El amor de Jesús, su vida, su entrega, son la norma y el ejemplo para que el ser humano alcance su plenitud. Lo que sana y da vida es el amor. Lo que salva es la vida impulsada por el amor a los demás. Creer es la respuesta al inmenso amor de Dios. La reciprocidad del amor. Cada gesto, cada palabra de Jesús manifiesta cómo es Dios. La fe supone acoger ese amor que nos salva, que nos da –desde hoy- la vida eterna.
El amor de Dios es universal, alcanza a toda la humanidad. El propósito de su amor es que el mundo, y cada ser humano, tenga vida auténtica. Dios no es quien castiga nuestros errores, sino el que nos salva de ellos. No deja de ser Salvador para convertirse en juez, al estilo de nuestra mentalidad jurídica.
El centro de nuestra fe es que Dios, en Jesús y por Jesús, crea, libera y salva a toda la humanidad; no el castigo y la condenación.
¿No deberíamos repetirlo y escucharlo más veces y con más claridad?