Cuando Dios nos creó , lo hizo a Su Imagen y Semejanza, por lo tanto declaró Su Creación Perfecta. Cada uno de sus hijos contamos por ello, con cada virtud que El Padre posee y Su Reino debería también ser nuestro Reino, y de hecho así es toda vez que vivimos de acuerdo a Su Voluntad.
Hubo un tiempo en que por propio libre albedrío decidirnos no vivir de acuerdo a las Leyes Divinas y alejarnos en conciencia de nuestro Padre Creador, desde ese momento la humanidad en general descendió desde la Gracia y comenzamos a padecer muchos y variados contratiempos, los cuales solo respondían a nuestra rebeldía a aceptar el mas hermoso legado de nuestro Padre: el Amor.
Viendo Dios que los corazones de sus hijos se secaban por falta del Riego del Puro Amor Divino, y que cada día nuestra conciencia nublada por las cosas humanas nos alejaba mas y mas de la Divinidad que lo individualizaba como la Magna Presencia Yo Soy, inspiró a Grandes Hijos de Luz, que fueron fieles a Su Eterno y Divino Amor, para la mejor forma de asistir a esta prole algo descarriada y desorientada.
Así fue que El Cristo descendió y se ancló en cada uno de nuestros corazones, con el fin de ser un Puente hacia Dios, la Divina Presencia, a fin de recordarnos que el núcleo de todo en la vida es el Amor.
El Cristo es Amor, el Amor que nos faltaba desarrollar y manifestar.
Es una esencia de Luz, que vive, pulsa y palpita en nuestro corazón.
Es una Conciencia, un Estado, tan claramente manifestado por el Amado Jesús cuando camino la Tierra llenándola de Amor y Paz.