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LIBR. DE URANTIA: La supervivencia de la muerte
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De: leozarrua  (Missatge original) Enviat: 20/09/2012 13:35
EL CONCEPTO DE LA SUPERVIVENCIA DE LA MUERTE

     El concepto de una fase supermaterial de la personalidad mortal nació de la asociación inconsciente y puramente accidental de los sucesos de la vida diaria sumados al sueño fantasmal. El hecho de que varios miembros de una tribu soñaran simultáneamente con un cacique fallecido parecía constituir prueba convincente de que el viejo cacique había realmente retornado en alguna forma. Resultaba todo muy real para el salvaje quien despertaba de tales sueños bañado de sudor, temblando y gritando.

     El origen onírico de la creencia en una existencia futura explica la tendencia a imaginar siempre cosas invisibles en términos de cosas vistas. Finalmente este nuevo concepto de vida futura en el sueño fantasmal se tornó efectivamente el antídoto para el temor a la muerte, asociado con el instinto biológico de la autopreservación.

     El hombre primitivo mucho se preocupaba por su respiración, especialmente en los climas fríos, allí donde aparecía su aliento como una nube cuando exhalaba. El aliento de la vida se consideraba un fenómeno que diferenciaba a los vivos de los muertos. Sabía que el aliento podía abandonar al cuerpo, y sus sueños, en los que hacía todo tipo de cosas extrañas mientras dormía, le convencieron que había algo inmaterial en el ser humano. La idea más primitiva del alma humana, el fantasma, se derivó del sistema ideacional del aliento-sueño.

     Finalmente el salvaje se concibió a sí mismo como un ente doble: cuerpo y aliento. El aliento menos el cuerpo igualaba al espíritu, al fantasma. Aunque tenían origen muy claramente humano, los fantasmas, o espíritus, se consideraban sobrehumanos. Esta creencia en la existencia de espíritus sin cuerpo parecía explicar la ocurrencia de lo raro, lo extraordinario, lo infrecuente y lo inexplicable.

     La doctrina primitiva de supervivencia después de la muerte no fue necesariamente una creencia en la inmortalidad. Estos seres que no llegaban a contar más de veinte difícilmente podían concebir la infinidad y la eternidad; más bien pensaban en encarnaciones recurrentes.

     La raza anaranjada se dejó llevar especialmente por la creencia en la transmigración y reencarnación. Esta idea de la reencarnación se originó en la observación de la similitud hereditaria de rasgos en los vástagos respecto de sus antepasados. La costumbre de llamar a los hijos con el nombre de los abuelos y de otros antepasados se debía a la creencia en la reencarnación. Algunas razas posteriores creían que el hombre moría de tres a siete veces. Esta creencia (residuo de las enseñanzas de Adán sobre los mundos de estancia), y muchos otros residuos de la religión revelada, se pueden encontrar entre las doctrinas por otra parte absurdas de los bárbaros del siglo veinte.

     El hombre primitivo no imaginó el infierno ni castigos futuros. El salvaje consideraba la vida futura como igual a ésta, menos la mala suerte. Más adelante, se concibió un destino separado para los buenos fantasmas y los malos fantasmas —el cielo y el infierno. Pero puesto que muchas razas primitivas creían que el hombre entraba a la vida próxima tal como dejaba ésta, no les gustaba la idea de volverse viejos y decrépitos. Los vejetes preferían que se los matara antes de que se volviesen demasiado débiles.

     Casi todos los grupos tenían una idea diferente sobre el destino del alma fantasmal. Los griegos creían que los hombres débiles debían tener almas débiles; así pues inventaron el Hades como el lugar adecuado para la recepción de tales almas anémicas; también se creía que estos ejemplares no robustos tenían sombras más cortas. Los anditas primitivos creían que sus fantasmas volvían a las tierras ancestrales. Los chinos y los egipcios antiguamente creían que el alma y el cuerpo permanecían juntos. Entre los egipcios esto condujo a la construcción esmerada de la tumba y a grandes esfuerzos por la preservación del cuerpo. Aun los pueblos modernos tratan de detener el deterioro de la muerte. Los hebreos concebían que una réplica fantasmal del individuo bajaba a sheol; no podía retornar a la tierra de los vivos. Hicieron un avance importante en la doctrina de la evolución del alma.



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