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¿Cómo armonizáis la ley de causa y efecto con el perdón de los pecados?
Respuesta: La incapacidad de creer en el perdón de los pecados ha obligado a muchos a
creer exclusivamente en la ley de causa y efecto, tal como se enseña en los países orientales
bajo el nombre de Karma. Hay también muchos que creen que porque esas religiones
orientales enseñan esa ley y la ley del renacimiento con más claridad que la religión
occidental, el Cristianismo, esas religiones orientales son mejores y más científicas que la
religión occidental, la que enseña, según se interpreta popularmente, que el Cristo murió
por nuestros pecados y que, en consecuencia, si creemos en el nos serán perdonados.
Sin embargo, la religión cristiana enseña realmente la doctrina de que “lo que se siembre se
recogerá”, y así enseña a la vez la ley de Causa y Efecto y el perdón de los pecados. Ambas
leyes operan vitalmente en el desarrollo de la humanidad, y hay muy buenas razones para
que las religiones orientales contengan sólo una parte de la enseñanza completa que se
encuentra en la religión cristiana.
En los tiempos primitivos, cuando se dieron las religiones de Oriente a la humanidad, ésta
era de naturaleza más espiritual que los seres materiales del mundo occidental actual. Ellos
sabían que vivimos muchas vidas bajo diversas formas aquí en la Tierra. En el Oriente
todavía están compenetrados por esa idea, y, en consecuencia, son extraordinariamente
indolentes. Les agrada más pensar en el Nirvana -el mundo invisible- donde podrán
descansar en paz y alegría, que aprovecharse de sus actuales recursos materiales para
adela ntar. Como consecuencia de ello su país es árido y estéril, sus cosechas son escasas y
muy frecuentemente son destruidas por el Sol ardiente o por inundaciones asoladoras.
Sufren hambres terribles, mueren por millones, pero aunque enseñan la ley de Causa y
Efecto parece que no comprenden que sus miserables condiciones las producen su
indolencia y su indiferencia por las cosas materiales. Porque, naturalmente, cuando no han
trabajado nada aquí, nada tienen que asimilar en la vida celestial entre la muerte y el nuevo
renacimiento; y como un órgano que no se usa se atrofia, así también un país que no es
desarrollado por los espíritus que allí se encarnan gradualmente se atrofia y se inutiliza
como habitación para la humanidad. Era necesario para la evolución de la humanidad que
entrara en este mundo material y que desarrollara todos sus recursos.
Por consiguiente, los Grandes Guías tomaron diversas medidas para obligarnos a olvidar
temporalmente al lado espiritual de nuestras naturalezas. En el Occidente, donde se
encuentran los precursores o pioneros de la raza humana, se ordenó el matrimonio fuera de
la familia.
Dieron además al Occidente una religión que no enseñaba definidamente la doctrina del
Renacimiento y la ley de Causa y Efecto como medios de desenvolvimiento. Asimismo
originaron el empleo del alcohol con su paralizante efecto sobre las sensibilidades
espirituales del hombre. Con esos medios hemos olvidado temporalmente en el occidente
que hay algo más que esta vida en la tierra y, en consecuencia, nos aplicamos a ella a más y
mejor, haciendo el uso más completo de lo que creemos ser nuestra única oportunidad aquí.
Por lo tanto, hemos convertido el Occidente en un verdadero jardín; hemos hecho por
nosotros mismos, durante encarnaciones, una tierra fertilísima y rica en toda clase de
minerales que necesitamos para nuestras diversas industrias, y de esta manera estamos
conquistando el mundo visible, material.
Sin embargo, es evidente que el lado religioso de la naturaleza humana no debe ser
descuidado por completo, y como Cristo, el gran Ideal de la Religión Cristiana, está ante
nosotros para que le imitemos, y como no nos sería posible igualarnos a El en una sola
vida, que es todo lo que conocemos, se nos tenía que dar una doctrina compensadora, o de
lo contrario caeríamos en la desesperación, sabiendo que todo sería estéril. Por
consiguiente, al mundo occidental se le enseñó la doctrina del perdón de los pecados
mediante la justicia del Cristo Jesús.
Es igualmente cierto, sin embargo, que ninguna doctrina falsa puede ser un poder
perfeccionante en la Naturaleza, y, por consiguiente, debe haber también una base muy
sólida tras esa doctrina del perdón de los pecados, que parece viciar la ley de causación, y
es ésta: Cuando miramos en torno nuestro en el mundo material observamos diversos
fenómenos de la Naturaleza, encontramos a otros seres con los que tenemos diversos tratos,
y todas esas visiones, sonidos y escenas, los observamos por medio de nuestros órganos de
los sentidos.
Pero se nos escapan muchísimos detalles. Es una verdad exasperante que “tenemos ojos y
no vemos y oídos que no oyen”. Y perdemos muchas experiencias debido a eso mismo.
Además nuestra memoria es sumamente caprichosa, y si bien podemos recordar pocas
cosas, la mayor parte de nuestras experiencias se nos olvidan. Nuestra memoria consciente
es débil. Sin embargo, hay otra memoria. Así como el éter y el aire llevan a la placa
fotográfica la impresión del paisaje exterior, sin omitir el menor detalle, así también el aire
y el éter que llevan las impresiones del exterior a nuestros sentidos las llevan también a
nuestros pulmones y de éstos a la sangre, quedando así en nosotros una pintura o recuerdo
exacto de todo aquello con lo que nos ponemos en contacto. Esas imágenes quedan
almacenadas en el diminuto átomo simiente que está en el ventrículo izquierdo del corazón,
y ese pequeño átomo puede ser considerado como el Libro de los Ángeles del Destino, en
el que están inscriptas todas nuestras obras. Y desde allí se reflejan en el Éter Reflector de
nuestro cuerpo vital.
En el curso ordinario de la vida el hombre pasa al Purgatorio al morir y expía los pecados
grabados en ese átomo. Más tarde asimila todo el bien almacenado allí en el Primer Cielo,
trabajando sobre su futuro alrededor ambiente en el Segundo Cielo. Pero una persona
devota realiza cada día sus errores y equivocaciones. Examina los sucesos de su vida
diariamente y ruega sinceramente para que sus pecados le sean perdonados. Entonces las
imágenes de los pecados de omisión y comisión se borran diariamente de los anales de su
vida. Porque el objeto de Dios o de la Naturaleza no es el vengarse, como parecería ser la
cosa según la ley de causación, la que decreta una retribución exacta por cada trasgresión,
así como una recompensa o compensación por todo buen acto. El objeto de Dios es que
aprendamos por experiencia aquí a obrar bien y con justicia. Cuando analizamos que hemos
hecho mal y nos determinamos a obrar mejor, hemos ya aprendido la lección y no hay
necesidad de castigarnos.
De manera, pues, que la doctrina del perdón de los pecados es un hecho real en la
Naturaleza. Si nos arrepentimos, oramos y reformamos, los pecados de los que nos hemos
arrepentido, orando y reformado, nos son perdonados y se borran de nuestra biografía. En
caso contrario los borrarán los correspondientes sufrimientos del Purgatorio después de la
muerte. Así que la doctrina de Karma o ley de Causa y Efecto, según se enseña en el
Oriente, no satisface completamente las necesidades humanas, pero las enseñanzas
cristianas, que encierran ambas leyes, la de causación y la del perdón de los pecados, dan
una enseñanza más completa respecto a los métodos empleados por los Grandes Guías para
instruirnos.
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