La doctrina secreta arcaica
Esta es quizás la verdadera razón porque hoy se permite que vean la luz, después
de millares de años del silencio y secreto más profundos, los bosquejos de unas
pocas verdades fundamentales de la Doctrina Secreta de las Edades Arcaicas. Digo
de propósito “unas pocas verdades” porque lo que debe permanecer sin decirse,
no podría contenerse en un centenar de volúmenes como éste, ni puede ser
comunicado a la presente generación de saduceos. Pero aun lo poco que hoy
se publica es preferible a un silencio completo acerca de estas verdades vitales.
El mundo actual, en su loca carrera hacia lo desconocido, que el físico se halla
demasiado dispuesto a confundir con lo incognoscible siempre que el problema escapa
a su comprensión, progresa rápidamente en el plano opuesto al de la espiritualidad.
El mundo se ha convertido hoy en un vasto campo de combate, en un verdadero valle
de discordia y de perpetua lucha, en una necrópolis en donde yacen sepultadas las más
elevadas y más santas aspiraciones de nuestra alma espiritual. Aquella alma se atrofia
y paraliza más y más a cada generación nueva. Los “amables infieles y cumplidos calaveras”
de la sociedad de que habla Greeley, se interesan bien poco por la renovación de las
ciencias muertas del pasado; pero existe una noble minoría de estudiantes entusiastas,
que tienen derecho a aprender las pocas verdades que pueden serles dadas hoy; y ahora
mucho más que hace diez años, cuando Isis sin Velo apareció, o que cuando las últimas
tentativas para explicar los misterios de la ciencia esotérica fueron publicadas.
TODOS LOS FUNDADORES RELIGIOSOS SON TRANSMISORES
Más de un gran erudito ha declarado que no ha existido jamás ningún fundador religioso,
sea ario, semita o turanio, que haya inventado una nueva religión o revelado una nueva
verdad. Todos aquellos fundadores fueron transmisores, no maestros originales. Fueron
autores de formas y de interpretaciones nuevas; pero las verdades en que se apoyaban
sus enseñanzas, eran tan antiguas como la humanidad. Así escogían y enseñaban a las
masas una o más de las muchas verdades reveladas oralmente a la humanidad en un
principio, y conservadas y perpetuadas por transmisión personal, hecha de una a otra
generación de iniciados en el Adyta de los templos, durante los Misterios -realidades
visibles tan sólo para los Sabios y Videntes verdaderos-. Así es como cada nación ha
recibido a su vez algunas de las verdades susodichas, bajo el velo de su simbolismo
propio, local y especial, el cual, andando el tiempo, desarrolló un culto más o menos filosófico,
un Panteón bajo un disfraz mítico. Por esto Confucio (en la cronología histórica un legislador
muy antiguo y un sabio muy moderno en la historia del mundo) es señalado enfáticamente
por el Dr. Legge [Lün-Yü (§ I. a). Schott: Chinesische Literatur, pág. 7, citado por
Max Müller] como transmisor no como autor. Como él mismo decía: “yo únicamente
transmito; no puedo crear cosas nuevas. Creo en los antiguos, y por lo tanto, los
amo”. [Life and Teachings of Confucius, pág. 96] (Citado en La Ciencia
de las Religiones por Max Müller)
También los ama la que escribe estas líneas, y cree, por tanto, en los antiguos, y en los
modernos herederos de su Sabiduría. Y creyendo en ambos, transmite ahora lo que ha
recibido y aprendido por sí misma, a todos aquellos que quieran aceptarlo. Para aquellos
que rechacen su testimonio, que será la inmensa mayoría, no guardará el menor
resentimiento, pues están en su derecho negando, del mismo modo que ella usa
del suyo propio al afirmar; siendo lo cierto que las dos partes contemplan la Verdad
desde dos puntos de vista por completo diferentes. De acuerdo con las reglas de la
crítica científica, el orientalista tiene que desechar a priori cualquiera declaración que
no pueda demostrar por sí mismo. ¿Y cómo podría un sabio occidental aceptar
puramente de oídas aquello acerca de lo cual nada conoce? A la verdad, lo que se
da a luz en estos volúmenes, ha sido entresacado así de enseñanzas orales como
escritas. Esta presentación primera de las doctrinas esotéricas está basada sobre
Estancias que constituyen los anales de un pueblo que la etnología desconoce.
Están escritas aquéllas, según se afirma, en una lengua que se halla ausente del
catálogo de los lenguajes y dialectos que conoce la filología; se asegura que han
surgido de una fuente que la ciencia repudia: esto es, el Ocultismo; y finalmente son
ofrecidas al público por el intermedio de una persona desacreditada sin cesar ante
el mundo, por todos cuantos odian las verdades venidas a deshora, o por los que
tienen alguna preocupación particular que defender.
Así es que el repudio de estas enseñanzas es cosa que puede esperarse, y aun debe
esperarse de antemano. Ninguno de los que se llaman a sí mismos “eruditos”, en
cualquiera de las ramas de la ciencia exacta, se permitirá mirar estas enseñanzas
seriamente. Durante este siglo serán escarnecidas y rechazadas a priori; pero en
este siglo únicamente, porque en el siglo XX de nuestra Era, comenzarán a conocer
los eruditos que la Doctrina Secreta no ha sido ni inventada ni exagerada, sino por
el contrario, tan sólo bosquejada; y finalmente, que
sus enseñanzas son anteriores a los Vedas.
No es esto una pretensión de profetizar, sino una sencilla afirmación fundada en
el conocimiento de los hechos. En cada siglo tiene lugar una tentativa para
demostrar al mundo que el Ocultismo no es una superstición vana. Una vez que
la puerta quede algo entreabierta, se irá abriendo más y más en los siglos
sucesivos. Los tiempos son a propósito para conocimientos más serios que los
hasta la fecha permitidos, si bien tienen todavía que ser muy limitados.
¿No han sido los mismos Vedas escarnecidos, rechazados y llamados una “falsificación
moderna” no hace todavía cincuenta años? ¿ No hubo una época en la que se declaró
al sánscrito hijo del griego, y un dialecto derivado de este último, según Lemprière y
otros eruditos? El profesor Max Müller dice que hasta 1820, los libros sagrados de
los brahmanes, los de los magos y los de los buddhistas, “eran desconocidos; dudábase
hasta de su existencia misma, y no existía ni un solo erudito que hubiese podido
traducir una línea de los Vedas … del Zend Avesta… o del Tripitaka buddhista; y ahora
está demostrado que los Vedas pertenecen a la antigüedad más remota, siendo
su conservación casi una maravilla”.
Lo mismo se dirá de la Doctrina Secreta Arcaica cuando se den pruebas innegables de
su existencia y de sus anales. Pero tendrán que pasar siglos antes que se publique
mucho más de ella. Hablando de la clave para los misterios del Zodiaco, casi perdida
para el mundo, hizo ya observar la escritora en Isis sin Velo, hará unos diez años,
que: “A la dicha clave deben dársele siete vueltas antes de todo el sistema pueda
ser divulgado. Le daremos nosotros una vuelta tan sólo, permitiendo, con esto
al profano que perciba una vislumbre del misterio. ¡Feliz aquel que comprenda el todo!”.
Folleto Blavatsky Nro. 9
H.P. Blavatsky
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