La libertad es un verdadero don de Dios. Y un don de inapreciable valor, porque es el que viene a valorar todos los demás dones concedidos por el Creador.
Por la libertad el hombre es verdaderamente hombre; la libertad es lo que lo diferencia de los irracionales, porque su misma racionalidad de nada le serviría si no fuera por el ejercicio de la libertad.
Pero en este momento debes meditar sobre la proyección espiritual de tu libertad; no en un plano meramente filosófico o psicológico. Dios te ha hecho libre para que lo ames con libertad.
Pero no confundas libertad con independencia; la libertad no te evade de la dependencia de Dios; libertad no es independencia. Libertad es la capacidad de aceptación personal, sin presiones de ninguna clase, de la dependencia que el hombre reconoce tener respecto a Dios.
Libertad es tener la suficiente voluntad para someterse espontáneamente a las exigencias de la verdad y del bien.
Con esto quiero decirte que bajo ningún concepto has de confundir el sentido de libertad con el de libertinaje; en la libertad entra el ejercicio de la voluntad; en el libertinaje se da el capricho; y son dos cosas muy distintas una de otra.
La auténtica libertad, mediante el libre ejercicio de nuestra voluntad, nos proporciona dominio sobre nosotros mismos para someternos al deber, a la verdad y al bien.
Jesús, habiéndose sometido libremente a la voluntad del Padre, nos ha dado, mediante su muerte y resurrección, capacidad para destruir en nosotros la esclavitud del pecado y realizar el bien.
Por eso el apóstol Pablo afirma que la esclavitud de Cristo nos ha hecho libres.
Libre es el que se siente capaz de romper las cadenas que lo pueden atar a caprichos, inclinaciones, gustos no conformes con su conciencia.
Cuantas más ataduras rompas, más libre te sentirás.
Para que una lancha pueda surcar las olas es necesario que rompa todas las amarras. Cuantas más cosas te alejen de Dios, más esclavo te sentirás y menos podrás vivir tu auténtica libertad.
Ser libre supone también no sentirte atado por los demás, por los caprichos de los demás, por las exigencias de los demás. Sólo una cosa debe mandar en tu vida: tu conciencia. Ella te dictará cuál es la voluntad de Dios en cada momento y en cada circunstancia de tu vida. Tener la energía suficiente para aceptar de un modo voluntario esa voluntad de Dios es ser verdaderamente libre.
Dominar tu carácter, frenar tus ímpetus, controlar tus palabras, regular tus actitudes... todo eso es ser libre.
Si Jesús dice que la verdad nos hará libres, no olvidemos que el amor hará que gustemos de la libertad.