Contamos con un poder ilimitado: el poder del elogio, la fuerza que desata el estímulo. Le rinde excelentes resultados a los novios, a los entrenadores, a los padres que alaban, a los buenos pedagogos y jefes en los trabajos. El estímulo es un trampolín hacia la grandeza. Lleva en sí la fuerza motriz de todas las cataratas. Cuando alabamos a los demás por sus logros o por su buen rendimiento, ellos se esfuerzan por rendir más y mejor. No digamos: “¡tonto, inútil, qué mal!, ¡usted no sirve para nada!” Digamos: “¡Qué bien! ¡Tú puedes! ¡Animo¡ ¡Adelante! ¡Vuelve a empezar! ¡Confío en ti! ¡Lo lograras!” Sí, el poder motivador del estímulo es ilimitado.
Seamos ricos en elogiar y avaros en menospreciar: A Caruso, el tenor y cantante de ópera, le dijo un profesor que tenía voz de papagayo. La mamá lo animó y lo lanzó por el camino del éxito.
Raúl González Tuñón en uno de sus poemas ilustra esto de una forma simpatica: “Y no se inmute, amigo, la vida es dura, con la filosofía poco se goza. Eche veinte centavos en la ranura si quiere ver la vida color de rosa.”
Invirtamos 5 centavos diarios en elogiar
puede hacernos la vida mucho mas facil
y si hacemos uso de la ternura
nuestra vida sera mas dulce....
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