Casi nunca caemos en la cuenta de que los Grandes Seres que
dirigen nuestra evolución, y a los cuales oramos, funcionan en otros
planos muy distantes y distintos del nuestro, y que hemos de esforzarnos
para comprender cómo será allí lo que aquí denominamos, sentimos y
concebimos de un modo determinado.
Si a un pez de las zonas abisales, a miles de metros de profundidad,
que ha provisto su cuerpo de puntos de luz fosforescente para atraer a
sus víctimas, le preguntásemos qué entiende él por luz, no cabe duda de
que nos respondería con un concepto estrechísimo, aunque suficiente
para él, incomparable con la luminosidad del sol que nosotros
conocemos.
Y, si preguntásemos a una célula de nuestro estómago, qué
entiende por distancia, por dimensión o por velocidad, nos expondría
ideas y conceptos totalmente distintos de los que nosotros manejamos
con esas mismas denominaciones.
Pues hemos de ser conscientes de que a nosotros nos ocurre lo
mismo con respecto a los Grandes Seres.
Y que lo que aquí llamamos amor y lo que llamamos sabiduría, a
Su nivel, ha de ser algo totalmente distinto.
Y, ¿qué será?, ¿a qué equivaldrá, traducido a nuestro nivel?
Lo primero que hemos de tener en cuenta es que esos Seres no
tienen su conciencia centrada en el Mundo Físico ni en el Mundo del
Deseo ni siquiera en la Región del Pensamiento Concreto y que, por
tanto, sus concepciones, sus vivencias, están limpias de todo vestigio
material, emocional, egoísta, separatista o razonador.
Claro que, nosotros, si a lo que llamamos amor le quitamos el
componente emocional e, incluso, el intelectual, no nos queda
prácticamente nada. Es lo mismo que le ocurre al pez abisal con la luz
del sol, cubierta por las sombras de las profundidades del mar, y a la
célula gástrica con la distancia, la dimensión y la velocidad, si reducimos
el mundo al tamaño de un estómago.
¿Cómo “quedan, pues, el Amor y la Sabiduría, cómo son en
realidad, si nos elevamos a las alturas de los Grandes Seres?
El Amor-Sabiduría, nota clave de la Segunda Persona de la
Trinidad, Cristo, no es ni amor, tal como los hombres lo solemos
entender y sentir, ni sabiduría tal como los hombres la solemos concebir
y definir.
Ese Amor de Dios, al que los estudiantes de lo oculto debemos
tender con todas nuestras fuerzas es, en realidad, una “