Al recibir el paquete, días más tarde, lo abrió de prisa y lleno de nervios por la carga emocional que para él significaba aquel detalle.
Pero inmediatamente, la decepción inundó cada uno de sus poros... Era un montón de hilos mal tejidos y nudos mal distribuidos por todas partes. Las preciosas
escenas de cacería había más que verlas, imaginarlas; las hilaturas de oro
sólo se adivinaban, y los colores eran un insulto al arte. Aún así, era un
regalo de su mejor amigo, e intentaba valorar el esfuerzo latente en aquel
símil de ¿alfombra extravagante? Le resultaba muy difícil verlo con buenos
ojos.
De repente, sin darse cuenta, dio la vuelta al tapiz, posiblemente para evitar el sufrimiento a sus pensamientos. Y entonces quedo admirado por el derroche de belleza... Lo
había estado mirando al revés. Ahora aparecieron los riquísimos matices de
colores, las bellísimas escenas de cacería, los esplendidos encajes bordados
en oro, y al mismo tiempo, el brillo de la amistad. Su amigo se había quedado
corto con sus elogios... Y él con su confianza.
A veces hay que saber mirar para poder ver. No siempre debemos fiarnos de nuestros ojos porque puede haber ante nosotros un cristal, que aunque transparente,
desfigure la verdadera realidad.
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