El Libre Albedrío: Decidir y Hacer
El libre albedrío consiste fundamentalmente de dos cosas, no solo de una, como muchas veces se malinterpreta.
Y esas dos cosas son: la facultad de decidir y la facultad de hacer, las que muchas veces se parecen pero no son lo mismo.
Si analizamos cuidadosamente esta sencilla distinción, veremos cómo todo se ilumina. Muchas veces el ser humano llama libre albedrío a algo que decide y que, sin embargo, no puede hacer; ¿donde estaría entonces la libertad o el libre albedrío? Si decidimos algo que nos es imposible, ¿como podemos entonces ejercer nuestro libre albedrío?
Igual sucede con los dones, y es por eso que muchas veces nosotros no podemos manifestar los dones que llevamos.
Porque no basta con tener el don, debemos tener también el poder para ejercerlo. Y ¿de dónde brota ese poder? De la facultad de hacer y decidir, es decir, de nuestro libre albedrío, de nuestra libertad, del ejercicio de nuestra voluntad.
Así veremos por ejemplo, que en el caso de un suicida, ya no tiene éste la facultad más que de hacer, porque ya no puede decidir debido a la turbación y confusión provocada por un intenso sufrimiento.
En otras ocasiones, en el caso de los vicios, ya no se tiene la facultad de hacer, solo la de decidir. Es decir, aún dándose cuenta una persona de lo dañino que es un vicio y aún tomando la firme decisión de superarlo, le resulta imposible ejecutar su decisión.
Es solo cuando estamos en presencia de ambas cosas, de ambos elementos, cuando verdaderamente estamos ante un pleno libre albedrío.
Citas extraídas de las comunicaciones divinas de El Tercer Testamento
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