EL PECADO ORIGINAL...(II)
Francisco Nieto
Se llama pecado original al hecho de hacer lo contrario de lo que las Leyes Divinas querían que
hiciésemos, es decir, cuando la humanidad, influenciada internamente por otra clase de
Ángeles, practicó el sexo (comió del Árbol del Conocimiento) a su libre albedrío y en épocas
no adecuadas. Esto le llevó a hacerse consciente del mundo y del cuerpo físico para, así y
sin saberlo, parir con dolor y ser conscientes de la enfermedad y de la muerte de su cuerpo.
Desde entonces, el hombre ama con pasión dominado por su instinto animal, utilizando también
la energía creadora del pensamiento para actuar egoístamente y sin la dirección de los
Ángeles que actuaban como guías cuando teníamos la conciencia interna.
Las entidades o influencia que llevó a la humanidad a “comer del Árbol del Conocimiento”
(sexo) fue la de los Ángeles Luciferes. Dios crea enjambres u oleadas de Espíritus para que
cumplan un Plan al final del cual sean perfectos y hayan desarrollado sus propios poderes
divinos que tienen latentes, y para ello se sirven de la energía divina creadora y del sistema
de desarrollo llamado “evolución”. Los ángeles son una creación de Dios anterior a la
nuestra al igual que la nuestra es anterior a las vidas evolucionantes que habitan los
cuerpos de los animales pero, como ocurre con la humanidad, hubo rezagados. Los Luciferes
tenían un grado evolutivo inferior a los Ángeles de Jehová pero superior al nuestro, ni podían
actuar como los Ángeles ni evolucionar gracias a las experiencias físicas puesto que no
tienen cuerpo físico ni cerebro, así es que, cuando la humanidad desarrolló la medula
espinal y el cerebro, se valieron de la mujer (en el polo negativo o femenino se desarrolla
más la imaginación y en el positivo u hombre la voluntad) para penetrar en ellas por la médula
y representarse en el cerebro para influenciarlas en beneficio propio. Así y gracias a la facultad
de la imaginación y por el hecho de tener en esa época la conciencia interna, la
mujer les veía como una especie de serpientes cuyo fin egoísta era tentarlas.
Los Ángeles, habitantes de la región etérica que compenetra la Tierra, han ayudado a la
humanidad en muchos sentidos y lo siguen haciendo tanto durante la vida como después
de la muerte. Pero en un pasado lejano nos ayudaron en la procreación inconsciente, en la
construcción del cerebro y en la expresión del amor de una forma casta e inocente,
librándonos así del dolor y del sufrimiento del que somos conscientes actualmente. Estos
Ángeles nos ayudaron a dirigir la energía creadora hacia arriba para la creación del cerebro
(para la evolución del pensamiento con el cual el hombre crea todo lo existente en el mundo
físico) y de la laringe para que el hombre pueda expresar lo que piensa. Pero los Ángeles
luciféricos, los que se negaron a colaborar con Jehová en la cristalización de las formas,
que eran rezagados de los Ángeles, y (cuyo líder, conocido como Lucifer o Portador
de Luz iba después de Jehová en evolución) se encontraban, evolutivamente hablando,
entre los Ángeles y la humanidad terrestre, fueron los responsables de nuestra caída.
Éstos fueron los que nos enseñaron a actuar por nuestra cuenta para dejar de ser autómatas
y esclavos de los seres que nos guiaban para así ser nuestro propio dueño y señor y
actuar a nuestro antojo. Su único objetivo era que exteriorizáramos la conciencia para
adquirir un conocimiento que les hacía falta a ellos y así aprovecharse de nosotros y de
nuestras experiencias dado que ellos no tenían cerebro físico y se habían retrasado
mucho del nivel evolutivo de sus hermanos los Ángeles de Jehová.
Lo mismo que hoy no somos conscientes del trabajo que hacen nuestros órganos internos
(no lo hacemos voluntariamente) tampoco lo éramos del acto de la procreación llevado a
cabo bajo la guía de los Ángeles de Jehová, o sea, no éramos conscientes ni veíamos
a los cuerpos y, por tanto, al sexo opuesto. Pero la influencia luciferiana hizo que la
mujer comenzara a observar que teníamos ojos que le permitían ver a otros seres,
como dice la biblia: les abrieron los ojos. Fue a partir de ahí como, la humanidad que
tenía prohibido comer del “Árbol del Conocimiento” bajo pena de muerte (para que no
sufriera ni conociera la muerte de su cuerpo físico) y para que no conociera el bien
y el mal, (para que no fuera consciente del mundo físico de esa manera) violó las
Leyes y cayó en el pecado. La mujer convenció al hombre (según le dijeron los
Luciferes) y fueron perdiendo la consciencia de los mundos espirituales para centrarla
en el mundo físico conociendo así el bien y el mal, el dolor y la muerte.
Antes de la influencia Luciferiana, la humanidad dejaba su cuerpo (cuando ya no le servía)
inconscientemente y sin saberlo (como lo hace un animal) gracias a los Ángeles de Jehová,
pero el deseo egoísta de los luciferes para obtener poder sobre el hombre y para poder
evolucionar gracias a nuestras experiencias y libre albedrío, hizo que perdiéramos el
contacto con los Ángeles de Jehová. El uso de la energía creadora incitado por los
Luciferes nos trajo sufrimiento y muerte, sin embargo, precipitaron la consciencia del
mundo físico y nos facilitaron la facultad del libre albedrío. Ellos nos robaron la inocencia
y la paz que teníamos en el “Jardín del Edén” (estado de conciencia interna, en los mundos
espirituales) pero, aunque en otro sentido al previsto por Dios, estamos evolucionando
gracias a las experiencias que vida tras vida obtenemos del mundo físico. Así es que, aunque
“Caímos en la tentación” que nos apartó de la línea de evolución prevista, nos ayudaron
a desarrollar la voluntad y el libre albedrío, gracias a los cuales, algún día perderemos
la consciencia y la necesidad de tener un cuerpo físico para
volver a centrarnos en los mundos espirituales.
En la Época Hiperbórea la humanidad solo tenía un cuerpo físico y otro vital, era algo similar
a las plantas y, al igual que las plantas, la fuerza creadora dual la mantenían dentro y la
utilizaban para crecer, y para crear simientes (esporas) que se convertían en nuevos cuerpos
para la utilización del Espíritu en su evolución. En la Época Lemúrica se le dio el cuerpo
de deseos o emocional y fueron los deseos los que frenaron el crecimiento por medio de la
cristalización del cuerpo físico para así formar (como la flor en la planta) algo parecido a
la cabeza que después albergaría el cerebro. Este fue el estado en que la humanidad era
hermafrodita y creaba nuevos cuerpos sin necesidad de otro ser puesto que tenía la doble
polaridad dentro de sí mismo. Pero como los guías de la humanidad vieron que el cuerpo
de deseos, aun siendo necesario, era un peligro sin algo que lo controlara, comenzaron a
facilitarnos un mecanismo coordinador, (un cerebro y un sistema nervioso) para que el
Espíritu pudiera dirigir esa fuerza creadora. Pero, aunque en principio, la separación
de los sexos parecía que ayudaría a dirigir la energía creadora para la construcción del
cerebro y dado que necesitaría la unión con otro, lo cierto es que no fue así a partir
de la influencia de los Luciferes que intentaban utilizarla a su conveniencia a través nuestro.
La humanidad obtuvo el cerebro y el órgano vocal gracias a la mitad (a un polo) de la
energía creadora pero la otra mitad, mal dirigida por la influencia luciférica, nos costó
la separación directa de la guía de los Ángeles y el conocimiento de la tristeza, el dolor y
la muerte. Pero como el mal es un bien en formación o, dicho de otro modo, no hay mal
que por bien no venga, nos adelantamos al Plan previsto haciéndonos conscientes
del mundo físico. El hambre, el frío, las catástrofes, etc., hicieron que el hombre desarrollara
el ingenio y que comenzara a utilizar su voluntad y su cerebro, y así ha llegado hasta la
etapa actual. La razón nace como efecto del egoísmo y del mal uso de le energía
creadora pero ésta traerá sabiduría y ésta otra, a su vez, desarrollará la
intuición que conectará al hombre con su Espíritu.
La humanidad (llamada en la Biblia Adán y Eva) la cual se arrogó gradualmente el poder
de la procreación, convirtiéndose así en Espíritus humanos libres, se vio obligada a
responder a sus actos ante la Ley Divina de Causa y Efecto puesto que su voluntad y
libre albedrío le hizo responsable. Esto no solo le hizo perder la consciencia de la región
etérica o Jardín del Edén sino que le obligó a “vagar por el desierto” hasta que
encuentre la Nueva Jerusalén, es decir, la caída nos trajo el conocimiento del bien y
del mal, el dolor, el sufrimiento y la muerte, pero cuando regeneremos el uso de la
energía creadora volveremos a ese Jardín del Edén, la consciencia del mundo etérico
donde se vence a la muerte. Cuando estábamos en el Paraíso, teníamos poderes, estábamos
en contacto interno con las fuerzas de la naturaleza (de las que somos inconscientes ahora)
y centralizábamos las energías para nuestro propio beneficio y desarrollo, pero no
volveremos a ese Nuevo Cielo y Nueva Tierra conscientemente hasta que aprendamos a
utilizar esas energías de vida de una manera consciente y voluntaria. Pero si no hay
voluntad, persistencia y esfuerzo para cumplir las leyes de Dios, si no vencemos el lado
pasional del cuerpo de deseos, si no seguimos dejando llevar por el grado inferior
del amor (personal y egoísta) si no resistimos a las tentaciones del mal y de la carne,
entonces continuaremos vagando por este desierto de pesar y de dolor. Es necesario
vivir una vida pura, altruista, fraternal, compasiva y llena de amor al prójimo para comenzar
a caminar de nuevo hacia el Paraíso; cada cual tiene la voluntad, el libre albedrío y el
Poder latente del Espíritu a su disposición para utilizarlo y desarrollarlo en beneficio
propio y en el de la humanidad, de ahí que Cristo dijera: “El que quiera ser el
más grande entre vosotros, debe ser el servidor de todos.”
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