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Los tentadores y los hipócritas
Una tarde pasó Jesús por mi casa, despertando mi alma de su adormecimiento. Me dijo:
-Ven, Leví, sígueme.
Y lo seguí aquel día. En la tarde del siguiente le pedí que honrara mi casa con su visita. Pasó
por mi puerta con sus amigos y bendijo a mi mujer, a mis hijos y a mí. En casa había otros
huéspedes; eran escribas y sabios, discretos adversarios suyos. Cuando estábamos
sentados a la mesa, le preguntó un escriba:
-¿Es verdad que tú con tus apóstoles violan la ley, haciendo fuego el sábado?
Jesús replicó.
-Es verdad que en día sábado hacemos fuego, porque en ese día queremos alumbrar y
quemar con nuestras antorchas todas las pajas secas que se acumulen en los demás días.
Otro escriba le objetó:
-Hemos sabido que bebes vino con los impuros.
A lo que respondió Jesús:
-Sí, también gozamos del vino. Hemos venido a compartir el pan y la copa de los no
coronados que hay entre vosotros. Pocos son, muy pocos, los que no tienen plumas;
pero se animan a desafiar al viento y muchos son los alados y los plumíferos que aún
no se atreven a abandonar sus nidos. Nosotros damos alimento con nuestro pico, lo mismo
a los perezosos que a los decididos, en partes iguales.
Un tercer escriba le advirtió:
-¿Crees, por ventura, que desconozco que tú defiendes a las rameras de Jerusalén?
Entonces vi con mis propios ojos que las alturas rocosas del Líbano se habían
reflejado en su rostro, cuando respondió:
-Todo lo que habéis oído es cierto. Las mujeres se presentarán, el día del juicio final, delante
del trono de mi Padre y Señor, y se petrificarán con sus lágrimas, pero a vosotros se os
juzgará y. se os condenará a las cadenas de vuestros propios juicios. Babel no ha sido
destruida por el pecado de sus mujeres. Babel se redujo a cenizas para que los ojos de
los hipócritas no vieran más en ella la luz del día.
Otros escribas deseaban hacerle preguntas, pero un ademán mío los hizo callar; porque yo
sabía que Él los vencería, y como eran mis huéspedes no quise que pasaran vergüenza en mi
casa. A media noche se fueron los escribas con espíritu preocupado. Entonces cerré mis
ojos y me sentí como si estuviera bajo el poder de un éxtasis; y vi: eran siete doncellas
con trajes blancos rodeando a Jesús; estaban de pie, con los brazos cruzados sobre
el pecho y el rostro inclinado con humildad y veneración; cuando hube mirado detenidamente
en la niebla de mi visión, divisé el rostro de una de ellas que resplandecía luminoso:
aquel rostro era el de la pecadora que vivió en Jerusalén. Abrí mis ojos y miré a Jesús;
vi que sonreía; los cerré por segunda vez y en la esfera de luz de mi revelación aparecieron
siete hombres con vestiduras blancas, en derredor del Maestro; cuando los hube mirado
fijamente, reconocí en uno de ellos al ladrón que fue crucificado a la derecha de Jesús.
Pasada la medianoche se retiró Jesús de mi hogar acompañado de sus amigos.
K.G.
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