El Maestro le miró muy fijamente, sonrió y dijo: “En verdad os digo, queridos míos, que en este hermano vuestro se esconde una gran sabiduría; pues acertado ha sido su observación. Aprended de él, de sus conocimientos, ya que en él ya se encuentra una gran enseñanza por la madurez de su Espíritu.” El alumno crecía de orgullo ante las palabras que dirigía su Maestro y en su evidente vanidad no podía ocultar su visible satisfacción por los halagos que recibía. Pero, súbitamente, el Maestro silenció su retórica adulación y trasmutando su rostro, se encendió de enojo y le gritó ante todos los demás: “¡No eres más que un pobre ignorante! ¡márchate ahora mismo de aquí!. No se hizo la miel para la boca del asno, no mereces las enseñanzas que te estoy trasmitiendo.” El discípulo se quedó petrificado, nunca había visto a su Maestro de tal talante. Sin poder remediarlo montó en cólera y con gran indignación profirió humillado: "No soy un ignorante y tu no tienes derecho a humillarme de ese modo; no he hecho daño a nadie por ser un incrédulo ante tus argumentos.” Entonces, el Maestro se acercó a éste y con su inmensa dulzura le dijo tiernamente: “Siento mucho haberte gritado de esa forma, cálmate, no era mi intención herirte ni humillarte ante tus hermanos. Pero, dime una cosa: ¿cómo te sientes después de haberte dicho estas palabras dime?” “¿Cómo puedo sino sentirme, Maestro? Primero muy satisfecho, pero después tu desprecio me ha hecho sentirme muy ofendido y humillado” Entonces, el Maestro cogió su rostro entre sus manos y le dijo: “Dirigiéndote una simple palabra te has llenado de orgullo por vanidoso y después, te has sentido así de mal por ser tan susceptible. Mira en tu interior, obsérvate en estos momentos, ¿no te parece que unas simples palabras halagadoras y otras que eran humillantes te han hecho sentir así?” El discípulo asintió con la cabeza. “Entonces, me darás la razón en que en las palabras está encerrada una fuerza poderosa que, como tú has comprobado en esta prueba, pueden llevarte por caminos totalmente distintos. Comprende entonces que una sola palabra puede ser tu motivo de transformación tanto como de tu destrucción, por esa fuerza que dormita en ellas”. Una fuerza capaz de despertar en tí tu vanidad y orgullo tanto como tu humildad, cuando eres así de susceptible por tu debilidad interior". |