EL AZAR: LA BUENA SUERTE Y LA MALA SUERTE
Aparte del impulso natural de adoración, la religión evolutiva primitiva tuvo su origen en las experiencias humanas del azar: la así llamada suerte, los sucesos comunes. El hombre primitivo era un cazador de alimentos. Los resultados de la caza variaban constantemente, y esto dio origen inevitable a esas experiencias que el hombre interpreta como buena suerte y mala suerte. La infortunio fue un factor muy importante en la vida de los hombres y mujeres que vivían constantemente bajo el filo de la navaja de una existencia precaria y difícil.
El horizonte intelectual limitado del salvaje tanto concentra la atención sobre el azar que la suerte se torna un factor constante en su vida. Los urantianos primitivos luchaban por su subsistencia, no por un estándar de vida; vivían vida llena de peligro en la que el azar jugaba un papel importante. El temor constante de lo desconocido y de las calamidades invisibles pesaba sobre estos salvajes como una nube de desesperación que efectivamente eclipsaba todo placer; vivían en temor constante de hacer algo que hiciera volver la mala suerte. Los salvajes supersticiosos siempre temían el soplo de la buena suerte; veían tan buena fortuna como un signo certero de calamidades futuras.
Este terror de la mala suerte constantemente presente era paralizante. ¿Para qué trabajar tanto y cosechar mala suerte —nada por algo— cuando era posible dejarse llevar y encontrar la buena suerte —algo por nada? Los hombres que no razonan olvidan la buena suerte —la toman como cosa natural— pero recuerdan dolorosamente la mala suerte.
El hombre primitivo vivía en la inseguridad y en el temor constante del azar — de la mala suerte. La vida era un estimulante juego de azar; la existencia, una empresa arriesgada. No es de extrañar que los pueblos parcialmente civilizados aún crean en el azar y manifiesten predisposiciones residuales por el juego de azar. El hombre primitivo alternaba entre dos poderosos intereses: la pasión de conseguir algo por nada y el temor de conseguir nada por algo. Este juego de la existencia era el interés principal y la suprema fascinación de la mente salvaje primitiva.
Más adelante los pastores compartieron estos sentimientos sobre el azar y la fortuna, mientras que los agricultores aun más recientes tenían clara conciencia del hecho de que las cosechas dependían de muchas cosas sobre las que el hombre tenía poco o ningún control. El agricultor se halló víctima de la sequía, las inundaciones, el granizo, las tormentas, las plagas y las enfermedades de las plantas, así como también del calor y el frío. Y puesto que todas estas influencias naturales afectaban la prosperidad individual, se las consideraba buena suerte o mala suerte.
Esta idea de azar y suerte colorearon fuertemente la filosofía de todos los pueblos antiguos. Aun en tiempos recientes en la sabiduría de Salomón está escrito: «Me volví y vi que ni es de los ligeros la carrera, ni la guerra de los fuertes, ni aun de los sabios el pan, ni de los prudentes las riquezas, ni de los elocuentes el favor; sino que tiempo y occasión acontenecen a todos. Porque el hombre tampoco conoce su tiempo; como los peces que son presos en la mala red, y como las aves que se enredan en lazo, así son enlazados los hijos de los hombres en el tiempo malo, cuando cae de repente sobre ellos».
LU 951