FORMAS MENTALES Y ELEMENTALES
GENERADOS POR LAS EMOCIONES
Al hombre le fue concedido, como a su Dios, ser un creador. La chispa de vida que
tiene dentro de él es capaz de otorgar vida eterna a las partículas indeferenciales que existen
en la naturaleza. En otras palabras, dentro del hombre hay una piedra de toque que
transforma en una sustancia similar a él todo lo que se pone en contacto con su persona.
Como el universo está lleno de las chispas de las ruedas de Dios, también los elementos de
la naturaleza están llenos con las chispas que se desprenden de las ruedas de vida,
retorciéndose y girando dentro de los organismos más bajos de la naturaleza. El hombre es
un dios que se está haciendo; está mucho más cerca de la divinidad de lo que cree o de lo
que le conviene creer. El infinito deseo de crear late en su sangre en la misma forma en que
lo hace en el ser de la Deidad; en cada momento de su vida expresa las cualidades divinas
de la creación. No sólo crea seres semejantes a él y perpetua su especie por media de la ley
natural, sino que es también un creador en los planos más elevados de la naturaleza. Del
mismo modo en que su organismo físico reproduce seres semejantes a él, también nacen de
su ser otros hijos.
Volviendo a las cuatro creaciones del cuerpo de Brahma, podemos decir ahora que
de las sustancias simbólicas de los pies de Brahma (tierra material) de de los muslos de
Brama (agua etérea), del pecho de Brahma (fuego astral) y del cerebro de Brahma (aire
mental) es modelado el vehículo cuaternario por medio del cual el ego espiritual puede
funcionar respectivamente en los mundos físico, etéreo, astral y mental. Por medio de los
poderes generadores del mundo físico, el hombre ayuda a formar los cuerpos físicos de los
seres vivientes que lo acompañan en la vida. En la misma forma es capaz de dirigir los
planos de sustancia que sirven para expresar otras oleadas de vida en evolución, puramente
física. En el tercer mundo, donde el hombre rojo nació de Brahma, emana del Brahma en el
hombre una gran corriente de seres construidos por sí mismo, muy similares a los hijos del
cuerpo físico producidos en este mundo. Su responsabilidad hacia esos seres es tan grande
como hacia los de su misma carne y sangre que crecen en torno de él en la forma de hijos y
descendientes. No podemos comprender lo porque estos hijos son invisibles a la vista
normal del mundo físico. El clarividente entrenado, sin embargo, es capaz de verlos, y
comprende que estamos ahora poblando este mundo con hijos que crecerán para ser sus
futuros ciudadanos, en forma tan segura como poblamos el plano astral con los hijos de
nuestras emociones, extrañas y ardientes criaturas nacidas de nuestro propio cuerpo
emocional, cuyo vértice remolinante se halla en el hígado. Este cuerpo es el León del
Querubín, y de él se derrama en el mundo la progenie del plano emocional.
NUESTROS HIJOS ASTRALES
(El Mundo Astral es denominado un plano de la naturaleza)
La pasión, la compasión, la emoción y el deseo humanos son las cualidades que
hacen que el cuerpo del individuo concuerde con el cuerpo correspondiente del Hombre
Macrocósmico. Dios o Brahma - tiene una constitución septenaria. Para cada uno de sus
cuerpos, hay un polo o vórtice vibratorio en reciprocidad con el cuerpo humano, siendo
estos polos centros de actividad que responden a los grandes centros de los planos del
Hombre Universal. Por analogía no caben dudas de que los planetas de nuestra cadena son
los átomos simientes permanentes del Hombre Universal, y que cada átomo es el centro de
un sistema septenario de esferas o globos compuestos de variados grados de densidad. En el
Hombre Universal, estos cuerpos son denominados planos de la Naturaleza; en el hombre
inferior, estos planos son llamados cuerpos. En la actualidad, sólo podemos conocer las
oleadas de vida que atraviesan las siete esferas, las que armonizan con la creación material.
Cabe decir con seguridad, no obstante, que en la Creación Mayor, Brahma creó oleadas de
vida en cada uno de sus planos (o cuerpos) y que los elementos invisibles de la Naturaleza
están poblados con razas, orbes, cadenas y. que pasan a través de la cadena septenaria de
manifestación, sin que ninguna de estas creaciones se dé cuenta o comprenda la existencia
de cualquiera de las otras, o que sea comprendida por cualquier otra. Puesto que esto es
cierto del Hombre Universal y ya que la ley de analogía es una guía infalible, podemos
afirmar con seguridad que el hombre (el universo menor) no sólo lleva a cabo la obra de la
creación física, sino también da origen a una complicada serie de creaciones mentales y
astrales que el vidente entrenado es capaz de estudiar a primera vista y cuyos atributos
puede clasificar.
Damos seguidamente un resumen de algunos de sus más sobresalientes rasgos: Cada
plano de la Naturaleza corresponde a cada uno de los vehículos del hombre. La evolución
cosiste en elevar el centro de conciencia de vida sucesivamente de un plano a otro por la
armonización gradual de la conciencia con la velocidad vibratoria de cada plano.
En el mundo occidental, el plano físico es el mundo de la realidad, por cuanto la
conciencia de sus habitantes se concentra únicamente en las cosas materiales, quedando los
centros de los sentidos aprisionados en lo visible y físicamente tangible.
Para nosotros el mundo físico es la única realidad existente por cuanto conocemos
lo externo sólo a través de la velocidad vibratoria de la percepción sensorial; y nuestra
velocidad de percepción sensorial hace que armonicemos con el plano más inferior - los
pies de Brahma -, el nivel de los Sudra, o sirvientes.
En la Naturaleza, hay un mundo o plano (uno de los cuerpos de Brahma) con el cual
el hombre llega a armonizar por medio de la velocidad vibratoria del átomo emocional
sutrátmico. El giro de los átomos produce una velocidad de vibración, y cada uno de estos
átomos simientes vibra a una tónica diferente. Para el que es capaz de entenderlo, y cuyos
sentidos hayan logrado las necesarias armonizaciones, estos átomos simientes entonan un
canto místico cuyas notas suenan como los tonos estruendosos de un órgano colosal de la
Naturaleza. Sin detener nunca su maravilloso movimiento de giro, se unen al conjunto de
las sinfonías celestiales de las esferas en movimiento. En una forma mas moderada,
entonan el canto emitido por los planetas y de este modo susurran el nombre sagrado del
Más Alto, ese Ser maravilloso que está compuesto de todas las chispas de vida que giran en
la infinita espiral del sonido vibratorio.
Del cuerpo físico del hombre se extiende un aura en forma de huevo, con la parte
mas ancha abajo. Esta aura, llamada comúnmente el cuerpo astral, es una serie de
emanaciones remolinantes en la que los rudimentos de los órganos pueden advertirse en
espirales y ruedas giratorias de luces coloreadas. Este cuerpo en forma de huevo se extiende
de treinta a treinta y cinco centímetros fuera de la forma física, y es el vehículo de la
expresión consciente que hace armonizar al hombre, el pequeño dios, con las emociones del
Creador. Como el rojo planeta Marte (que es su nota fundamental) este cuerpo brilla con
matices y colores opalescentes, en los que predominan el rosado, el violeta y el naranja.
Este cuerpo pertenece tanto al organismo como el cuerpo físico, y funcionamos en él
muchos años después de la muerte de nuestra forma física.
Este cuerpo astral expresa todos los sentimientos, las emociones, los deseos, los
odios, los temores, los excesos y las cualidades activas del organismo humano. De él se
derraman perpetuamente en el plano astral de la Naturaleza los elementales creados por el
hombre que habitan ese plano en el gran universo.
Los antiguos dividieron el plano astral en dos grandes regiones: Kama Loka y
Devacham. Estas palabras expresan en forma más adecuada que los términos de los
idiomas occidentales las cualidades de este mundo. La traducción Kama Loka significa en
primer lugar el mundo de Compensación. Fue identificado con el purgatorio por las
organizaciones religiosas de la Cristiandad, y está compuesto por los tres planos más
groseros del mundo astral. Es importante comprender que el así llamado purgatorio de los
antiguos es muchas veces más sutil en sus principios atómicos que el mundo físico, y que
interpenetra la materia física. Aunque no tengamos conciencia de ello, las llamas eternas
del infierno están en medio de nosotros, invisibles, desconocidas, y absolutamente inocuas,
debido a que actuamos en un nivel de vibración distinta.
En esta división inferior del plano astral se vierten los elementales generados por las
emociones del hombre. Nuestros odios, temores y excesos son así estancados en los tres
planos inferiores del mundo astral. Allí el clarividente puede ver el fruto de la degeneración
humana y los hijos nacidos del cuerpo animal del hombre. Estas creaciones a menudo son
extrañas contradicciones de las cosas que una persona quisiera que los demás creyeran,
porque no muestran lo aparente, sino los secretos excesos de su vida. Como corrientes de
demonios y monstruos, tal como las que frecuentan el sueño de los adictos al opio o
resplandecen ante los ojos de los borrachos, vemos a los hijos nacidos en el lugar más bajo
del mundo de fuego de Dios. Surgen de nosotros en una incesante e infinita corriente, y
nutren esa hirviente multitud de seres de fuego que se destruyen unos a otros en ese mundo
de oscuridad. Esto es por cierto el Infierno del Dante. En Kama Loka, la tierra del pecado,
el hombre debe encontrarse con sus creaciones cara a cara y enfrentar a los hijos de sus
vicios.
Poco comprende el hombre la inmortalidad que es capaz de otorgar a sus
creaciones. Hay una leyenda apócrifa del Maestro Jesús en la que se dice que cuando era
niño modelaba para jugar palomas de arcilla y las echaba en el aire, dándoles vida para que
pudieran volar al cielo. De la misma manera, cada uno de nosotros, con el poder de
inmortalidad en nuestra alma, otorga la vida a las substancias de la Naturaleza,
modelándolas en la expresión de nuestros temperamentos y personalidades, y arrojándolas
en la sutiles esencias de la existencia donde flotan por incontables edades, llevando cada
una las bendiciones o las maldiciones con que fueron dotadas por nosotros.