversivo para el bien es la indulgencia de la

tendencia egoísta; en consecuencia, Dios colocó inmediatamente delante del

género humano la Divina Luz sobre el Altar del Sacrificio.

En este altar se veían forzados por la horrenda necesidad a ofrecer sus más

preciados bienes por cada transgresión cometida, puesto que Dios se les

aparecía como un vigilante severo cuyo enojo era peligroso provocar. Pero

aún así y todo la Luz les guiaba. Aprendieron entonces que era fútil intentar

escapar a la mano de Dios. Sin haber escuchado las palabras de Juan "Dios es

luz" habían conocido ya de los cielos en cierta medida, el significado de

infinidad, calculada por el reino de la luz, pues oímos a David exclamar:

"¿Dónde iré fuera de tu Espíritu...? o ¿dónde volaré lejos de tu presencia..? Si

me remonto a los cielos, tú estás allí. Si hiciera mi lecho en el infierno, allí

estarías tú. Si en las alas de la mañana partiera a las lejanías más separadas del

mar, aún allí tu mano me conduciría y tu diestra me sujetaría. Si me dijera,

ciertamente las sombras me cobijarán, hasta en la noche habría luz a mi

alrededor. En verdad, las tinieblas no me ocultarían de Ti, porque la noche

brilla como el día, pues las tinieblas y la luz son ambas como Tú".

Cada año que transcurre, con la ayuda de mayores telescopios, que la

ingenuidad y la habilidad mecánica de los hombres han permitido construir

para atravesar las profundidades del espacio, es más evidente que la infinidad

de la luz nos enseña la infinidad de Dios. Cuando escuchamos que "el hombre

gustaba de las sombras más bien que de la luz a causa de que sus actos eran

malos", vemos que también se amolda, por desdicha, a lo que conocemos

como hechos actuales, e ilumina para nosotros la naturaleza de Dios; pues...

¿no es verdad que nos sentimos siempre en peligro en la oscuridad y que en

cambio la luz nos da una sensación de seguridad análoga al sentimiento de un

niño que nota la mano protectora de su padre...?

El siguiente paso dado por Dios en su trabajo por nosotros, fue el volver

permanente esta condición de estar en la luz, culminado por el nacimiento de

Cristo, quien, como presencia corpórea del Padre, llevaba cerca de sí esta Luz,

pues la Luz vino al mundo para que quienquiera que creyese en Cristo no

pereciera, sino que tendrá una vida imperecedera. El dijo: "Yo soy la Luz del

Mundo". El altar en el Tabernáculo ilustró el principio del sacrificio como

medio de regeneración y así Cristo dijo a sus discípulos: "No existe un hombre

cuyo amor haya sido más grande que el de aquel que da la vida por sus

amigos. Vosotros sois mis amigos". Desde entonces empezó su sacrificio, que,

contrariamente a la opinión ortodoxa admitida, no fue consumado en unas

cuantas horas de sufrimiento físico en lo alto de una cruz, sino que es tan

perpetuo como lo fueron los sacrificios hechos sobre el altar del Tabernáculo

en el Desierto, puesto que implica un descendimiento anual a la tierra y

soporta todo lo dolorosas que deben ser las condiciones de la tierra para tan

gran espíritu.

Esto ha de continuar hasta que hayan evolucionado un número suficiente para

sobrellevar la carga de esta densa masa de tinieblas que llamamos Tierra y que

gravita sobre el cuello de la humanidad como una pesada rueda de molino,

impidiendo un mayor desarrollo espiritual. Hasta que aprendamos a seguir "en

sus pasos", no podremos elevarnos más hacia la Luz.

Se dice que cuando Leonardo de Vinci hubo terminado su famoso cuadro "La

última cena" preguntó a un amigo qué le parecía el cuadro.

El amigo miró la pintura con aire crítico unos minutos y dijo:

"Me parece que habéis cometido un error al pintar los cubiletes con que beben

los apóstoles tan ornamentales y parecidos al oro. Las gentes de su condición

no beberían en vasos tan costosos".

Leonardo de Vinci, entonces borró los cubiletes que pintara y que habían

motivado la crítica de su amigo, pero no fue sin dolor de su corazón, pues

había pintado aquel cuadro con su alma más bien que con sus manos y había

rogado para que trajese un mensaje al mundo. Había puesto toda la grandeza

de su arte y la inmensa devoción de su alma en aquel esfuerzo para pintar un

Cristo que hablase, para que condujese al hombre a emular sus hechos.

Miradle sentado a la mesa del festín, La incorporación de la Luz, diciendo

aquellas maravillosas, místicas palabras: Este es mi cuerpo, esta es mi sangre,

dado por vosotros, un sacrificio viviente.

En el período pasado de nuestro camino espiritual hemos estado buscando una

luz exterior para nosotros, pero hemos llegado al punto en que hemos de

buscar la luz de Cristo dentro de nosotros mismos, y emularle haciendo de

nosotros mismos "sacrificios vivientes" como él lo está haciendo. Hay que

tener presente que cuando el sacrificio que espera delante de nuestra puerta

parece placentero y es de nuestro gusto, cuando creemos en poder escoger el

trabajo "en la viña del Señor" y hacer el que mejor nos plazca, no hacemos un

verdadero sacrificio cual lo hizo El, así como tampoco lo llevamos a cabo

cuando somos vistos de los demás y aplaudidos por nuestra benevolencia.

Pero cuando estamos dispuestos a seguirle desde la mesa del festín donde El

era el huésped de honor entre amigos, hasta el jardín de Getsemaní donde

estuvo solo y en lucha con el gran problema que tenía delante de Sí mientras

sus amigos dormían, entonces sí que hacemos un sacrificio viviente.

Cuando estamos satisfechos de seguir "en Sus pasos" al punto del sacrificio

propio en que podemos decir desde lo más íntimo de nuestros corazones, "Tu

voluntad y no la mía", entonces seguramente tenemos la Luz dentro de

nosotros y nunca más existirá desde aquel instante para nosotros lo que

entendemos por tinieblas. Caminaremos en la Luz.

Este es nuestro glorioso privilegio y la meditación sobre las palabras del

apóstol "Dios es Luz" nos ayudará a realizar este ideal, siempre que a nuestra

fe añadamos actos, trabajos, y éstos digan por nosotros como dijo el Cristo de

Leonardo: "Este es mi cuerpo y esta es mi sangre", un sacrificio viviente sobre

el altar de la humanidad.

 

 

 

 

 

 
 


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