El hombre, obra del poder, la sabiduría y el amor Divino, posee dentro de sí unos dispositivos que, además de trascender la muerte física, son centros de conexión con Su Creador y, por lo tanto, responderán a su llamada.  Entendámoslo o no, la materia no está  huérfana de estas conexiones llamadas:  inteligencia y  corazón.  La llamada que se siente a la inteligencia es fría, pudiéramos decir que hasta calculadora; es llamada de espada, metalizada, y tiene un periodo específico de duración.  La llamada al corazón es cálida; a veces tan caliente que se siente como fuego consumidor, y perdura desde la infancia hasta la ancianidad.  La inteligencia encuentra su alegría en poseer, entonces su conjugación perfecta será la posesión de bienes, ya sean estos objetos, conocimientos o personas.  Por su parte, el corazón tiene su alegría en amar; y amando a los hombres y la naturaleza se hace alegre; sin embargo su conjugación perfecta trasciende la materia.  El corazón se perfecciona al entrar en posesión del Bien Supremo, y así amando a Dios y transfiriendo esa manifestación hacia los hombres, entra en gozo eterno desde la Tierra.  

Los avances tecnológicos multiplican, en forma muy efectiva, las sensaciones agradables que nos satisfacen el ánimo, o sea: provocan placer al difundir experiencias e imágenes de felicidad.  Pero la misma tecnología también difunde imágenes de miseria humana y experiencias desagradables que nos dejan atrapados en la paradoja de felicidad vs. miseria que siempre ha existido más hoy llega hasta nuestros hogares con rapidez de centella y  lleva a muchos a pensar que la primera es imperfecta y frágil; mientras la segunda es la condena ineludible de la vida.  Dejaremos por esto de hablar de la alegría?  Dejaremos de decir que brota de nuestro ser?  No.  Precisamente, son estos días en que el hombre necesita conocer y escuchar el canto de la verdadera alegría, la que no se sujeta a las situaciones externas, la que es engendrada.  Tengamos presente que el placer no es sinónimo de alegría; está incluido, pero no lo es per se.  El placer es manifestación externa, la alegría es grata y viva satisfacción del alma.  El placer se multiplica: se le suma, se divide y hasta se le resta; la alegría se engendra, toma su origen en la espiritualidad, en el conocimiento de quienes somos, de nuestra esencia.  No hay duda en que las posesiones materiales satisfacen, pero a los excesos y la pérdida de la salud le sigue, a veces, una angustia que ninguna posesión puede evitar; sin embargo, la alegría trasciende las perdidas, las ausencias, y hasta las faltas de todo bien material.

El Adviento nos invita a procurar alivio a las necesidades humanas, a dar y servir con amor, pues el dar subliminiza e impele hacia acciones cada vez mas abarcadoras por el bien de la humanidad, pero también nos llama a gozarnos en las múltiples “alegrías humanas”   ---el amor honesto, el deber cumplido, el servicio, el compartir, etc.  Llorar con los que lloran y reír con los que ríen…, todos tenemos la capacidad para hacerlo, solo basta disponernos.