UN METODO PARA DISCERNIR LA
VERDAD DE SUS APARIENCIAS
En la carta de mes de febrero tratamos de la cuestión de “Donde podremos encontrar la verdad y el
modo de conocerla cuando la hayamos encontrado", pero no es de ninguna utilidad el buscar la verdad o el
conocerla cuando la hayamos encontrado, a menos que la pongamos en práctica en nuestras vidas, puesto
que no se sigue forzosamente que hagamos así por meramente hallarla. Hay gentes, muchas en relación, que
recorren el mundo civilizado en busca de tesoros raros de arte antiguo, ya en cuadros, ya en monedas. Hay
también muchos, que fabrican imitaciones de los artículos legítimos, con lo que el buscador de estas cosas
corre el riesgo de verse burlado por hábiles bribones, al menos que él tenga medios de saber distinguir lo
legitimo de lo falsificado.
En este respecto está amenazado por el mismo peligro que el investigador de la verdad; porque hay muchos
seudo-cultos e invenciones habilísimas que pueden sorprender nuestra buena fe. El coleccionista a menudo
encierra su hallazgo en un cuarto obscuro y se deleita en su contemplación en aquella soledad, soliendo
ocurrir, y no infrecuentemente, que después de muchos años o muy bien una vez después de muerto, se
descubre que algunas de las cosas que guardaba con tanto celo y evaluaba más eran burdas imitaciones de
ningún valor.
Del mismo modo, uno que ha encontrado lo que él cree ser la verdad puede "enterrar su tesoro" en su propio
pecho, o "poner su luz bajo un matorral" para caber, quizás después de muchos años, que lo que ha estado
tan celosamente acariciando es una burda y espúrea imitación. Así, pues, se presenta la necesidad de una
prueba final infalible, una prueba que elimine toda posibilidad de decepción y el problema es el modo de
descubrirla y aplicarla después.
La contestación es tan simple como eficiente es el método. Cuando preguntamos a los coleccionistas el
medio de que se valen para saber si un determinado articulo que han adquirido y que estiman, es una
imitación o es legitimo, generalmente nos dicen que es mediante su examen por alguna persona que haya
visto el original. Nosotros podremos engañar a todos los hombres durante un cierto tiempo o a una parte de
ellos durante todo la vida, pero nos es imposible el defraudar durante toda la vida a toda la humanidad, y si
el coleccionista hubiera exhibido públicamente su tesoro en vez de ocultarlo secretamente, hubiera conocido
rápidamente por el conocimiento colectivo de todo el mundo, si su objeto era legitimo o falsificado.
Ahora recapacite en esto, pues es muy importante: Tan cierto como el general misterio y las reservas de los
coleccionistas ayudan, incitan y estimulan el fraude respecto de los traficantes de curiosidades, así también
el deseo de tener y poseer para nosotros mismos grandes secretos no conocidos por la "plebe", estimula el
tráfico de aquellos que negocian en "iniciaciones ocultas" con ceremonias pomposas, para seducir a las
víctimas de ellos para luego desaparecer con su dinero.
¿Cómo podremos probar el valor de un eje sino es por su uso y de este modo viendo la forma en la que
conservará su extremidad después de estar sometido a un trabajo real y constante? ¿Lo compraríamos
nosotros si el vendedor nos dijera que lo colocáramos en un rincón obscuro donde nadie pudiera verlo y
prohibiéndonos a nosotros mismos que lo utilizáramos? Ciertamente que no. Nosotros lo querríamos ver
trabajar en nuestra máquina o taller donde pudiéramos constatar que esta pieza tenia el "temple" debido. Si
comprobáramos que estaba construido de "acero verdadero" nosotros lo apreciaríamos; pero, si por el
contrario, diríamos al vendedor que se quedase con su material inservible.
En el mismo principio se asienta nuestro tema, y ¿cuál es la razón de "comprar" los efectos de los buhoneros
de secretos? Si sus artículos fueran "acero fino" no habría necesidad de tal secreto y a menos que nosotros
podamos emplearlos en nuestras vidas cotidianas no tienen ningún valor. Así tampoco es de valor un eje a
menos que podamos utilizarlo, pues éste se enmohece y pierde su filo. Así, pues, tiene el deber cualquiera
que halla la verdad el emplearla en el trabajo del mundo, con la doble finalidad de salvaguardarse a si mismo
para asegurarse de que esta verdad resistirá la gran prueba y para dar a otros la oportunidad de compartir el
tesoro que encuentra útil para él. Por lo tanto, es verdaderamente importante que sigamos el mandato de
Cristo: "Dejad que brille vuestra luz."