CONSECUENCIAS DE UNA CALUMNIA...(I)
Mario Roso de luna
Continuando con las cartas comenzadas en el capítulo anterior1, nos encontramos con estas otras de Helena no menos notables: Wurzburg, mayo, 1886: «No me importan esas censuras, precisamente porque son inmerecidas. Thiers, ante ciertas injurias lanzadas contra él, solía compararse a un paraguas viejo sobre el que durante cincuenta años no había cesado de llover. Parafraseando a aquél, yo diré que también soy un antiguo paraguas, ya que aguas sucias y basuras de todo género han caído sobre mí durante más de veinte años, y poco me pueden importar ya unas gotas más o menos. ¡Aviada estoy, en verdad, entre los jesuítas, los protestantes y la imbécil Sociedad de Investigaciones Psíquicas, con el ‹simpático› Hodgson desempeñando el papel de esbirro de todos ellos! »Sin embargo, me dirige usted cargos acerca de que oculto a todos los secretos referentes a los Mahatmas. Si cortándome la lengua pudiese borrar cada palabra de verdad pronunciada por mí acerca de los Santos Maestros, en el acto me volvería muda para siempre. Cuanto autorizadamente podía decir acerca de Ellos, y muchos más, lo he dicho, y ahora sufro por haber profanado Su nombre y las sagradas cosas procedentes de Ellos. Por haber amado demasiado la Causa teosófica he pecado de indiscreta, en mi deseo de servirla, y he expuesto aquello que jamás debí pronunciar. »¡A vosotros todos –y aún al pobre Olcott– os ha tocado el mejor papel en esta tragicomedia. Sois las supuestas víctimas, ¡oh, nobles corazones engañados por mí, la más hábil e inmoral impostora del siglo! »Como Hodgson dice en su Memoria, soy ‹la vil espía rusa›, la conspiradora; la autora de los Mahatmas. Bien. ¡Así sea! Pero no es a mí, a H.P.B., que poco tiempo he de vivir ya sobre la tierra, a quien el enemigo persigue con ello. Insensato en alto grado sería quien tal creyese. Es a la misma Sociedad humana a quien así persiguen. Es a la Verdad a quien querrían destruir. Los que así piensan olvidan que mi pretendida ‹invención de los Mahatmas para engañar y burlar al mundo› sólo ha traído sobre mí durante estos diez años últimos penas y amarguras de todo género que me han llevado a las puertas de la muerte: ¡a mí, que pude dedicarme, si tal hubiese sido mi deseo, a labores literarias que me habrían proporcionado honra y dinero, muchísimo dinero; a mí, que, apoyando a los espiritistas, entre los que habría contado los defensores por millones y que me hubiesen dado fama y celebridad en vez de la infamia en que vivo, según aquellos que juzgan meramente por las apariencias ! De los que dudan, repito, me lavo las manos.» Wurzburg, octubre, 1886: «No desespero. Estoy escribiendo La Doctrina Secreta, pero aquí no tengo libros ni nadie que me ayude, y trabajo muy lentamente. »Desea usted que ‹los que hablan mal de mí me respeten›, mas no me cuido lo más mínimo del respeto de aquellos a quienes desprecio de todo corazón. Mi corazón se ha endurecido. Nada me importa ya, salvo mi deber hacia los Maestros y la Causa Teosófica. A ambos ofrezco cada gota de mi sangre y hasta el último latido de mi corazón envenenado y destrozado por la vil y traidora naturaleza del hombre.» Londres, enero, 1888: «Lo que me queda de vida ya no es mucho, y he aprendido a tener paciencia en estos tres últimos años. Mi salud ha mejorado, pero, en general, la he perdido para siempre. Sólo cuando me siento y escribo me encuentro bien. Ni andar ni tenerme de pie puedo arriba de un minuto.» Londres, julio, 1888: «Sí, tiene usted razón. Accidentada y maravillosa ha sido mi vida, pero las maravillas y accidentes que de ella se cuentan no son todas debidas al hecho de hallarme en relación con los grandes hombres a quienes en la India principiaron a llamar Mahatmas. Los Maestros que yo conozco no son los yoguis que se encuentran en la India, que fijan su residencia en la espesura de los bosques, donde viven durante siglos, en compañía de los árboles, cuyas ramas crecen entre sus piernas y brazos y se sostienen durante años sobre una pierna, o se entregan a las tapas (devociones) conteniendo el aliento. Son simplemente adeptos de la Ciencia Esotérica y el Ocultismo, adeptos cuyos ‹Cuarteles generales› se hallan situados en cierta región del Tíbet y cuyos miembros están esparcidos por el mundo entero. Estos hombres eminentes, gloriosos, más sabios que ningún otro sobre la tierra; santos completos algunos de ellos, y otros que no lo son tanto. Estos son los hombres que yo conozco; con quienes he aprendido cuanto sé; con los que he vivido y a quienes he jurado servir por siempre jamás hasta mi último suspiro, y a quienes sirvo fiel, si no sabiamente, y que existen. No se trata aquí de creer o de dejar de creer en Ellos. No es este el problema. Hasta es bien posible que Ellos hayan hecho cuanto estaba en su poder para que las gentes desconfiaran de Su existencia, ya que desde el año 1879 hasta 1884 su creencia en ellos ha degenerado en adoración y en fetichismo. Jamás pretendí yo ser el representante de Ellos, sino su servidora y fiel esclava, esclava, sí, hasta la muerte… Concluyamos. Usted no me conoce ni me ha conocido nunca tal cual realmente soy. Algún día quizá alcanzará a conocerme mejor.» Londres, noviembre, 1889: «El presente siglo no es nada propicio a la exposición de hechos llevados a cabo sin discernimiento, y me ha tocado en suerte el sufrir mucho personalmente a causa de lo que sobre mí atrajera la necia divulgación de mis fenómenos. Cuando, casi moribunda, abandoné la India, los misioneros consideraron tal hecho como un triunfo para ellos. También lo interpretó así la Sociedad de Investigaciones Psíquicas, con sus escándalos y payasadas. Pero, marchándome, pude escribir La Doctrina Secreta, La Clave de la Teosofía y La Voz del Silencio, y preparar dos tomos más de La Doctrina Secreta, cosa que jamás hubiese podido hacer en la turbulenta atmósfera psíquica de la India, ni tampoco existiría hoy en Inglaterra una Sociedad Teosófica capaz de rivalizar con la de la India en cuanto al número e inteligencia de sus miembros.» Londres, abril, 1890: (Esta carta no fue dirigida a mí, sino a los Miembros hindúes, carta que después, por determinados motivos, no se publicó, pero de la que se me permitió tomar los siguientes fragmentos): «Uno de los principales factores en el renacimiento de la Aryavarta (Gran India antigua), debido al ideal de los Maestros, ha sido, en parte, obra de la S.T., pero, debido a falta de discernimiento, cuanto a los abusos a que se vieron expuestos los Nombres y Personalidades de Ellos, surgieron grandes errores. Yo, por solemnísimo juramento, me había comprometido a no revelar jamás a persona alguna la verdad, salvo a algunos que, como Damodar, hubiesen sido definitivamente elegidos y llamados por Ellos. Lo único que se me permitía revelar entonces era que semejantes grandes hombres existían en alguna parte; que algunos de ellos eran hindúes y que eran sabios como nadie en la antiquísima sabiduría de la Gupta Vidya, habiendo adquirido todos los Siddhis (poderes), no según lo representan la tradición y los velados escritos antiguos, sino tales cuales son de hechos y en la Naturaleza, y también que yo era una Chela (o Discípula) de uno de Ellos. Pronto, sin embargo, nacieron en la descarriada imaginación de algunos hindúes las más ridículas y fantásticas ideas respecto de los Maestros, y algunos hasta llegaron a rebajarlos. Nuestros adversarios, al describir a un Mahatma como un Jiva-Mukta completamente desarrollado, objetaban que como tal Jiva-Mukta (o Ser que ha trascendido ya el humano nivel) no podría ya comunicarse con nadie que viva en este mundo, añadiendo que, como nos hallábamos en el Kali-Yuga (o Edad Negra), era imposible que pudiese existir en nuestros tiempos Mahatma alguno.» «Los sufrimientos mentales de H.P.B. a raíz de los insultos del informe de la Sociedad de Investigaciones Psíquicas –dice Sinnett en su citada biografía–, no necesitan de minuciosa explicación y de nada serviría tampoco el relatar punto por punto los prejuicios sugeridos al Sr. Hodgson contra ella por los esposos Coulomb, prejuicios absurdamente admitidos como pruebas por la Comisión de dicha Sociedad2. Yo, por mi parte, hubiese preferido el demorar la publicación de esta obra hasta reunir mayor número de datos que hubiesen completado la historia de su vida. Pero tal como la obra aparece, espero confiadamente en que todo lector discreto habrá de considerarla como una indirecta refutación, más eficaz en sí que cualquiera controversia sobre las circunstancias que ofuscaron la mente del Sr. Hodgson en Adyar, y sobre la monstruosa y gratuita afirmación expuesta por aquella Sociedad diciendo que la señora Blavatsky era una impostora, ‹no una impostora vulgar, no, sino la impostora más completa, más ingeniosa y más interesante que registra la Historia›.» La Sociedad, representada por dicha Comisión, no tendrá probablemente muy larga existencia. Se alzó como un cohete con brillante estela de fuego que podría haberla hecho subir hasta el cielo; pero merced a la errada dirección de su trayectoria retrocedió casi instantáneamente hacia el suelo, y la energía que debió impulsarla a lo alto sepulta ahora profundísimamente su cabeza en la arena. En cambio, los frutos literarios de la vida de H.P.B. sobrevivirán a los recuerdos que la actual generación conserve de los esfuerzos realizados para desvanecer el interés de los prodigios físicos que obró, y que, en verdad, constituyen la mínima circunstancia de su vida, ya que el relato de las maravillas con las que ella estuvo relacionada, aunque haya llenado tan extensamente las páginas de este volumen, no es mas que la espuma sobre la superficie que bajo sus auspicios ha estado fluyendo en nuestra época a través del pensamiento humano. Ella decía: «De qué quejarme? ¿No me dejó el Maestro en libertad de seguir los dictados del señor Buddha, que nos ordena alimentar aun a una serpiente hambrienta sin temor de que se revuelva y muerda la mano del que la alimentó, y arrostrar el karma que castiga a quien aparta su vista del pecador y del miserable y no consuela al afligido?… ¿Soy yo mayor o mejor en algún modo que lo fueron Saint Germain, Cagliostro, Paracelso y tantos otros mártires cuyos nombres aparecen en la Enciclopedia del siglo XIX con el título de charlatanes e impostores? Será el karma de los ciegos y malos jueces, no el mío… En lo sucesivo puedo hacer mayor bien permaneciendo en la sombra que figurando de nuevo en primera línea en el movimiento. Dejad, pues, que me oculte en desconocidos parajes y escriba y escriba enseñando a cuantos quieran aprender. Puesto que el Maestro me obliga a vivir, dejadme vivir en relativa paz. Es evidente que el Maestro quiere que todavía trabaje para la S.T., pues no me ha permitido estipular un contrato con… (aquí el nombre de un editor extranjero, quien le había ofrecido pingüe remuneración), para escribir únicamente en su publicación. El Maestro no consintió que el año pasado firmase este contrato cuando me lo propusieron en París, ni tampoco quiere que lo sancione ahora, pues dice que he de emplear el tiempo de otro modo. ¡Ah! En cuán cruel y malvada injusticia se me ha envuelto. Imaginad la horrible calumnia del Christian College Magazine, cuya afirmación de que yo había tratado de estafar al señor Jacobo Sassoon diez mil rupias en el negocio Roorie dejaron pasar sin contradicción aun los mismos X… e Y… quienes sabían con seguridad plenísima que semejante acusación es la más abominable de las calumnias. Pocos saben que, después de haber trabajado y consagrado mi vida durante más de diez años al progreso de la Sociedad, hube de salir de la India como una mendiga, fiada para mi cotidiano sustento de la generosidad de The Theosophist, revista que fundé con mi dinero. He de pasar por mercenaria impostora, por estafadora, cuando gasté todo el dinero que me rendían mis artículos rusos, y durante cinco años doné el importe de la venta de Isis y los ingresos de The Theosophist para el sostén de la Sociedad… Perdóneme que le diga todo esto y me muestre tan egoísta; pero es una respuesta directa a la vil calumnia, y los teósofos de Londres tienen el derecho de saberlo.» Tengo en mi cartera toda una serie de artículos escritos por los amigos de madame Blavatsky en su favor, que ningún periódico ruso publicaría por temor a la polémica. Contestando a una alusión del Novoie Vremia sobre esta misma exposición de la Sociedad Psíquica una veintena de miembros de la Sociedad Teosófica de Londres, que conocían a fondo toda la intriga, enviaron un comunicado colectivo al editor, pero este comunicado nunca se publicó, y el artículo difamatorio continuó apareciendo en aquel periódico fundado en las calumnias de la Sociedad Psíquica.
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