Señor Jesucristo, no sólo moriste por nosotros. Tú estuviste realmente muerto. Tres días yaciste en la tumba. El Sábado Santo conmemoramos tu muerte. Muerto, descendiste hasta los difuntos y los condujiste a la luz.
El Sábado Santo bajaste al abismo de mis sombras, para tocar todas las reprensiones que hay en mí, lo oscuro y caótico y transformarlo.
Tú tomas en la mano lo muerto e inerte, y lo despiertas a una vida nueva. Tú fuerzas las puertas de la prisión. Tú rompes las cadenas que me mantienen prisionero, para conducirme a la libertad.
Por todo ello, en la oración te ofrezco mi verdad, los aspectos oprimidos y sofocados en mí, mi confusión interior, las tinieblas y todo lo inerte y muerto que poseo.
Confío en que tú lo toques todo y lo revivas. Tú yaces en la tumba, para que yo sepulte todo aquello que cargo como un obstáculo; quiero enterrar las ofensas que he recibido; renuncio a considerarlas como pretexto para no asumir la responsabilidad de mi vida; renuncio a reprochar a otros por su comportamiento, amparado en las ofensas, y abandono todos los complejos de culpa con los que me destrozo y todas las autoincriminaciones con las que me hago la vida imposible.
Señor Jesucristo, que todo lo que quiero sepultar permanezca sellado a tu tumba, para que muera dentro de ella y no me atormente más. Y tómame de tu mano, permitiéndome levantar y compartir tu resurrección.
Amén.