"En el transcurso de la última cena que compartió con sus
discípulos, Jesús cogió pan, lo bendijo, lo troceó y lo
repartió entre ellos diciéndoles: «Tomad y comed, porque éste
es mi cuerpo.» Luego, cogió una copa de vino, y dándosela a
sus discípulos dijo: «Tomad y bebed, porque ésta es mi
sangre… Haced esto en memoria mía».
Estos son los gestos y
las palabras que el sacerdote repite en el transcurso de la misa
en el momento de la comunión. No se puede comprender lo que es
realmente la misa si no se interpreta como una ceremonia mágica.
Y la comunión es el momento más significativo de esta
ceremonia, porque el pan y el
vino representan los dos grandes
principios masculino y femenino que son el origen de la
creación.
Pero entonces, ¿por qué, desde hace siglos, en la Iglesia
católica, los fieles solamente comulgan con el pan, la hostia,
la carne de Cristo, que representa el principio masculino?
El vino, la sangre de Cristo, el principio femenino, está sólo
reservado a los sacerdotes. Los fieles pues, sólo son
alimentados con un solo principio, el principio masculino; falta
el principio femenino. Sin embargo, desde el punto de vista
simbólico, la verdadera comunión exige la presencia de los dos
principios. "
Omraam Mikhaël Aïvanhov