El Cuerpo es un Buen Servidor o un Amo Peligroso.(I)
Conferencia dictada por el Sr. Roberto Ruggiero.
Queridos amigos: Como estamos casi finalizando el curso de este año, pues apenas tenemos
hoy el próximo jueves oportunidad para temas, porque el día 24 queremos despedirnos con
una ceremonia de Nochebuena Cristiana y de acuerdo a la fecha escuchar un poco de
música sacra y proyectar “slides” en colores de los lugares sagrados, traídos de viaje
por nuestra amiga y compañera Srta. Ma. L. Hernández Freire. Ahora comencemos un tema.
Es posible que les pueda extrañar que contando cada uno con un cuerpo denso
que debiera ser nuestro sirviente, podemos, sin embargo, tener en lugar de alguien
que nos sirva, alguien que nos mande, alguien que se torne un amo peligroso,
porque lo hemos habituado mal y pagamos la consecuencia. Sí; las existencias
en la Tierra se aprovechan o se pierden, si no comprendemos su propósito.
La vida debería darnos un balance positivo, pero a veces nos da un balance negativo.
El cuerpo denso, como los demás vehículos que se han otorgado cuidadosamente a
la humanidad, no siempre hemos sabido dirigirlos con sabiduría y se tornan, en algunos
casos, un problema, deteniendo el avance. No estamos asegurando que los vehículos
tengan supremacía sobre quien los usa, pero si una herramienta es descuidada de tal
forma que se torna inútil, no cumple su finalidad, igualmente los vehículos humanos de
que disponemos también tornasen herramientas inútiles y
peligrosas, cuando no los hemos dirigido bien.
Plotino, filósofo famoso de la antigua Grecia del siglo III de nuestra era, que Vds. deben
de recordar, llegó a emitir un pensamiento hermosísimo a este respecto: “Belleza. Vuelve
sobre ti mismo y mira; si tú no ves todavía la belleza en ti, haz como el escultor de una
estatua, que la esculpe, la pule, y va tanteando hasta que saca las líneas bellas
del mármol. Como aquel, quita lo superfluo en ti, endereza lo que es oblicuo, limpia lo
que está oscuro, para hacerlo brillante y no ceses de esculpir tu propia estatua, hasta
que el resplandor divino de la Virtud se manifieste; hasta que veas la temperancia
sentada, sentada sobre un trono sagrado.
Si observamos que nuestro comportamiento no es totalmente perfecto, que la virtud no
ha florecido en nosotros, que la luz de la sabiduría no nos guía, tenemos que hacer como
el escultor del ejemplo, que con sumo cuidado va creando de una piedra informe, un
bellísimo mármol; puliendo, rebajando, corrigiendo líneas, llega finalmente a
producir una estatua de valor. Recordemos este pensamiento, porque es de un filósofo
de valía y que encuadra en lo que queremos expresar hoy: los cuidados que tenemos que
tener con nosotros mismos, cuidados siempre necesarios.
Queremos decir algo más sobre Plotino. Este filósofo demostró en su vida ser de una
capacidad invulgar; no solamente fue un estudioso profundo, habiendo estudiado filosofía,
artes y todas las disciplinas conocidas: gramática, oratoria, música, astronomía y todo el
conocimiento del momento, que lo cultivaron de tal forma que, imperando el imperialismo,
él fue un precursor de la democracia. En Roma, cuando Plotino enseñaba, daba, de
derecho, a todos el mismo lugar; aristócratas y esclavos se veían en la asamblea,
juntos. Aparecían las capas escarlatas de los senadores y también, mezclados, los
anillos de hierro de los esclavos. Fue un adelantado; por eso habló con tanta seriedad
de la belleza con que tenemos que esculpir nuestros actos y cómo debe, finalmente,
resplandecer la virtud en lo que consigamos realizar.
El mayor escollo que tiene la humanidad a través de los tiempos, es la modificación final del
temperamento de cada uno; en este trabajo estamos empeñados. Al alertarlos nuevamente,
no hacemos nada más que darle valor al asunto; generalmente los enfoques que da la cultura
y el conocimiento, hacen que llevando la vista a alturas muy elevadas, perdamos la visión
de las realidades más inmediatas. Por eso, amigos, con mucha cautela,
estamos hablando sobre ese tema.
Hay una imagen, dejada en unos de los escritos de quien fundó la Fraternidad Rosacruz
para el siglo XX, el ingeniero Max Heindel, una “renunciación” que puede darles
la pauta a lo que deberíamos llegar. Las cualidades humanas no son simples
sonrisas, amabilidades, atenciones simples y fáciles de hacer; la evolución exige algo
más, entonces recordamos la siguiente semblanza: alguien que había vivido, que había
conocido todas las alegrías y todas las tristezas de la Tierra, hace un viaje muy demorado
y enfrenta un gran portal del cielo, que decía en gran título “olvido”; es uno de los siete
grandes portales, podemos decir, en donde se procura recibir a los peregrinos que
buscan paz y descanso. Y éste, quien se presenta, había hecho mérito pero
todavía antes de entrar, se demora en abrir la puerta, entonces ésta abre lentamente
y le muestra una visión radiante de los cielos, la perfección absoluta, de plena paz, de
plena belleza, de plena tranquilidad; y una voz que partía de todos los ámbitos le dice:
“bienvenido si quieres entrar, pero siempre que no te quede ninguna duda, porque
los cielos tan amplios, tan completos, tan seguros, que brindan a todos lo que deseen
con tal de desearlo, tiene una condición; no tiene que quedar nada de la Tierra”. Ante
esa exigencia, quien ahí se presentaba, demoró en responder y contestó hablando
de forma pausada: “viví y creo haber cumplido todos mis deberes en la Tierra, pero con
todo, un sabio me advirtió que siempre queda un deseo, y en este mi caso personal,
dice, siempre deseé ser maestro, en estos momentos que lo soy, quisiera tornarme
servidor, quisiera tornarme sirviente. Muchos y muchos seres que quedaron a la vera
del camino, mientras yo avanzaba, seres que titubeaban, seres que se debilitaban,
seres que se perdían para el adelanto, esperan y en estos momentos
estoy decidido a volver para ayudar.
Amigos, estamos presentando el caso de alguien que tuvo que esculpir su propia
estatua y la supo esculpir. El esculpir su propia estatua, no es cumplir, apenas, con
los hechos superficiales; el mármol es una materia dura y difícil de cincelar, también
la elevación espiritual es exactamente una materia difícil de pulir; y el espiritualista que
habiendo despertado en sí, como despertó aquel peregrino que quiso presentarse a
los cielos, despertó el deseo de paz, el derecho de adquirir los frutos del trabajo,
tiene todavía el deber de servir hasta el sacrificio; porque los frutos más valiosos del
trabajo no son aquellos que hacemos fácilmente, sino son aquellos que cumplimos por
deber, aunque éste se presente de forma ingrata o de forma amarga. Eso es cincelar,
eso es tener derecho a recoger una cosecha, pero una cosecha que costó.