6. LAS MARCAS DEL VIVIR RELIGIOSO
Las religiones evolucionarias y las religiones revelatorias pueden diferir considerablemente en sus métodos, pero en su motivo hay una gran similitud. La religión no es una función específica de la vida; más bien es una forma de vida. La verdadera religión es una devoción incondicional a una realidad que el religionista considera de valor supremo para él y para toda la humanidad. Las características sobresalientes de todas las religiones son: lealtad incondicional y devoción sincera a los valores supremos. Esta devoción religiosa a los valores supremos se demuestra en la relación de la madre supuestamente no religiosa hacia su hijo y en la lealtad ferviente de los no religiosos a una causa abrazada.
El valor supremo aceptado por el religionista puede ser bajo o aun falso, pero es sin embargo religioso. Una religión es genuina en cuanto el valor que se considera supremo es verdaderamente una realidad cósmica de genuino valor espiritual.
Las marcas de la respuesta humana al impulso religioso comprenden las cualidades de la nobleza y la grandeza. El religioso sincero tiene conciencia de una ciudadanía en el universo y es consciente de ponerse en contacto con las fuentes de poder sobrehumano. El religionista está impulsado y energizado por la seguridad de pertenecer a una hermandad superior y ennoblecida de hijos de Dios. La conciencia del valor de su propio yo va aumentada por el estímulo de la búsqueda de los objetivos universales más elevados —las metas supremas.
El yo ha cedido al fascinante impulso de una motivación que todo lo abarca, que impone una mayor autodisciplina, disminuye el conflicto emocional y hace que la vida mortal valga realmente la pena vivir. El reconocimiento morboso de las limitaciones humanas se transforma en la conciencia natural de las limitaciones mortales, asociadas con la determinación moral y la aspiración espiritual de lograr los fines universales y superuniversales más elevados. Y esta intensa lucha por el logro de los ideales supermortales está siempre caracterizada por una mayor paciencia, fuerza y tolerancia.
Pero la verdadera religión es amor vivo, una vida de servicio. La separación del religionista de mucho de lo que es puramente temporal y trivial no conduce nunca al aislamiento social y no debería destruir jamás el sentido del humor. La religión genuina no quita nada de la existencia humana, sino que agrega nuevos significados a la vida entera; genera nuevos tipos de entusiasmo, fervor y valentía. Aun es posible que engendre el espíritu del cruzado, que es más que peligroso si no está controlado por la visión espiritual y la devoción leal a las obligaciones sociales comunes de las lealtades humanas.
Una de las características más sorprendentes de la vida religiosa, es esa paz dinámica y sublime, esa paz que trasciende toda comprensión humana, esa calma cósmica que simboliza la ausencia de toda duda y confusión. Tales niveles de estabilidad espiritual son inmunes a la decepción. Estos religionistas son como el apóstol Pablo, quien dijo: «Estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa nos podrá separar del amor de Dios».
Existe un sentimiento de seguridad, asociado con la realización de la gloria triunfante, que reside en la conciencia del religioso que ha captado la realidad del Supremo, y que persigue el objetivo del Último.
Aun la religión evolucionaria es enteramente así en lealtad y grandeza, porque es una experiencia genuina. Pero la religión revelatoria es excelente como también genuina. Las nuevas lealtades de la visión espiritual ampliada crean nuevos niveles de amor y devoción, de servicio y hermandad; y toda esta visión social enaltecida produce una conciencia, cada vez más amplia, de la paternidad de Dios y de la fraternidad del hombre.
La diferencia característica entre la religión evolucionada y la religión revelada consiste en una nueva calidad de sabiduría divina que se agrega a la sabiduría humana puramente experiencial. Pero es la experiencia con las religiones humanas la que desarrolla la capacidad para la recepción subsiguiente de los dones en aumento de la sabiduría divina y de la compenetración cósmica