PLENITUD DE PAZ, PODER Y ABUNDANCIA
PRELUDIO
Del libro: EN ARMONÍA CON EL INFINITO por RODOLFO WALDO TRINE
Razón tienen optimistas y pesimistas, aunque entre unos y otros
haya tan antitética diferencia como entre la luz y las tinieblas. Unos y
otros tienen razón; pero cada cual la tiene desde un peculiar punto de
vista que influye en su conducta como factor determinante de energía
o impotencia, paz o tribulación, éxito o fracaso.
El optimista ve las cosas íntegramente en sus verdaderas y exactas relaciones; el pesimista las mira desde un mezquino y unilateral
punto de vista. La inteligencia del primero está iluminada por la sabiduría; la del segundo, entenebrecida por la ignorancia. Ambos edifican
su mundo interno según el plan de sus miras respectivas.
El optimista, con intención y conocimiento superiores, fabrica su
propia dicha; y en el grado en que la fabrica, coopera además a fabricar la del mundo entero. El pesimista, por vicio de sus limitaciones,
fabrica su propia desdicha; y en el grado en que fabrica, coopera además a la desdicha de todo el linaje humano.
En cada uno de nosotros predominan las características del pesimista o del optimista. Hora por hora estamos forjando nuestra propia
dicha o nuestra propia desgracia, y en el grado en que forjemos una u
otra cooperaremos a forjarlas también para todo el mundo.
Para que haya armonía, es preciso que una cosa esté en exacta
relación con otra, ya que estar en relación con una cosa es estar en
armonía con ella.
LA CAUSA SUPREMA DEL UNIVERSO
La Causa primordial del Universo es Dios, El Espíritu de vida y
poder infinitos que todo lo llena, todo lo anima y en todo a través de todo
se manifiesta por sí mismo porque está en todas partes por esencia,
presencia y potencia. Es el eterno e increado principio vital de que todo
emana, por quien todo ha llegado a ser y continúa siendo. Si hay una
vida individual, necesariamente ha de haber un manantial inagotable de
amor de donde aquélla fluya; si la sabiduría existe, es necesario que
brote de una vena inagotable de omnisciencia. Lo mismo puede decirse
respecto a la paz, al poder y a las llamadas cosas materiales.
Por consiguiente, Dios es el Espíritu de vida de poder infinito,
procedencia y origen de cuando existe. Dios crea, forma, rige y gobierna por medio de eternas e inmutables leyes y fuerzas el Universo que
por todas partes nos rodea. Cada acto de nuestra vida está regido por
esas leyes y fuerzas; las flores que vemos en las márgenes de los senderos, brotan, crecen, se abren y marchitan obedientes a leyes invariables, y a estas mismas leyes se sujetan los copos de nieve que al formarse, caer y derretirse, juguetean entre cielo y tierra.
Nada hay en el universo mundo sin su pertinente ley; en consecuencia, necesario es que superior a todo haya un legislador de mayor
grandeza y poderío que las mismas leyes cuya causa es.
Aunque al espíritu de vida y poder infinitos que todo lo llena le
llamamos Dios, de igual modo podríamos llamarle Bondad, Luz, Ser
Supremo, Omnipotencia, o darle cualquier otro nombre conveniente,
pues no importa la palabra con tal que exprese la suprema Causa universal en sí misma considerada. Así, pues, Dios es el infinito Espíritu
que por sí solo llena el Universo, por Quien y en Quien todo existe y
nada hay fuera de Él.
Como dice San Pablo: “En Dios vivimos y nos movemos y tenemos nuestro ser”. (Hechos de los Apóstoles, 17-18)
Hubo y hay almas convencidas de que hemos recibido la vida de
un soplo de Dios; pero esta creencia en nada se opone fundamentalmente a la de que nuestra vida es semejante a la de Dios, de suerte que son
una misma esencia Dios y el hombre. Si Dios es el infinito Espíritu de vida,
anterior a todo y de Quien todo emana, nuestro individualizado espíritu
procede de esta Fuente inagotable, por medio del soplo divino. Si nuestro
espíritu individual emana del infinito Espíritu que se manifiesta en la vida
de cada individuo debe ser semejante en calidad a la Fuente de que fluye.
¿Cómo podría ser de otra manera? Pero importa prevenir todo
error, considerando que no obstante ser afines la vida de Dios y la del
hombre, la vida de Dios es tan inmensamente superior y trasciende
desde tal distancia a la vida del hombre individual, que abarca además
toda otra vida, y difiere de ella en cantidad y grado. ¿No evidencia esta
explicación que ambas opiniones son verdaderas, que las dos son una
y la misma y pueden explicarse por medio de una misma alegoría?
Figurémonos en medio del valle un estanque alimentado por inagotable manantial situado en la falda de la montaña. El agua del estanque es en naturaleza, calidad y propiedades, idéntica a la del inmenso
depósito, su fuente.
Sin embargo, la diferencia está en que el conjunto de las aguas
del depósito situado en la montaña es tan superior al de las del estanque del valle, que aquél podría alimentar sin agotarse un sinnúmero de
estanques iguales al que alimenta.
Así sucede en la vida del hombre. Aunque como ya hemos dicho,
nos diferenciemos del infinito Dios, anterior a todo, vida de todo y de
Quien todo procede, recibimos la vida individual de su divino soplo y por
lo tanto nuestra vida es en esencia la vida de Dios.
Si esto es así, ¿no se infiere que el hombre se aproxima a Dios en
la misma proporción en que se abre su ser al divino flujo? Si es así,
necesariamente se infiere que el grado en que efectúa esta aproximación, recibirá poder y fuerzas divinas. Y si el poder de Dios no tiene
límites, ¿cabrá negar que los límites del poder del hombre son los que él
mismo se traza por no conocerse a sí mismo?
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474 - JOYAS ESPIRITUALES - 12/01 - FRATERNIDAD ROSACRUZ DEL PARAGUAY
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