EL HOMBRE SABIO Estaban todos reunidos cuando El levantó los ojos y miró al horizonte. Las lágrimas volvieron a ellos y su voz temblaba al decir: Hermanos pajarillos, que la Luz de nuestro Creador Común sea con ustedes y que la Armonía de Sus Manos llene de calor sus pequeños corazones. Que la Naturaleza les dé sustento y puedan comer de su cuerpo que son los campos y beber de su sangre que es el agua que corre por ríos y arroyos. Que su sacrificio junto al sacrificio de aquellos hermanos suyos que no conocen ni los campos, ni los arroyos, ni las flores porque la mano del hombre los retiene en su jaula, sea para que se despierte el sentimiento en el corazón de mi hermano el hombre. Porque es en el Amor a la Naturaleza y a todo lo que ella da, donde comienza uno a amarse a sí mismo en su Esencia. ¡Cuántos no se fijan en ustedes porque son pequeños!, ¡ni toman ejemplo de ustedes porque son pequeños!, y ¡cuántos hacen un comercio de sus vidas! Y un pajarillo bajó del cielo y posándose en su hombro así decía en el lenguaje de los pájaros: Hermanos, cuando sale nuestro hermano común el sol por el horizonte, a todos nos anuncia el día, y cuando se va a todos nos anuncia la noche. Cuando viene el agua de las lluvias a todos nos trae alegría, y cuando las sequías llenan los campos a todos nos entristecen. Y ustedes creen que el sol solo sale para ustedes y que nuestras hermanas las nubes sólo vienen a visitarlos a ustedes. ¿Qué llevan dentro que les hiere el corazón y los llena de violencia y levanta su cólera hacia todo lo que reposa en la Armonía y la paz de nuestra Casa la Naturaleza? No los comprendemos y sin embargo todas las mañanas cuando nuestra hermana común la aurora viste con su traje de seda rosa los campos, elevamos en silencio nuestros ojillos al cielo y pedimos a Nuestro Creador Común que venga la calma a sus pechos y que de nuevo el Amor brille en sus ojos y la alegría en sus corazones. Que con sabiduría nos cuiden a nosotros que somos más pequeños en evolución, mas no por ello, estamos menos cerca que ustedes del corazón de nuestro amado Padre Dios Común. Y dicho esto elevó el vuelo perdiéndose en el horizonte. Miren, decía Quetzacóatl, desde lo más pequeño hasta lo más grande tiene su equilibrio en el Universo. Sólo el hombre sabio conoce este equilibrio y lo mantiene. El ignorante acumula conocimientos para destruirlo, sin darse cuenta de que destruyéndolo se está destruyendo a sí mismo. Pero tiene que aprender de esta manera. Y de verdad les digo que todo aquel que destruye la vida, tarde o temprano regresará para darla. DEL LIBRO: ASÍ HABLABA QUETZACOATL
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