Primero hay que considerar lo que es una ofensa. Para que exista el perdón primero tiene que haber una ofensa, un agravio, algo que mancilla el nombre de quien lo sufre, una experiencia humillante, algo que duele en lo más profundo del alma, o simplemente un infortunado incidente, como puede ser tropezar con alguien en el autobús.
¿Qué tal si nos ponemos en el entendimiento de que no hay ofensas sino ofendidos? Si ésto es así, frase muy popular y muy poco practicada, quiere decir que no cabe el perdón, no hay nada que perdonar, el otro puede haber cometido un error, puede haber intentado una afrenta, puede haber intentado injuriarnos, pero a nuestra alma que es imperturbable no le ha llegado tal desafortunado desastre. Es el otro el que no está en paz y busca guerra en nosotros, si se la damos estamos en sus manos, si no se la damos, de alguna manera le ofrecemos la posibilidad de que revise su actitud, pero no nos ocupamos de si lo hace o no pues no pretendemos controlar su conducta. Tan solo permitimos que así sea.
Es el ego el que se siente herido, es el ego quien se siente amenazado, nuestro espíritu está más allá de los agravios. Si nos conectamos con él nada que venga del otro puede dañarnos.
Pero, ¿qué ocurre si verdaderamente nos sentimos atacados y requerimos de las dulzuras del perdón? Ocurre lo siguiente. El que pide perdón queda humillado pues está reclamando desde una posición de inferioridad; está esperando del otro, que tiene el poder de otorgar o no el perdón una respuesta. El que tiene la virtud de perdonar o no queda por encima, de él depende que el otro quede redimido de su culpa. Se cambian los papeles, el que ha cometido el error, que en su momento ha tenido el poder de herir, pasa a humillarse y el que se ha sentido herido, manteniéndose en una posición de dependencia respecto a su agresor, pasa a ponerse en una posición de superioridad. Semejante aberración ha de frenarse y lo justo es decir al que solicita perdón pues de alguna manera es consciente de su error, que no hay nada que perdonar, que marche en paz, que nada irreparable ha hecho. Y decirlo de corazón, sintiendo que no debemos regodearnos de nuestras miserias, sino que debemos verlas con amor. Lo que se ve con amor no necesita perdón, pues conoce la debilidad del ser humano y le ama en toda su expresión.
Pero a veces ocurre también que la persona que supuestamente ha cometido una ofensa necesita que se le perdone, y no entendería otra cosa que la concesión del perdón. Entonces hemos de colocarnos desde su entendimiento para sin ánimo de sentirnos agraviados podamos decir te perdono, ve en paz.
La culpa es contraria a la libertad, que es la quintaesencia del ser humano.
Seamos capaces de darnos cuenta de que nuestro ser no puede ser mancillado, que está más allá de la personalidad que guarda rencores y perdona perdona pero no olvida