El apego
Querer algo con todas las fuerzas no es malo, convertirlo en imprescindible, sí. La
persona apegada nunca está preparada para la pérdida, porque no concibe la vida sin
su fuente de seguridad y/o placer. Lo que define el apego no es tanto el deseo como
la incapacidad de renunciar a él. Si hay un síndrome de abstinencia, hay apego.
De manera más específica, podría decirse que detrás de todo apego hay miedo, y más
atrás, algún tipo de incapacidad. Por ejemplo, si soy incapaz de hacerme cargo de
mí mismo, tendré temor a quedarme solo, y me apegaré a las fuentes de seguridad
disponibles representadas en distintas personas. El apego es la muletilla
preferida del miedo, un calmante con peligrosas contraindicaciones.
El hecho de que desees a tu pareja, que la degustes de arriba abajo, que no veas la hora
de enredarte en sus brazos, que te deleites con su presencia, su sonrisa o su más
tierna estupidez, no significa que sufras de apego. El placer (o si quieres, la suerte) de
amar y ser amado es para disfrutarlo, sentirlo y saborearlo. Si tu pareja está disponible,
aprovéchala hasta el cansancio; eso no es apego sino intercambio de reforzadores.
Pero si el bienestar recibido se vuelve indispensable, la urgencia por verla no te deja
en paz y tu mente se desgasta pensando en ella; bienvenido al mundo de los adictos afectivos.
Recuerda: el deseo mueve al mundo y la dependencia lo frena. La idea no es
reprimir las ganas naturales que surgen del amor, sino fortalecer la capacidad de
soltarse cuando haya que hacerlo. Un buen sibarita jamás crea adicción.
Walter Risso