Alumbre vuestra luz entre los hombres...(I)
Roberto Ruggiero.
Una de las muchas enseñanzas de los Nuevos Evangelios expresa:
Así alumbre vuestra Luz ante los hombres, “para que vean vuestras
buenas obras y glorifiquen a Dios que está en los Cielos”. La afirmación de que tenemos que expresar la Luz nos indica la
finalidad más completa que pueda alcanzarse en La Tierra. ¡Dios es Luz! Cuando la aurora comienza, apareciendo con ella la luz, todos se renueva:
los pájaros cantan, la vegetación se eleva hacia la luz y el color, las
hermosas corolas de las flores se dirigen hacia la luz solar que aparece,
y todos nosotros nos renovamos iniciando nuestras actividades. Cuando los grandes telescopios modernos investigan el infinito,
la inmensidad del cosmos, observan la actividad del Universo,
de sistemas envueltos en luz. La luz es manifestación de vida.
De vida y de espacio: de Dios. Y cuando nosotros, que estamos hechos a imagen y semejanza de
Dios, expresamos luz, estamos acercándonos a nuestras metas;
estamos definiéndonos; estamos siendo, definitivamente, expresión
de algo: de la Voluntad, de la Sabiduría y de la Actividad de Dios,
que son nuestras propias cualidades. ¿Qué representa la Tierra? Una hermosísima oportunidad para todos
nosotros de desenvolver valores. ¿Qué valores? ¿Los materiales, que
es imprescindible cumplir para satisfacer las necesidades que el
mundo físico exige? La respuesta es: no. No solamente ellos. Los medios materiales son necesidades que tenemos que cumplir; formidables
ocasiones de desenvolver facultades de mejor observación, de más
discernimiento y rectitud. Pero son medios: la finalidad que persigue la
existencia humana en el mundo es alcanzar a desarrollar los valores
eternos, aquellos que completarán a la criatura de hoy, haciéndola salir de
las comunes costumbres mundanas y manifestar al ser inmortal, que se
proyecta definitivamente a lo que es: una criatura divina para la cual el
polvo de la Tierra tiene sólo un fin: darle la ocasión de demostrar lo
que es. Criatura en crecimiento, en desenvolvimiento de valores, que
está completándose, alcanzando una dignidad divina: su propia
proyección hacia la eternidad. Vida y muerte no son nada más que etapas que no debemos medir ni
considerar como aparentan ser. Cuando alguien querido se va, sólo
nuestro espantosos egoísmo hace que le lloremos. Es una pena que
todavía no nos entendamos a nosotros mismos. Quien se va por una finalización de su existencia totalmente normal, se
va a la liberación, a su verdadera patria, a su mundo espiritual, a lo que es;
justamente, a ser lo que consiguió desenvolver aquí en la Tierra, lo que
la Santa Madre Tierra le ayudó a desenvolver: sus facultades superiores. Las cosas de La Tierra quedan para La Tierra; preciosa Tierra, pero
que tiene solamente un motivo: el desenvolvimiento superior para todas
las criaturas que la habitan. Cuando así lo entendemos, cuando
aprovechamos la existencia para desenvolver Luz, entonces comenzamos,
como expresa el versículo citado, “a alumbrar a nuestro alrededor”,
y mostrar las buenas obras que realizamos. Estas consisten en
ser justos, en ser buenos; dejar de ser egoístas, dejar ese pasado
en que por un mal enfoque de las circunstancias luchamos
equivocadamente por la materia y los bienes físicos solamente. Ahora, cumpliendo nuestros deberes diarios, y comprendiendo
mejor, enfrentamos una realidad más completa, que es el crecimiento
anímico, verdadera finalidad de esta Tierra. Todo el universo cumple
una misión, en categorías diversas y etapas diferentes; también la cumple el mundo. Todo el Cosmos se mueve hacia una meta de perfección, y la Tierra
forma parte de ese hermosísimo conjunto con el mismo propósito:
servir como ambiente propicio para el crecimiento y
desenvolvimiento de facultades espirituales. En este momento, La Tierra está en una situación excepcional. Fue
preciso, hace 2.000 años, que un gran Arcángel, el Cristo, viniera a
convivir con los seres humanos, y para eso necesitó de alguien muy
adelantado y e elevada condición, a fin de que le preparara el
medio, el cuerpo, para convivir entre los hombres. Ese niñito nació en el momento en que La Tierra hace su viraje anual,
cuando cambia al solsticio de verano para nuestro hemisferio, y el
opuesto para el hemisferio boreal; en este cambio nació Jesús, que
no era un ser común: era un gigante espiritual que había pasado por
iniciaciones repetidas, y que era el que tenía más capacidad de preparar
un cuerpo que resistiera las terribles vibraciones de un Arcángel, como
sucedió en el Jordán, habría sufrido la dispersión de sus átomos; se
habría desintegrado en el acto. Jesús fue capaz de propiciar ese cuerpo ideal, mientras era preparado
él mismo, y educado en hermosísimos santuarios que en la época se
organizaron precisamente para recibirlo. La imaginaria carpintería es
una creencia popular, no exacta. Se realizó lo que era preciso para que un Arcángel conviviera en La Tierra,
sufriera con los hombres, y partiera para iniciar una limpieza del aura
espiritual de una Tierra que por repetidas equivocaciones, se iba haciendo
inapta, incapacitándose para servir de base a una Humanidad que debía crecer. El Cristo comenzó en ese entonces su trabajo, lo renueva año a año. Esta
época de Navidad es el momento culminante. Tendrían los ojos humanos
que ver cómo, desenvolviendo toda su potencionalidad arcangélica y
penetrando hasta el propio centro de la Tierra, irradia su tremendo poder
espiritual para mejorar un aura empobrecida y tornarla benéfica, haciendo
posible que todos recibamos un alimento espiritual mejor; poder que
se siente en este momento en la atmósfera del mundo y que manifestamo
a través de un entusiasmo, de un mayor ánimo, de un deseo de compartir. Navidad es compartir. Cada uno comparte de acuerdo a su
entendimiento y sentimientos. Se hacen intercambios de obsequios,
de atenciones, de afectos. Intercambian Luz: eso es Navidad. Intercámbiese
lo que se ha comprendido, háblese a quienes no comprendieron,
escúchense razones, explíquense realidades; no se viva de espejismos,
de una visión que dan los ojos físicos, dirigida solamente a lo relativo del
mundo material; explíquense hechos eternos, explíquense razones,
explíquese por qué, y cumplan con su finalidad de alumbrar. Estas
son las obras buenas. Esto es lo que estamos invitados a hacer. Entonces, glorificamos a Dios en los Cielos, porque emana de nosotros
un agradecimiento, al fin, por todas las dádivas que recibimos, dádivas
que se reciben desde que la aurora amanece y durante todos los
momentos de la existencia. Si nuestra existencia está salpicada de sufrimiento y de dolor; si en
ella surgen dificultades, obstáculos: bendigámoslos. No demos lugar
a la tristeza; no demos lugar a la decepción: seamos criaturas que
comprenden un plan que está en andamiento únicamente para nuestro bien. No imaginemos torpemente que, así como a algunos les llega el
bienestar, es una injusticia espantosa que a otros le llegue el dolor.
Ello es absolutamente incierto. Lo cierto, es que todos estamos acompañando un plan de desenvolvimiento,
y cada uno recibe aquello que en su medida corresponde y más le conviene. Así, el dolor y el sufrimiento tienen una gran finalidad: despertar nuestras
condiciones, alertarnos, invitarnos a hacer un esfuerzo final. Este esfuerzo
final es unirnos de hecho a esa Luz que nos alumbra permanentemente.
Desde nuestros primeros pasos en la evolución, esa Luz no ha dejado
de acompañarnos. Nos invita a seguir adelante. Pero ... ¿Puede imaginarse la decepción y tristeza de esos grandes seres
que secundan la Voluntad de Dios, al observar a una humanidad que
titubea, que no sabe cómo dirigirse; que recibe, y que no
sabe dar, no sabe retribuir? Modifiquemos definitivamente nuestra actitud y sigamos por el sendero
que nunca deberíamos de haber dejado: una comunión
absoluta y permanente en Dios. Dios nos está asistiendo. Estamos recibiendo su asistencia. Estamos
decididos a seguir por el sendero que nos corresponde. ¿Qué es Dios? Voluntad. Voluntad en hacer, en crear; Voluntad en
desenvolver poderes para crear el bien, como lo es el Sistema Solar,
que se mueve, gira y se traslada para el bien, para posibilitar el bien. Imitemos a Dios. Dirijamos nuestra voluntad sólo en un sentido constructivo
y definitivo. El se auxilia con una Sabiduría que es su característica: el bien
saber hacer. Sabiduría en Dios es expresión de Amor, expresión de
sentimiento, de afecto. Hagamos que nuestro palpitar, que nuestras vibraciones
sean esas, imitando a Dios. Si Dios es Sabiduría y Amor, procuremos
expresarnos de igual forma. Acompañémonos unos a otros. Saquemos esa barrera creada por la
incomprensión, por el egoísmo, por las vanidades, orgullo y equivocaciones.
Saquémosla definitivamente. Acerquémonos unos a otros en un intercambio permanente de buena
voluntad, de entendimiento, de tolerancia, de perdón, de amistad. Y seamos activos. No aceptemos la negligencia, el dejar pasar el
tiempo. Seamos activos como Dios lo es: permanente. Dios despliega
una actividad ininterrumpida. Por esa razón nuestro Sistema
Solar va cumpliendo su propósito con todo cuidado y perfección. Se
traslada a través de un Zodíaco que representa un lapso de 25.868 años,
después del cual vuelve exactamente al mismo punto de partida, cumpliendo
una trayectoria con una finalidad trascendental: llevar toda su obra ante
hermosísimas constelaciones luminosas, para que esa luz ilumine todo,
alumbre, y ayude a que se siga completando, en fin el ciclo de
perfeccionamiento, para bien de todos. Comprendamos y trasformémonos. ¡Cuántos ejemplos de mitos, cuántas obras de la literatura universal
nos hablan de mejoramiento, de transformaciones! Siempre reverenciamos una obra como la realizada por Goethe al
presentarnos un Fausto, ser que vivió buscando y procurando satisfacer
anhelos circunstanciales, del mundo, y a quien esas propias experiencias,
al fin, le enseñan y lo transforman: le hacen sentir una realidad, una
necesidad de reforma, de redención. Y cuando va cerrando los ojos a la
vida física, anhela un mundo nuevo de paz, de alegría y de felicidad para
todos. Es la redención del alma que luchó y que triunfó, que al fin
comprendió su destino, y que procura alcanzarlo.
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