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RECOLECIONES DE UN MISTICO: CAPÍTULO XVI ... EL SONIDO, EL SILENCIO Y EL DESARROLLO DEL ALMA
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: moriajoan  (Mensaje original) Enviado: 25/05/2010 09:04
 

 Dvorak Cello Concerto : Rostropovich Part 1

 

Los estudiantes sinceros de la ciencia del alma se sienten naturalmente

ansiosos de desarrollar su gracia a fin de cooperar mejor en el Gran Trabajo de

la elevación del Género Humano. Siendo modestos y humildes experimentan,

sin embargo, en demasía la amplitud de sus defectos y frecuentemente,

mientras meditan acerca de los medios de facilitar el progreso, se preguntan:

¿Qué es lo que lo impide? Algunos de ellos, especialmente en tiempos

pasados, cuando la existencia no era tan intensamente vivida como lo es en

estos días, observaban que la vida ordinaria entre la humanidad de aquel

entonces tenía sus inconvenientes. Para vencerlos y adelantar su desarrollo

anímico se retiraban de la comunidad a un monasterio o a las montañas donde

podían entregarse sin estorbo alguno a su existencia espiritual.

Sabemos, no obstante, que no es este el camino. Está demasiado bien

establecido en las mentes de nuestros aspirantes que si huímos hoy de una

experiencia, mañana se nos enfrentará nuevamente, y que la palma de la

victoria se gana conquistando al mundo, pero nunca huyendo de él. El

ambiente en que hemos sido colocados por los Ángeles del Destino fue

escogido por nosotros mismos en la vuelta del ciclo de nuestra vida en el

Tercer Cielo, siendo entonces espíritus puros, no oscurecidos por la materia

que nubla ahora nuestra visión. De aquí que este ambiente sea indudablemente

el que puede proporcionarnos las lecciones que necesitamos y cometeríamos

una seria equivocación tratando de escapar a sus pruebas.

Pero hemos recibido una mente con un propósito determinado, el de razonar

acerca de las cosas y condiciones, de manera que podamos discernir entre lo

esencial y lo no esencial, entre aquello que tiene la misión de estorbar con el

propósito de enseñarnos una virtud, venciéndolo, y aquello otro que es un

obstáculo invencible que hace vibrar nuestra sensibilidad y arruina nuestro

sistema nervioso sin ganancia alguna espiritual, en compensación.

Nos será altamente beneficioso aprender a diferenciar estos motivos para la

conservación de nuestras fuerzas aceptando solamente aquello que debamos

soportar o vencer para la seguridad de nuestro bienestar espiritual.

Ahorraremos, entonces, incontable energía y experimentaremos mayor deleite

en seguir métodos más provechosos que los que ahora seguimos. Los detalles

de este problema difieren en cada existencia; sin embargo, existen ciertos

principios generales que aprovechará a todos nosotros comprender y aplicarlos

a nuestras vidas, y entre ellos está el efecto del silencio y del sonido en el

desarrollo anímico.

A primera vista podrá sorprendernos la afirmación hecha de que el sonido y el

silencio son factores muy importantes en el desarrollo del alma, pero

examinando atentamente el asunto veremos prontamente que no es ningún

pensamiento descabellado. Consideremos primeramente la gráfica expresión,

"la guerra es el infierno" y procuremos imaginarnos una escena guerrera.

La visión es aterradora y mucho más para aquellos que ven con clara mirada

espiritual, que para los que se limitan a su mirada física, porque éstos pueden

cerrar sus ojos a aquel espectáculo si así lo quieren, pero todo el horror del

cuadro pesa fuertemente sobre el corazón del Auxiliar Invisible que no

solamente oye y ve, sino que siente en su propio ser la angustia y el dolor de

todos los que a su vera sufren, como Parsifal sentía en su corazón la herida de

Amfortas, el rey herido del Grial. En efecto, sin este íntimo e intenso

sentimiento de unidad con el que está sufriendo, no puede haber curación ni

existe ayuda, ni socorro algunos.

Pero hay una cosa a la que no se puede escapar, la terrible expansión de las

granadas, el ronco rugido del cañón, el violento traqueteo de las

ametralladoras, las quejas de los heridos y los juramentos y blasfemias de

cierta clase de los actores. No creemos necesario insistir más para sentar la

afirmación de que éste es realmente un "ruido infernal" y tan subversivo para

el desarrollo anímico como pueda ser imaginado. El campo de batalla es el

último lugar que puede escoger cualquiera que esté en su cabal juicio para

desarrollar su alma, aunque no debe olvidarse que muchos resultados

excelentes se han obtenido por medio de sacrificios nobles en ella realizados;

pero estos resultados se han obtenido "a pesar" de aquella condición y no "a

consecuencia " de ella.

Por otra parte, imaginamos un templo colmado de acordes de un canto

Gregoriano o una oratoria Handeliana, sobre la cual las oraciones del alma

aspirante vuelan en su camino hacia el Autor de nuestro Ser. Aquella música

puede ciertamente ser llamada "paradisíaca" y la Iglesia mencionada ofrece

una condición ideal para el desarrollo del alma, pero si permaneciésemos en

ella constantemente, olvidando nuestros deberes, fracasaríamos, "a pesar" de

esta condición ideal.

Nos queda, por consiguiente, un solo método, es decir, detenernos entre el

estrépito del campo de batalla de este mundo esforzándonos en extraer de las

peores condiciones el material del desarrollo anímico, por medio de servicios

llenos de desprendimiento y al mismo tiempo construir en nuestro más remoto

interior un santuario lleno de esta música silente que suena en el alma servicial

como un manantial de elevación por encima de todas las vicisitudes de la

existencia terrena. Poseyendo esta "Iglesia viviente" en nuestro interior,

siendo, de hecho, por esta condición "templos vivientes", podemos entrar en

cualquier momento, cuando nuestra atención no esté legítimamente aplicada a

asuntos temporales, a este edificio espiritual en cuya construcción no han

intervenido manos algunas y bañarnos en su armonía. Podemos hacer esto

muchas veces al día, restaurando así y continuamente la armonía que haya

sido perturbada por las discordias del vivir cotidiano.

¿Cómo edificaremos, entonces, este templo y cómo lo llenaremos con la

celestial música que tanto deseamos...? ¿Qué nos ayudará y qué nos será un

estorbo...? He aquí las preguntas que requieren una solución práctica y hemos

de esforzarnos en buscar en nuestras respuestas la llaneza y la práctica posible

puesto que se trata de un asunto de interés vital. Las cosas "más

insignificantes" son especialmente importantes, pues el neófito necesita tomar

en consideración hasta las más sutiles cosas.

Si encendemos un fósforo en medio de un fuerte viento se apagará

seguramente, aunque la llama haya prendido con toda facilidad; pero si la

acercamos a un matorral y le permitimos que se encienda con una relativa

calma, un viento fuerte que pudiera sobrevenir aumentaría la llama en vez de

extinguirla. Los Adeptos o las Almas Grandes, pueden permanecer serenos

bajo condiciones que serían subversivas para aspirantes ordinarios y de aquí

que deban siempre usar del discernimiento y no exponerse innecesariamente a

condiciones subversivas para el desarrollo del alma; lo que más que nada

necesitan éstos es equilibrio y nada es tan antianímico a aquella condición

como el ruído.

Es innegable que nuestras comunidades son "manicomios" y que tenemos un

legítimo derecho a escapar a algunos ruidos, si nos es posible, tales como el

chirrido que causan los tranvías al dar las curvas. No es necesario que vivamos

en una esquina tal, con detrimento para nuestros nervios o que nos estorba

para la concentración; pero si tenemos un niño enfermo, llorando, que reclama

nuestra atención día y noche, no importa en la forma que afecte a nuestros

nervios, no tenemos derecho, a la vista de Dios ni de los hombres, de escapar

de atenderle o de olvidarnos de él con la idea de concentrarnos. Estas cosas

son perfectamente claras y causan un asentimiento instantáneo, pero lo que

más ayuda o impide son, como queda dicho, las cosas que son insignificantes,

que escapan enteramente a nuestra atención. Si fueramos a enumerarlas, quizá

provocarían una sonrisa de incredulidad, pero si se ponderan y se practican

conquistarán pronto el asentimiento, pues juzgadas por la fórmula de que "por

sus frutos les conoceréis" ellas producirán tales resultados que rehabilitarán

nuestra afirmación de que "el silencio es una de las mayores ayudas para el

desarrollo del alma" y debe ser practicado, por lo tanto, por el aspirante en su

casa, en su conducta personal, en sus paseos, en sus hábitos, y, por paradójico

que parezca, hasta en su conversación.

Es una prueba del beneficio de la religión el que da la felicidad a la gente, pero

la mayor dicha es usualmente demasiado profunda para una expresión externa.

Llena todo nuestro ser tan enteramente que llega a parecer pavoroso, y una

conducta ruidosa y extemporánea nunca puede aliarse con aquella felicidad

cierta, puesto que es un signo de la mayor superficialidad. La voz alta, la risa

grosera, las maneras ruidosas, los taconazos ruidosos que suenan como

martillos, los portazos y el ruido de la vajilla son atributos del grosero y

vulgar, pues ama el ruido, cuanto más alegre mejor, ya que excita su cuerpo de

deseos. Para su gusto la música sacra es una anatema; una ruidosa orquesta

con "jazz-band" le es preferible a cualquier otro entretenimiento y cuanto más

salvaje y grotesca resulte la danza, mejor. Pero es bien diferente, o debe serlo,

para el aspirante a la vida superior.

Cuando el Niño Jesús fue perseguido por Herodes con criminales intentos, su

seguridad se basó en la huída y su poder para desarrollarse y cumplir su

misión. Similarmente cuando Cristo nace dentro de un aspirante puede

preservar mejor su vida espiritual huyendo del ambiente de los degenerados en

el cual estos casos inconvenientes se practican y buscando un sitio entre otros

de ideales semejantes, siempre que tenga libertad para obrar así; pero si ocupa

un puesto en una familia colocada bajo su responsabilidad, es su deber el

luchar para alterar las condiciones y mejorarlas por medio del ejemplo y del

precepto, particularmente por el ejemplo, con el objeto de que llegue un día en

que reine por toda su casa aquella refinada atmósfera que respire armonía y

fortaleza. No es esencial para el bienestar de los niños el permitirles que griten

hasta desgañitarse o que corran desaforados por toda la casa, dando portazos y

estropeando el mobiliario en su loca carrera; por el contrario, esto es

verdaderamente detrimental, pues les enseña a no tener en cuenta los

sentimientos ajenos por su propia satisfacción. Les será mucho más

beneficioso que la madre procure que tengan en el calzado tacones de goma y

les enseñe a dejar su algarabía para el campo, para cuando jueguen al aire

libre, y que en la casa lo hagan tranquila y silenciosamente, cerrando las

puertas con delicadeza y hablando en un moderado tono de voz como

justamente lo hacen o deben hacerlo los padres.

Durante nuestra niñez es cuando empezamos a arruinar nuestro sistema

nervioso, que después en años ulteriores, nos atormenta e irrita, y de este

modo si enseñamos a nuestros hijos la lección indicada más arriba, les

ahorraremos muchas molestias y sinsabores en la vida, al mismo tiempo que

facilitamos el crecimiento de nuestra misma alma. Quizá sean necesarios años

para reformar una familia de tales, a primera vista, faltas triviales y lograr un

ambiente que conduzca al desarrollo anímico, especialmente si los niños se

encuentran ya en edad adulta y se resisten a reformas de esta naturaleza, pero

es sumamente importante el intento. Nosotros podemos y, "debemos", en

último término, cultivar la virtud del silencio en nosotros mismos o de lo

contrario nuestra elevación de alma no será muy grande. Acaso si miramos el

asunto desde un punto de vista oculto en relación con este importante

vehículo, el "cuerpo vital", el objeto perseguido se aclarará mucho por

necesidad.

Sabemos que el cuerpo vital se halla siempre almacenando fuerza en el cuerpo

físico que debe ser utilizada en esta "escuela de experiencia" y que durante el

día el cuerpo de deseos está constantemente disipando esta energía en acciones

que constituyen la experiencia que eventualmente se transmuta en desarrollo

del alma. Hasta aquí santo y muy bueno, pero el cuerpo de deseos tiene una

tendencia a excederse si no se le contiene con fuerte rienda. Se revela en un

movimiento sin restricciones, cuanto más locuras tanto mejor para él y si no se

le contiene hará al cuerpo silbar, cantar, saltar, danzar y un sinnúmero de cosas

innecesarias e indignas que son muy perjudiciales para el desarrollo del alma.

Mientras se halla en tal estado de desarmonía y discordia, la persona está ciega

para las ocasiones espirituales del mundo físico y por la noche, cuando

abandona su cuerpo, el proceso de la restauración del cuerpo de deseos

consume casi todo el tiempo del sueño, dejando muy poco, si deja alguno,

para el trabajo allí, aun cuando la persona tenga la inclinación y piense

seriamente en hacer este trabajo.

Por lo tanto, debemos por todos los medios volar de los ruidos que no

tengamos necesidad de oír y cultivar personalmente el silencio y caritativo

ademán, la voz moderada, la marcha silenciosa, la presencia oportuna y todas

las demás virtudes que contribuyen a la armonía, pues entonces el proceso de

restauración se efectúa rápidamente y quedamos libres la mayor parte de la

noche para trabajar en los mundos invisibles y ganar un poder de alma grande.

Recordemos que en este intento de progreso y purificación, no nos debemos

desalentar por nuestros fracasos momentáneos y ocasionales, pensando en la

admonición de San Pablo para continuar con persistente paciencia en el bien

obrar.

 
 


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