9. CINCO MESES DE PRUEBA
Este período un tanto monótono en que se alternaban la pesca y la obra personal resultó ser una experiencia agotadora para los doce apóstoles, pero soportaron la prueba. Pese a sus quejas, incertidumbres e insatisfacciones pasajeras, permanecieron fieles en sus votos de devoción y lealtad al Maestro. Fue su asociación personal con Jesús durante estos meses de prueba lo que hizo que tanto lo amaran, que todos ellos (salvo Judas Iscariote) permanecieran leales y fieles a él incluso en las horas tenebrosas del juicio y la crucifixión. Los hombres cabales no podían realmente abandonar a un maestro venerado que tan cerca de ellos había vivido y que tanto se había dedicado a ellos como lo hizo Jesús. Durante las horas sombrías de la muerte del Maestro, los apóstoles apartaron de su corazón toda razón, juicio, y lógica para dar cabida a una sola emoción humana extraordinaria —el supremo sentimiento de amistad-lealtad. Estos cinco meses de trabajo con Jesús llevaron a estos apóstoles, a cada uno de ellos, a considerarle como su mejor amigo en todo el mundo. Y fue este sentimiento humano, más que sus extraordinarias enseñanzas o sus acciones maravillosas, lo que les mantuvo juntos hasta después de la resurrección y de la renovación de la proclamación del evangelio del reino.
Estos meses de trabajo tranquilo no fueron solamente una gran prueba para los apóstoles, prueba que supieron superar, sino que esta temporada de inactividad pública fue también una gran prueba para la familia de Jesús. Por la época en que Jesús estaba listo para comenzar su ministerio público, toda su familia (excepto Ruth) prácticamente lo había abandonado. Sólo en unas pocas ocasiones intentaron, de allí en adelante, comunicarse con él, y en esos casos, era para tratar de persuadirlo de que regresara al hogar con ellos, pues casi se habían convencido de que estaba fuera de sí. Sencillamente, no podían comprender su filosofía ni a entender sus enseñanzas; todo esto era demasiado para los de su propia carne.
Los apóstoles prosiguieron con su obra personal en Capernaum, BetsaidaJulias, Corazín, Gérasa, Hipos, Magdala, Caná, Belén de Galilea, Jotapata, Ramá, Safed, Giscala, Gadara y Abila. Además de estas ciudades, también trabajaban en muchas aldeas así como en la campiña. A fines de este período los doce habían establecido planes bastante satisfactorios para atender a las necesidades de sus respectivas familias. La mayoría de los apóstoles eran casados, algunos tenían varios hijos, pero pudieron arreglar tan bien las cosas para el mantenimiento de la familia que, con un poco de ayuda de los fondos apostólicos, podían dedicar todas sus energías a trabajar con el Maestro sin tener que preocuparse por el bienestar económico de sus familias.