Jesús, hábil carpintero
Jesús era un hábil carpintero. Las puertas que construyó ningún ladrón consiguió violar
ni arrancar, y las ventanas que fabricó se abrían maravillosamente al soplo del viento de
oeste a este. Los baúles los trabajaba en madera de cedro, y resultaban muy bruñidos
y fuertes. Los arados y las estevas que él construía de madera de encina eran también
resistentes y de dócil manejo en manos del labrador.
Tallaba los facistoles de nuestras sinagogas en la dorada madera de morera, y sobre los dos l
ados donde se coloca la sagrada Torá, ponía dos alas extendidas, debajo de las cuales
exhibía cabezas de toros, de palomas y de gacelas de grandes y bellos ojos.
Con su arte imitaba la escuela de los caldeos y de los griegos, pero, a pesar de eso, había
en su trabajo algo que no era caldeo ni griego. En la construcción de mi casa han empleado
muchas manos desde treinta años; buscaba yo los albañiles y los carpinteros de todos los
pueblos de Galilea; cada uno de ellos tenía la habilidad de su arte; yo estaba contento con
su trabajo; pero, mira estas dos puertas y aquellas ventanas, que son obra de Jesús el
Nazareno; por su primor, esmero y sólida construcción, se burlan de cuanto tengo en
mi casa. ¿No ves que estas dos puertas son distintas de todas las otras? ¿Y esta ventana
abierta en dirección al este, no es distinta a todas las otras ventanas?
Todas las puertas y ventanas de mi casa son accesibles a las leyes del tiempo, menos
éstas que él ha fabricado; ellas permanecen firmes y sólidas ante los embates de los
elementos. Mira estos travesaños, los ha colocado unos sobre otros, y estos clavos se
han hundido en ellos, atravesándolos con toda maestría
y meticulosidad, haciéndolos sólidos.
Y lo curioso y maravilloso en todo esto, es que ese obrero que, en realidad, merecía el salario
de dos hombres, no permitió que se le pagara más que el de uno solo. Ese obrero era,
según la creencia de algunos, un profeta entre los hijos de Israel. Si yo hubiera adivinado,
en ese tiempo, que aquel que portaba el serrucho y el cepillo del carpintero era un
profeta, le habría pedido que me hablara en vez de que me trabajara, y le habría
pagado doblemente el salario, por sus parábolas.
Muchos son los que hasta hoy trabajan en mi casa y en mi campo, mas ¿cómo me
será permitido distinguir al hombre que lleva la mano sobre su arado, de
aquel sobre cuya mano está la de Dios?
Sí; ¿cómo puedo distinguir y conocer la mano de Dios?
K.G.