Francisco Nieto
Todo ocultista sabe que la relación existe desde que comenzó la manifestación del universo o
del cosmos, esto es, desde que un gran Ser, al que normalmente llamamos Dios, como Espíritu,
creó su polo opuesto que llamamos materia. Toda la manifestación física está formada de infinidad
de partes relacionadas con la Unidad, con Dios, pero está claro que esa Unidad (o naturaleza,
como algunos prefieren llamar a Dios) contiene y representa el orden, la justicia, la belleza, la verdad,
la armonía, el amor, la fraternidad y otras muchas más cualidades y aspectos del Ser que aun no
hemos desarrollado por estar en el grado evolutivo en que estamos. Así es que, si somos parte
de esa Unidad con todos esos aspectos elevados, tenemos que tener las mismas posibilidades
o los suficientes medios como para desarrollarlos, y todo ello gracias a las relaciones de nosotros
como Espíritus respecto a la materia, de nosotros como Almas respecto a los vehículos de
expresión que tenemos, y de nosotros como personas respecto a los demás. Comprendido lo
anterior, está claro que, como partes de esa “Unidad” o “Todo”, la evolución de la conciencia nos
tiene que llevar hasta Ello, y que, si en cada uno de nosotros están latentes todos esos aspectos
divinos, queramos o no (hablando, como es lógico, de la reencarnación) iremos sintonizando
cada vez más con la vibración o vida de esa Unidad hasta dejar de ser diferentes o partes
separadas que se relacionan.
Pero, como es obvio, la duración o la consumación de ese hecho dependerá de nuestras acciones
y reacciones, es decir, de si nos expresamos y reaccionamos a través de nuestros aspectos o virtudes
del Espíritu o lo hacemos como simples personas que actúan por instinto, con pasión y egoísmo o que
no utilizan el discernimiento. La relación existe desde el átomo (las partículas que lo componen) hasta
el propio universo, objetivo y subjetivo, pero el resultado de esa relación será de “orden” y “caos”,
“bueno” o “malo”, etc., dependiendo del desarrollo o grado de conciencia de la vida que lo anima. En
este sentido podríamos hacer la siguiente comparación: El átomo que es parte de una molécula y ésta
de una célula, y ésta de un cuerpo físico cuya vida y conciencia es aún poco desarrollado, no contiene
la misma relación con esas partes si la evolución del individuo fuera muy elevada en sentido espiritual.
Pero la relación no existe solamente en el plano objetivo y material sino que también es tal en lo
subjetivo y en todo aquello que no vemos.
El átomo, dada su poca evolución de conciencia, expresa esa relación en forma de atracción
y repulsión entre sus partículas, sin embargo, en nuestro caso y puesto que nuestra conciencia
está mucho más evolucionada, sabemos que nos podemos expresar con atracción, repulsión
o indiferencia, teniendo en cuenta muy especialmente que dentro de la atracción es donde
más podemos manifestar los aspectos del Espíritu relacionados con los aspectos divinos
de la Unidad en la que vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser. Por consiguiente, nosotros
evolucionamos también (desde lo invisible) gracias a nuestros sentimientos, deseos,
emociones…, en relación con los de los demás; y lo mismo ocurre respecto a nuestros
pensamientos según sean su naturaleza y, por tanto, según creen armonía o discordia al
contactar con los que hay en la atmósfera mental. Pero todo esto, como es lógico, tendrá
una relación con el grado de conciencia que cada uno haya alcanzado, con el control de
la mente y con la buena o mala voluntad de cada individuo; repercutiendo todos los efectos
de las relaciones en esa Unidad de la que somos parte.
Si hay infinidad de partes visibles e invisibles, tiene que haber un origen, una Unidad de
donde han sido separadas temporalmente las partes, y la relación entre la Unidad y las
partes bien podríamos llamarla “evolución” puesto que es la evolución del Espíritu a
través de la materia la que origina la conciencia que progresivamente se va relacionando
con la conciencia de dicha “Unidad” o Dios. Pero nuestra evolución es el efecto de la
“relación”, la cual cambia continuamente, tanto de una vida para otra como en la misma
vida dependiendo, a su vez, del grado de nuestra conciencia en relación con las conciencias
que nos rodean. La relación entre dos hermanos menores no es la misma que entre éstos
cuando son adultos y lo mismo ocurre con todas las personas y cosas que nos rodean.
Mi relación no es la misma con una persona que tiene conocimientos ocultos y que es un
aspirante espiritual como yo, que con otras que solo piensan en divertirse y en sacar el mayor
provecho posible del mundo físico y de sus relaciones personales. Por tanto, somos una
unidad dentro de una gran red de relaciones de las cuales podremos obtener beneficio o
perjuicio según sepamos expresar las virtudes o aspectos espirituales relacionados
con el grado de desarrollo de nuestra conciencia.
Podríamos diferenciar la relación en dos bloques: La interna y la externa. La relación interna
es la que nos une a la Unidad que nos creó, a otras Jerarquías creadoras, a nuestros hermanos
en Espíritu (también partes) y a los Mundos, Submundos, Rayos, Subrayos, etc., pero
“con” y “dentro” de los cuales no somos conscientes pero sí lo seremos en el futuro
según se vaya ampliando nuestra conciencia. La relación externa es la que creamos y
tenemos con la conciencia de vigilia y la que está relacionada con la Ley kármica de
Causa y Efecto. Es verdad que a veces manifestamos sabiduría y actuamos en
conciencia pero, por lo general, nuestra consciencia está centrada en las relaciones
y en las reacciones de nosotros mismos y hacia todo lo que nos rodea, sin embargo
es en esto último lo que nos interesa trabajar como partes de ese Dios. ¿Nos hemos
parado a pensar en que las instituciones, centros, escuelas… son centros para la
estabilización de las relaciones y para fijar un modelo de acción que determine su
naturaleza? Pues algo similar ocurre con el aspecto interno respecto al externo,
nuestros valores internos deben actuar como instituciones que marquen
una pauta a seguir por lo externo.
¿Qué significa esto? Pues que hay que hacer lo que tantas veces se repite en ocultismo,
observarnos, analizarnos, conocernos…, porque sólo así podremos darnos cuenta de
qué clase de institución o qué patrones tenemos en lo interior para llevar a la práctica
en lo exterior. ¿Cómo pensamos? ¿Qué sentimos y cómo reaccionamos ante los demás?
¿Cómo actuamos ante determinadas circunstancias? ¿Cuántas veces actuamos en
conciencia para colaborar con el Espíritu durante el día? Si hay un sentimiento interno
de igualdad, de amor al prójimo y de fraternidad, no puede haber desigualdad ni conflicto
en las relaciones externas. En el mundo externo hay más sentimientos de desigualdad,
de conflicto y de oposición que en lo interno debido a las diferencias (hombre-mujer,
jefes-subordinados, ciencia-religión, orgullo-humildad, egoísmo-altruismo…) y esto es
debido al grado evolutivo de la conciencia de cada uno y a la falta de contacto e identificación
de lo externo con lo interno. Todos nosotros hemos pasado, o pasaremos a través de la
reencarnación, por situaciones en que, por el hecho de tener poder, hemos abusado de
los débiles o han abusado de nosotros; esto se convierte en algún momento en resistencia
o rebelión que, al cabo de un tiempo, causa una ruptura en la relación que hace que
seamos más iguales. Esto significa que tenemos que cambiar lo interno y, de hecho, cuando
lo hacemos se produce un equilibrio, una cooperación armónica que, aun siendo
independientes y libres, hace que nos guiemos más por los patrones internos. Esto
mismo lo podemos aplicar a todas las relaciones de la vida, respecto a la mujer, a las razas,
a las religiones, al conocimiento, a la política, etc.
En realidad y respecto a la personalidad, todos somos opuestos en algún sentido respecto
a otros, sin embargo, somos complementarios en lo interno. Lo opuesto y los conflictos en las
relaciones proceden del hecho de que nos identificamos conscientemente con la forma física
anulando así el aspecto interno o conciencia de los demás, pero cuando la buena voluntad y
el discernimiento ponen manos a la obra, nos podemos dar cuenta de que las formas físicas y
personalidades opuestas no tienen porqué dividir ni crear conflicto o separación. Es la
ignorancia y la falta de desarrollo de la mente y de la voluntad la que antepone el “yo
personal” ante “los demás”. Esto hace que nos guiemos por una serie de patrones o hábitos
mentales cuyo origen es el egoísmo y el disfrute de los placeres terrenales, en definitiva,
una vibración que choca con otras muchas vibraciones que nos rodean. Pero como hemos
dicho, las relaciones cambian como cambian las circunstancias y la vida misma, pero
nosotros, en medio de esos cambios y variadas vibraciones, tenemos la oportunidad de
transformar lo externo en lo interno, bien cambiando nuestra propia vibración hacia
la vida del Espíritu, o bien no respondiendo a esas vibraciones o
causas haciendo que queden inactivas.
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