"Si tú te elevas a Cristo para celebrar la Pascua con Él, Él te dará el pan de la
bendición, Su propio cuerpo; y te entregará Su propia sangre". - escribió Orígenes, el
místico primitivo cristiano.
La última Cena o Rito de la Eucaristía ha formado parte de todas las
enseñanzas iniciáticas que se han dado al hombre en todos los tiempos. En Egipto,
los místicos pan y vino significaban las bendiciones del dios sol, Ra. En Persia, la
Eucaristía formaba parte de los Misterios de Mitra. En Grecia, el pan estaba
consagrado a Perséfone y el vino a Adonis. También se refiere a este rito un viejo
fragmento del indio Rig-Veda: "Hemos bebido soma; - dice - nos hemos hecho
inmortales; hemos entrado en la luz; hemos conocido a los dioses".
Cada edad, pueblo o religión han recibido este sacro ritual del pan y el vino, y
siempre ha sido observado como el ceremonial que ha proporcionado las más
elevadas enseñanzas que en ese momento se podían impartir. Con cada era y cada
religión posteriores, al ampliarse la revelación divina, el ritual eucarístico ha ido
adquiriendo significados más profundos, alcanzando su más honda significación
espiritual cuando Cristo, el Supremo Maestro del Mundo, celebró el Rito con Sus
discípulos en la Sala Superior, en la medianoche del Jueves Santo, inmediatamente
anterior al Viernes Santo o Día de la Pasión. Entonces Cristo enseñó a Sus discípulos
cómo manifestar los poderes del Grado de Maestro.
En la célebre carta de Plinio a Trajano, escrita el 112 d. C., dice que,
determinados días, los primitivos cristianos celebraban dos reuniones: Una, antes del
alba, en la que cantaban himnos a Cristo y se comprometían, mediante un
"sacramento," a no cometer ningún crimen; y otra, al anochecer, en la que tenía lugar
el Ágape o Banquete del Amor.
El vino simboliza el cuerpo de deseos, limpio y transformado, del discípulo. El
pan representa el puro y luminoso cuerpo etérico. Mediante la combinación de las
fuerzas espirituales de estos dos vehículos, debidamente preparados, es como se
pueden manifestar los poderes correspondientes al Maestro. Cada uno de los santos
hombres y mujeres que participaron en la Última Cena con Cristo, habían purificado
sus cuerpos de deseos y vital, de tal modo, que fueron capaces de recibir y transmitir
los poderes crísticos para la curación y la iluminación espiritual de todos a los que
les fue dado servir.
Viviendo una vida pura e inofensiva durante un período, cuya duración varía
según el desarrollo anterior existente, la conservación en el cuerpo de la fuerza
creadora de vida, produce una fuerza vital de orden superior que irradia del cuerpo y
que puede ser dirigida y utilizada a voluntad en servicio de los demás. Esta
emanación etérica, en la noche de la Última Cena, alcanzó en los discípulos un grado
de luminosidad que nunca antes había alcanzado. Cada uno de ellos entregó esa
emanación anímica a Cristo en el momento de la Última Cena. Dirigiendo esa fuerza
hacia Sí mismo e incrementándola con Sus propios poderes divinos, Cristo apareció
ante ellos en toda la gloria del cuerpo de Su Transfiguración. Entonces derramó esta
poderosa corriente de energía sobre el pan y el vino, magnetizándolos con la magia
de la alquimia espiritual, hasta que ambos brillaron con el esplendor de joyas
indescriptibles.
En posteriores celebraciones de la Eucaristía por los primitivos cristianos, los
poderes divinos desarrollados por el ceremonial magnetizaban el pan y el vino, de tal
modo y hasta tal grado, que las sustancias así santificadas se empleaban muy
frecuentemente para curar a los enfermos. Por eso la Eucaristía era denominada,
propiamente, "la medicina de la inmortalidad".
La Cena de aquella primera noche de Jueves Santo concluyó con el
Padrenuestro, un mantra de inmenso poder, si se emplea correctamente, y con el
"beso de la paz". Con ello se expresaban la unidad y la armonía que habían logrado y
la reserva común de poder espiritual que habían generado, con el fin de derramar el
impulso de Cristo por el mundo, para su consuelo y redención. Habían alcanzado la
verdadera fraternidad, que es el primer requisito para el éxito efectivo del grupo.
Aquí se encuentra la respuesta a la pregunta, tantas veces formulada, de: "¿Estuvo
Judas presente en la Última Cena?".
San Ambrosio, obispo de Milán en el siglo cuarto, escribe que en el ritual
practicado por los primeros cristianos, el pan era partido y agrupado formando una
figura humana, representando así el cuerpo de Cristo, destrozado por el mundo, con
el fin de que la Humanidad caída pudiera ser salvada.
Las Iniciaciones Menores son nueve en número y se corresponden con los
Nueve Misterios de la vida de Cristo Jesús que son éstos:
1.- Encarnación
2.- Natividad
3.- Circuncisión
4.- Transfiguración
5.- Pasión
6.- Muerte
7.- Resurrección
8.- Glorificación
9.- Ascensión
El cuerpo humano es el templo del espíritu interno y cada etapa de la
expansión de conciencia produce el correspondiente desarrollo en el cuerpo físico.
Desde el punto de vista de la anatomía oculta, el pan consagrado representa la nueva
fuerza vital que se ha producido en el cuerpo como consecuencia de la conservación
y transmutación de la sagrada fuerza creadora.
El Cáliz o Santo Grial representa el nuevo órgano etérico que ya ha
comenzado a formarse en el cuerpo de los pioneros de la Nueva Era. Este órgano
tiene su centro de poder en la laringe, la cual se convertirá en el instrumento para
pronunciar la Divina Palabra Creadora. Este poder se habrá adquirido cuando la
fuerza vital creadora, centrada ahora en la base de la espina dorsal, haya sido elevada
hasta su punto más alto, en la cabeza, y el proceso físico creador se haya sublimado
en su contraparte espiritual.
El "cáliz de la flor" o nuevo órgano espiritual que se está formando ahora en la
garganta, formará un eslabón que conectará directamente la cabeza y el corazón, con
el resultado de que el hombre será capaz de pensar con el corazón y de amar con la
cabeza. Este nuevo órgano le permitirá recuperar la memoria de las vidas pasadas.
Esta recuperación no será entonces más difícil de lo que ahora resulta recordar
acontecimientos acaecidos algunos años atrás en esta vida. Cristo se refería a este
desarrollo cuando dijo: "No beberé más del fruto de la vid hasta el día en que lo beba
de nuevo en el Reino de Dios".
El significado oculto del Santo Grial ha sido el mismo a través de los siglos,
como bien indica la siguiente cita de Apuleyo, filósofo romano del siglo segundo.
Describiendo esa copa como simbólica del órgano en desarrollo en la garganta, dice
que, en la procesión de los Misterios, "uno transportaba un objeto que alegraba el
corazón, un invento exquisito, sin comparación con ninguna criatura viviente,
hombre, pájaro o bestia: un maravillosamente inefable símbolo de los Misterios, para
que fuera contemplado en profundo silencio. Tenía la forma de una pequeña urna o
copa de oro bruñido; su tallo se prolongaba lateralmente, proyectando como un largo
riachuelo; a su alrededor culebreaba una serpiente de oro, doblando su cuerpo en
ondas e irguiéndose".
El vástago o tallo de este órgano, en forma de copa, está formado por la
esencia del fuego kundalini de la espina dorsal, cuando se eleva, como una serpiente,
hacia la garganta y la cabeza, y se convierte en el cáliz de una luminosa flor. La
serpiente es un símbolo universal de la sabiduría arcana. Por eso al iniciado se le
llamaba "serpiente" en los misterios egipcios. En la Escuela Cristiana se le denomina
"Hijo del Hombre" y, cuando los Misterios que ella enseña hayan florecido
completamente, habremos entrado en el Signo de Acuario o Edad del Hijo del
Hombre.
En el exaltado estado de conciencia alcanzado durante el ceremonial de la
Cena, los discípulos pudieron ver los "registros cósmicos" y contemplar allí los
acontecimientos que tendrían lugar en los años que les quedaban de vida. Entonces
tuvieron la posibilidad de aceptar o rechazar libremente esos acontecimientos. El
hecho de que escogieran aceptarlos, difíciles como eran de soportar, evidencia el
elevado estado que habían logrado, ya que, en todos los casos, lo previsto conducía a
persecuciones diversas y, frecuentemente, al martirio. Pero habían renunciado al yo
personal; salieron como almas crísticas, tan fortificadas, que no importaba lo que le
pudiera suceder al cuerpo físico; el alma seguía adelante, segura y serena, hacia el
triunfo cierto.