Desde el punto de vista de su potencial, el hombre es libre. Puede actuar, hacer y pensar lo que quiera, dado que podría llegar a eludir cualquier impedimento externo que se lo impidiera. Por lo tanto, el libre albedrío es la natural disposición de todo hombre a hacer cuanto le plazca.
Pero el hombre no está solo, sino que está rodeado de otros seres que también gozan de la misma libertad. Este hecho es fundamental para entender que la libertad del hombre no puede ser ilimitada, porque la existencia de otros hombres libres como él se lo impide.
El impedimento es sólo una cuestión de supervivencia, porque si un hombre hace lo que quiere sin tener en cuenta que puede afectar a otro con su accionar, está autorizando al otro a hacer lo mismo; y de esa manera peligra también su propia existencia.
Pero el caso es que el libre albedrío no sólo está limitado por el otro sino que también está condicionado por la ley de la causalidad.
Esta ley no se puede ignorar porque funciona inexorablemente. Cada acción tiene una consecuencia que no necesariamente se manifestará de inmediato sino que se hará efectiva en algún momento, acentuada gracias a la propiedad que tienen los actos relacionados para combinarse entre si y formar un hecho aún más complejo.
Esta afirmación se apoya en la Ley de la Entropía que postula que todos los sistemas en la naturaleza tienden a transformarse con el tiempo de un estado ordenado a un estado desordenado e irreversible.
En este sentido se puede justificar la filosofía Taoísta de la importancia de la inacción para evitar los efectos, porque el solo aletear de una mariposa en un continente podría producir en otro un huracán.
De modo que podríamos esperar que toda acción ordenada ayuda a mantener el orden en un sistema mientras que todo desorden colabora para favorecer el caos o la entropía.
La juventud no ha vivido demasiado como para corroborar por si mismo el implacable cumplimiento de esta realidad, porque no pueden creer que exista una relación entre sus acciones individuales y los demás hechos aparentemente independientes, fuera de él.
No se trata de hechos que tengan que ver con la represión de las fuerzas policiales frente a un delito sino de situaciones que aparecen como fortuitas y que comienzan a ocurrir dentro del campo de influencia de un sujeto, ni bien éste actúa.
Si observáramos con atención cada uno de los acontecimientos que suceden detrás de cada una de nuestras acciones, nos daríamos cuenta lo increíblemente real de estas afirmaciones, sin necesidad de hacer un juicio de valor, porque cualquier suceso produce consecuencias, ya sea bueno o malo.
La sabiduría de las personas ya mayores se basa en este conocimiento. La vasta experiencia en gran parte les ha develado este secreto de la realidad que para muchos todavía sigue siendo un misterio o el resultado del azar.
Existe otra razón importante que limita nuestro libre albedrío y es la existencia de una instancia natural dentro de nosotros mismos que es la conciencia.
La conciencia es el otro yo, el que coteja, se cuestiona y dialoga permanentemente con el yo externo, o la máscara social. Su existencia es indudable, porque todos sin excepción parecemos estar divididos en dos, el Ser y el No Ser.
Cuando no hay unidad de criterios entre estas dos instancias de nuestro mundo psíquico, la indecisión produce un conflicto y no poder salir del conflicto es una neurosis.
Por esta razón todo hombre tiene que optar libremente en cada instante de su vida, entre Ser o no Ser él mismo, es una elección ineludible, su condición y su tragedia, y esta elección es la que definirá su destino. |