La transformación y adiestramiento de nuestra mente es un proceso permanente que no sólo afecta a la propia persona, sino que también repercute en todos órdenes de la vida manifiesta.
El Universo y nosotros con él, vivimos sometidos a la Ley de Impermanencia, un principio que nos recuerda que la energía no se destruye sino que se transforma. En virtud de tal principio, experimentamos la sensación de atravesar ciclos y momentos frontera en los que, de pronto, sabemos que estamos dejando atrás formas mentales viejas. Es un momento de la vida en el que se liberan viejos apegos, se disuelven relaciones que ya no apoyan el crecimiento y se ajustan maneras de emocionarse que ya no funcionan.
En cada nueva apertura, cuando vivimos una pequeña prueba, sucede que aquellos patrones de pensamiento que ya han quedado caducos, curiosamente se desprenden sin esfuerzo, tal y como lo hacen las hojas del otoño ante una brisa cualquiera. Pronto nos damos cuenta de que son escalones de un proceso de renovación en el que todavía no se sabe como será lo nuevo, aunque sí se reconoce, honra y agradece lo que de nosotros se aleja.
En tales tiempos, intuimos que el crecimiento interior demanda vaciarse para renovar. Y cuando esto sucede, sabemos, desde lo más profundo que ha llegado el tiempo de resolver los asuntos pendientes, y observar como se disuelven restos sutiles de rencor, miedo e inseguridades que todavía latían en las propias moradas. Uno siente que ya es hora de vaciar los armarios físicos y mentales porque el aroma de lo nuevo está llamado a nuestra puerta. Cuando nos damos cuenta de la presencia de tales síntomas, uno se pregunta “¿qué puedo hacer para apoyar este proceso?”. La respuesta llega sola al señalar que para avanzar, conviene desviar la atención de lo viejo y enfocar lo que se intuye y desea. Todo un puente observado desde ese espacio de serenidad y amplitud en el que uno es, aunque a veces no lo creamos.
Vivimos un tiempo histórico en el que somos testigos de uno de los cambios más increíbles de la vida sobre el Planeta. Asistimos, no sin asombro, a la apertura de miles de crisálidas humanas que nacen a un más amplio nivel de consciencia. Se trata de un salto evolutivo por el que el Homo Sapiens deviene Homo Lucens y por el que el “pequeño yo” se expande, integrando todo lo que antes era “lo otro” y ahora, simplemente, es corriente de consciencia.
Ante esta mutación silenciosa que, sucediendo de “uno en uno”, viene acompañada de perturbación y crisis, uno sabe que el miedo al cambio es tan sólo apego y memoria. En realidad, conviene soltar y fluir como lo hace el río que resbala con sus aguas, recordando que cuando cerramos una puerta, el Universo no tarda en abrir otra más amplia. Somos el testigo que observa ecuánime cómo la vieja persona queda atrás, mientras emerge la nueva sutileza.
Son tiempos en los que conviene dejar partir a los que ya no están en el nuevo camino, confiando y permitiendo venir a compañeros, todavía desconocidos, con los que se intuyen puertas abiertas. El viejo modelo comienza a parecer más estrecho, y un nuevo y más amplio giro espiral se despliega. Uno sabe que es apertura y observa cómo se desprenden apegos que, en realidad, ya nada aportan. La búsqueda finaliza. ESO nos encuentra.
Sólo cerrando las puertas detrás de uno, se abren ventanas del porvenir. Francoise Sagan.
María Inés