LAS ENSEÑANZAS OCULTAS DE CRISTO
por Francisco-Manuel Nácher
- Está de moda dar la espalda a la iglesia y, con ello, a todo lo que en
la iglesia se hace. Es como si, de repente, dejase de entenderse lo que dice,
lo que enseña, lo que pretende...
- Es cierto, pero la culpa no es de nadie sino de la propia iglesia.
- ¿Crees tú?
- Seguro. A lo largo de la historia ha cometido muchos errores,
algunos de ellos muy graves. Y ahora sufre las consecuencias. Es pura ley
de retribución.
- ¿Pero, tú crees de verdad que la iglesia fue fundada por Cristo?
- Sí. Lo creo firmemente.
- Entonces, ¿cómo puedes decir eso?
- Porque el que Cristo la creara no impedía que los hombres,
haciendo uso de su libre albedrío, tergiversasen Su doctrina y la aplicasen
de modo egoísta en defensa de intereses impropios y hasta "non sanctos".
- ¿Por ejemplo?
- Por ejemplo, la conversión del cristianismo en religión oficial del
Imperio Romano, allá por el siglo IV. Una religión, y menos la cristiana,
destinada a todos los hombres y a todas las razas y a todos los pueblos, no
puede ser la religión oficial de ningún estado.
- ¿Por qué?
- Porque, desde el momento en que acepta serlo, queda hipotecada, a
merced de las medidas, de cualquier tipo, que tome ese gobierno, estén o
no de acuerdo con la moral cristiana.
- No necesariamente.
- Sí necesariamente. ¿Qué ocurre si ese pueblo que la tiene como
religión oficial, entra en guerra con otro pueblo? ¿Crees que los
ciudadanos de este último aceptarán con alegría la religión de sus
enemigos que, por otra parte, predica el amor y la igualdad de todos los
hombres? ¿Cómo se puede compaginar una cosa con otra? ¿Te imaginas a
Cristo haciendo la guerra a otro pueblo y a la cabeza de sus ejércitos, como
ha ocurrido con algunos papas? No. La iglesia quedó a merced de los
poderes temporales. Y por eso permitió que el emperador nombrase
obispos o convocase concilios o interviniese de modo decisivo en asuntos
religiosos de los que no tenía verdadero conocimiento. Lógicamente el
emperador procuraba arrimar el ascua a su sardina y esa sardina era la
exaltación del puesto que desempeñaba, la lucha contra todo el que lo
pusiese en peligro, de cualquier modo que fuese, etc. Y, por tanto,
necesitaba a la cabeza de la iglesia gente que le defendiese en todos los
terrenos. ¿Sabías que fue el emperador Justiniano el que decidió que el
obispo de Roma fuese el Papa o cabeza de toda la cristiandad?
- Sí. Fue un error. Pero también trajo como consecuencia que todo
occidente se convirtiese al cristianismo.
- ¿Tú te podrías convertir de hoy a mañana al islamismo, por
ejemplo, simplemente porque así lo decidiesen el gobierno o el rey?
- No, claro.
- Pues entonces no te creas lo que dices. Esa conversión necesitó
siglos y tú sabes que occidente aún no está convertido, ni mucho menos.
- Pero hay muchos, muchísimos cristianos.
- Sí. Hay mucha gente que se denomina cristiana; entre ellos, una
mínima parte, son practicantes; y, entre éstos, sólo una porción ínfima
conocen de verdad la religión que aseguran, e incluso creen de buena fe,
practicar y seguir. Pero el resto, el resto está muy lejos de ser realmente
cristiano.
- Bien mirado, es cierto.
- Y por eso ocurre lo que ocurre. Son muchos los motivos.
- Di alguno más.
- Perseguir, no sólo con excomunión, sino por la fuerza, mediante la
maquinaria del estado - y aquí tienes un ejemplo de lo que te decía - a
todos aquéllos que se atrevían a conservar y difundir los conocimientos
"ocultos" de Cristo.
- ¿Conocimientos ocultos?
- Sí. En el mismo Evangelio se lee que Cristo hablaba en parábolas,
mediante símbolos, a la multitud, pero luego explicaba, en privado, a Sus
discípulos el sentido oculto, el verdadero contenido de Sus enseñanzas
(Mateo, 13:10 y siguientes).
- Sí, es verdad. Lo dice el Evangelio.
- Lo que no dice es en qué consistían esos conocimientos ni qué fue
de ellos.
- No, realmente no se sabe.
- Claro que se sabe.
- ¿Qué se sabe?
- Recuerda que el Evangelio de San Juan termina diciendo que Cristo
enseñó muchas más cosas de las contenidas en él, tantas que los libros que
las contuvieran no cabrían en el mundo.
- ¿Pero qué se conoce de todo ello?
- Todo. Esas enseñanzas de Cristo a Sus discípulos, venían a ser las
mismas que se impartían en las Escuelas de Misterios de la antigüedad, o
sea, Egipto, Mesopotamia, la India, la propia Grecia. Sólo que Cristo
añadió algo muy especial.
- ¿Qué?
- Como Hijo de Dios que era, como Segunda Persona de nuestro Dios
Trino, organizó Su iglesia como un medio para que Sus seguidores
tuviesen durante milenios una importante ayuda en su evolución.
- Pero el cristianismo no admite la evolución del espíritu, sino sólo la
del cuerpo.
- ¿Tú crees de verdad que alguien puede aceptar que el alma sea
creada al nacer cada hombre, viva una sola vida de unos setenta años y,
según en ella se haya comportado, sea "premiada" o "castigada", al morir,
"por toda la eternidad"? ¿Tú crees que se puede adorar a un Dios que hace
eso con las criaturas a las que ha creado sin consultarlas, les ha dado
riquezas, inteligencia, poder o les ha dado pobreza, cortedad o miseria; un
Dios que reparte la fe arbitrariamente entre Sus criaturas y que luego se
complace en vengarse de ellas? ¿Un Dios al que hay que temer porque se
ofende cuando Sus hijos se equivocan? ¿Ese es el Dios del amor? ¿No te
das cuenta de que la iglesia ha mezclado la religión judía - que es una
religión de raza, y cuyo Dios era celoso y vengador porque así lo requería
ese pueblo para evolucionar - con la religión del amor de que habló
siempre Cristo?.
- Hay que reconocer que tienes razón.
- Pero es que los primeros cristianos, con los apóstoles a la cabeza,
no lo creían así tampoco.
- ¿Qué creían, pues?
- Pues creían lo que se les enseñó por el propio Cristo. Lo lógico:
Que los espíritus son emanados en Dios, en forma de oleadas de chispas
divinas - "recordad que sois dioses", dice la Sagrada Escritura - que
encierran todas las potencialidades de un dios creador, pero han de
desarrollarlas, lo mismo que la propia conciencia de su individualidad, a lo
largo de una serie indefinida de vidas.
- Pero eso no lo dicen los evangelios.
- Se omitió porque lo que se pretendía era que el hombre de
occidente, el más evolucionado de la oleada de vida humana, se dedicase
con preferencia a la conquista del mundo físico, a la investigación, a la
ciencia, para luego, y es llegado el momento, volver a ocuparse de las
cosas del alma y realizar la unión de la religión y la ciencia, el corazón y el
intelecto, los dos polos de nuestro espíritu. Pero, incluso en ese intento de
borrar el conocimiento de la reencarnación se escaparon algunos indicios.
- ¿Y a los orientales sí que se les comunicó lo de la reencarnación?
- En efecto. A los orientales, mediante las distintas religiones allí
enseñadas, se les impartió ese conocimiento. Pero se comprobó que,
confiando en las futuras vidas, no acababan de enfrentar el mundo físico,
cuya conquista es imprescindible para proseguir nuestra evolución. Por eso
en tal aspecto, Oriente ha quedado retrasado. Y, precisamente para evitar
que se repitiese el mismo fenómeno, puesto que el hombre es libre y su
libertad es respetada por todas las Jerarquías que dirigen nuestra
evolución, se le trató de ocultar al occidental esa verdad. Hoy, sin
embargo, cuando el hombre ha avanzado lo suficiente en la conquista del
mundo físico, es llegado el momento de comunicarle aquello que le falta
para comprender la vida.
- ¿Y en qué pasajes dices que quedan indicios del renacimiento o
reencarnación?
- Te citaré varios, de los evangelios, que ponen de manifiesto la
creencia generalizada en el renacimiento, es decir, en la evolución del
espíritu mediante sucesivas vidas.
- Vamos a ver. ¿Cuál es el primero?
- El primero lo encontramos en el evangelio de Lucas (1:17), cuando
el ángel anuncia a Zacarías, padre de Juan el Bautista, que éste nacerá
"con el espíritu y el poder de Elías". Y, efectivamente, Juan era la
reencarnación del espíritu del profeta Elías. Y eso no extrañaba a nadie
entonces.
- ¿No?
- No, porque en Israel había entonces tres escuelas teológicas o tres
sectas, como quieras llamarlas.
- ¿Y cuáles eran?
- La de los saduceos, que no creían en la reencarnación; la de los
fariseos, que sí creían en ella; y la de los esenios que, además de creer en
ella, tuvieron el honor de que Jesús fuera uno de sus miembros.
- ¿O sea, que la mayor parte de los judíos creían en la reencarnación?
- Por supuesto. Pero vamos a otro pasaje evangélico que prueba
cuanto te he dicho. Es aquél en que Cristo cura al ciego de nacimiento
(Juan, 9:1-3).
- ¿Qué tiene ese pasaje de particular?
- Pues es muy sencillo: Los apóstoles, antes del milagro, le preguntan
a Jesús: "Maestro, ¿quién pecó, para que este hombre naciera ciego, él o
sus padres?
- No veo nada de particular.
- Lo que hay de particular, aparte de la pregunta, que es clarísima, y
enseguida lo verás, está en la respuesta de Jesús. Éste no les dijo,
extrañado "¿Cómo se os ocurre preguntar si pecó él si era ciego de
nacimiento?. ¿Cuándo iba a pecar?. ¿Antes de nacer?". En cambio, no se
extrañó de la pregunta porque, entre ellos, era valor entendido, era moneda
corriente el saber que morimos y renacemos y los errores o pecados de una
vida se pagan muchas veces en otra vida. Ahí está el meollo. Si era ciego
de nacimiento como asegura el propio evangelio ¿cómo preguntan si lo era
como consecuencia de sus propios pecados?
- Sí, lo comprendo. No tiene otra explicación.
- Y te citaré otros pasajes: de Mateo (17:11-13); de Marcos (8:27-28
y 9:11-13) y de Lucas (9:18-19) Ya muerto Juan el Bautista, hablaban de
que Elías tenía que venir y Jesús dijo: "Elías vino ya y, en vez de
reconocerlo, lo trataron a su antojo". Y el evangelio añade: "Entonces los
discípulos comprendieron que se refería a Juan el Bautista". ¿Está claro?.
- Sí, clarísimo.