LA FILOSOFÍA DE LA GUERRA
¿Desde el punto de vista Rosacruz, puede decirse que la guerra sea justa? ¿Cuál debe ser la
actitud del estudiante Rosacruz en el presente conflicto? (1ra. Guerra Mundial ).
Respuesta: En las grandes crisis de la vida somos puestos frente a frente con ciertas
situaciones y llamados a hacer decisiones de tal importancia que a menudo requieren reversión
de ideas y de ideales, aun de nuestros más apreciados principios concebidos hasta el momento.
Cuando viene tal crisis, no será sino un suicidio espiritual, mental y moral el tratar de esquivar
o evadir la decisión, no importa a qué precio. Se dice que la conciencia es una joya, pero si
somos verdaderamente sabios debemos estar prestos a cambiar o a revisar nuestras ideas
cuando la ocasión realmente lo demande.
La enseñanza Rosacruz siempre ha estado de acuerdo con la sentencia Bíblica “No matarás”.
No se hizo ninguna atenuación ni excepción, pero algunos han llevado esta idea a tal extremo
que no matarían una mosca. Pero la mayoría pensó correctamente que el mandato no quería
decir que protegiésemos las pestes ni los microorganismos que cobran tan terrible impuesto
sobre la vida humana. Estas cosas, siendo manifestaciones de malos pensamientos, están fuera
de protección. Esta gente no tiene intención de permitir que sus cuerpos o los cuerpos de sus
hijos sean invadidos por gusanos antes que matar las pestes, y comprenden que la
exterminación de insectos fue un grande y básico factor en el éxito de los Estados Unidos en
Panamá. De hecho esto inclinó la balanza del fracaso al éxito, y este principio debe aplicarse
dondequiera que sea necesario. Ellos creen que sería una tonta aplicación del mandato "No
matarás", el permitir que las bestias de presa o los reptiles venenosos vagasen entre nosotros
poniendo en peligro nuestras vidas, y con gusto matarían para librar de tal amenaza a la
comunidad. En su código de ética este mandato implica únicamente la idea de que es pecado
matar para comer, por deporte o por lucro. Matar a un ser humano pareció una posibilidad tan
remota para la mayoría de nosotros que no fue considerado ni aun como una contingencia.
Nosotros siempre denunciamos la pena capital tanto sobre la base de que es fundamentalmente
errónea como de que es más que inútil, porque cuando liberamos de su cuerpo al espíritu de
un asesino, le ponemos en libertad en el mundo espiritual donde puede y a menudo lo hace,
trabajar sobre otros para inducirlos a cometer crímenes semejantes. Por lo tanto, es mejor
encerrarle en una prisión y tratar de reformarle, de modo que aunque no recupere su libertad
en esta vida, respete en futuras existencias la santidad de la vida de los demás.
Pero si bien es posible tratar así con el asesino individual, el caso es diferente cuando una
nación entera ataca a ciegas a. otra, cometiendo asesinatos al por mayor, incendios premeditados,
destrucción y pillaje. Entonces es imposible poner en prisión a toda una nación y deben
buscarse medios de defensa más drásticos.
En la vida civil reconocemos la ley de autodefensa, que da a la víctima presunta de un posible
asesino el derecho de matar antes de ser matado, y sería falso pretender que este derecho se
pierda porque un millón de asesinos se vista de uniforme o porque salgan, audaz y
descaradamente, proclamando su intención de matar o porque se pongan a hacer una emboscada
por compañías, en lugar de hacerlo individualmente. Siendo los agresores, son asesinos,
y sus presuntas víctimas tienen un derecho moral incuestionable de defender sus propias vidas
matando a estos asesinos. Más aún, sobre los fuertes descansa el sagrado deber de proteger las
vidas de los que son demasiado débiles para protegerse a sí mismos. Aun eso implica el matar
a los asesinos.
Desde el punto de vista espiritual, por lo tanto, la justicia o la injusticia de una guerra depende
de la cuestión: ¿quién es el agresor y quién la víctima?
Esta pregunta es fácilmente contestada cuando la guerra se inicia con propósitos de conquista,
o cuando la guerra es emprendida con un propósito altruista tal como la emancipación de un
pueblo sometido, de la esclavitud física, industrial y religiosa. No necesita argumento
demostrar que en tales casos el opresor es también el agresor, y que el libertador es el defensor
de inalienables derechos humanos. Este está cumpliendo con el sagrado deber de ser "el
guardián de su hermano".
Una vez que esto ha sido comprendido, no podemos ser engañados por los fuegos fatuos de la
diplomacia, porque tenemos una luz verdadera, una pauta para lo justo y lo injusto.
Habiendo satisfecho nuestras mentes sobre este punto, se sigue que es mucho más noble y
heroico enfrentarse a un pelotón de fusilamiento por rehusar entrar al ejército del agresor, o
huir de nuestro país natal, o aun unirse a las filas de los defensores en la más humilde
capacidad, que tener una posición del más alto honor entre los agresores.
Por otra parte es un sagrado deber, de acuerdo con los principios espirituales más nobles y
elevados, luchar con los defensores. Entre más grande el sacrificio, mayor el mérito, y el que
evade este sagrado deber de defender el hogar, a los suyos y a su patria, o que rehúsa luchar
por los oprimidos, está sujeto a denuncia. Más aún, entre mayor sea la emergencia, mayor el
sacrificio que se requiere.
Tampoco está este gran privilegio de sacrificio limitado a los de mucho músculo y anchos
hombros. No sólo ellos están atados por el deber; la obra detrás de las líneas de defensa es aún
más importante y todos pueden compartirla de acuerdo con su talento y capacidad mental,
física y financiera.
Además, cuando surge la ocasión en que la defensa de los demás o la defensa de sí mismo se
hace ineludible, entre más dura se haga la campaña, más corta y afortunada será; Por tanto, no
deben tolerarse medias tintas, y la neutralidad bajo tales circunstancias debe ser considerada
por lo menos como un pecado de omisión.
Es bien sabido por los estudiantes de ocultismo que las guerras son instigadas e inspiradas por
las Jerarquías divinas que así usan una nación para castigar a otra por sus pecados. Aun un
estudio superficial de la Biblia proporcionará muchos ejemplos. Esto no siempre significa que
el vencedor sea del todo justo, pero muestra que la nación vencida ha hecho lo malo y merece
el castigo infligido, usualmente por causa de su arrogancia y su impiedad. Tampoco es un
signo de que goza del favor divino -al menos en cierto modo- por el hecho de que sea
victorioso por algún tiempo largo y extremadamente difícil de conquistar. Tal circunstancia
puede ser producida por el ejército invisible que apoya las armas del agresor y prolonga la
lucha con el propósito de hacer la derrota final más completa y desastrosa; también para
enseñar a los defensores una lección que no podría ser aprendida en una lucha corta y
decisiva.
Tal es, brevemente, la filosofía de la guerra desde el punto de vista espiritual, sin parar
mientes en quiénes son las naciones implicadas. Si aplicamos estos principios a la presente
guerra (Guerra Mundial), debe ser aparente para todo aquel que no esté prejuiciado y se
aproxime al tema con una mente amplia y abierta, que los militaristas de los Imperios
Centrales han estado preparando esta guerra durante generaciones, y el cinco de julio de 1914,
en la famosa Conferencia de Potsdam que ahora es reconocida por ellos, acordaron provocar
una guerra después de pocas semanas durante las cuales los banqueros de estas naciones
estaban manipulando los mercados como para amasar los más grandes y posibles recursos
financieros. Esto señala a los austrio-germanos como los agresores, quienes bajo la
fascinación de los Espíritus de la Raza han adiestrado a sus millones para lanzarlos contra las
otras naciones del mundo. Al comienzo del conflicto Francia e Inglaterra, que eran los vecinos
inmediatos de los belgas ultrajados, hicieron suya la causa de Bélgica y actuaron en ese
aspecto como el guardián de su hermano. Sin embargo, no estando preparadas, han sido
incapaces de poner a la lucha una terminación decisiva. Por consiguiente se hizo necesario que
los Estados Unidos entrasen en el conflicto para restaurar el equilibrio, y para devolver la paz
y la seguridad a los que son demasiado débiles para protegerse a si mismos.
Ha sido siempre un motivo de regocijo que siempre que los Estados Unidos se han visto
obligados a entrar en una campaña militar, ha sido siempre, o en defensa propia o en el
todavía más altruista papel de defensor y emancipador de los débiles. Si ésta hubiera sido una
guerra de conquista o de agresión, sería mejor para cualquier persona de mente espiritual
hacer frente al pelotón de fusilamiento, como antes se afirmó, que participar en tal injusta
empresa. Por otra parte, viendo que la presente lucha, que es emprendida con el propósito de
aplastar el militarismo de la Europa Central, ha cobrado tan terrible tributo de vidas humanas,
habiéndose casi agotado la fuerza de los defensores aliados, es deber sagrado de todos ayudar
hasta el colmo, de acuerdo con su capacidad espiritual, mental, moral y física, ya sea en el
frente o tras de las líneas de defensa, dondequiera que el juicio de aquellos a cuyo cargo se
encuentra puedan requerir su servicio, sea hombre o mujer.
Por lo tanto, nosotros apremiamos a todos y cada uno de los estudiantes de la Filosofía
Rosacruz, de cualquier nación que esté ahora defendiendo la causa de la humanidad contra el
partido militarista de las Potencias Centrales, a apoyar a su gobierno al máximo de su
capacidad para que pronto podamos ver “paz en la tierra y buena voluntad entre los hombres”.
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