EL CÁNTICO DE LA NATIVIDAD CÓSMICA
La Iniciación Terrestre, mediante la que el hombre aprende el supremo Rito de
la Purificación o de la conquista de la materia por el espíritu, constituye una parte del
ceremonial místico de la estación del Solsticio de Invierno. Para el Iniciado, la
Navidad significa la victoria sobre el último enemigo, la muerte, y el nacimiento en
la gloria de la vida inmortal.
Este proceso de espiritualización se obtiene en gran parte mediante el sonido.
Cristo mismo, mediante Su poderosa entonación, da la nota-clave de la Gran Obra.
Esta entonación corresponde al Verbo del Evangelio de San Juan, mediante el cual,
todas las cosas fueron hechas. En otras palabras, fue el tono musical inicial, entonado
por el gran Espíritu del Sol, Cristo, el que construyó todos los mundos del sistema
solar, al cual este Planeta Tierra pertenece. Por tanto, Él es, verdaderamente, el Señor
y Salvador de esta Tierra y ante el cual todas las rodillas deben doblarse. Su notaclave
fue la que modeló nuestro esquema planetario; consecuentemente, nuestra vida
evolucionante está armonizada con Su Ser, en el sentido más profundo. Literalmente,
en Él vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser.
Las cuatro Sagradas Estaciones acentúan este sonido planetario. Los tonos del
equinoccio de primavera y del solsticio de verano son espiradores (centrífugos) en su
acción, es decir, radiantes y constructores, cualitativamente. Los tonos del
equinoccio de otoño y del solsticio de invierno son inspiradores (centrípetos), o sea,
sustentadores y desarrolladores. Es desde el corazón de la Tierra desde donde la
nota-clave de Cristo emana la sagrada época del Solsticio de Invierno.
La poderosa entonación del Verbo, resonando cósmicamente en esta época,
eleva y armoniza cada átomo del planeta y va acompañada por tal estallido de luz
que todo el mundo queda envuelto por una radiación divina como no la hay, ni sobre
la tierra ni sobre el mar, en todo el año. Huestes multitudinarias de seres celestiales
se unen con las resplandecientes legiones de ángeles y arcángeles en este
mayestático coro, a nuestro Señor, hasta que cada cosa animada, cada árbol del
bosque y cada diminuta planta en crecimiento se mece e inclina con este elevado
éxtasis de música y luz. Abundan numerosas y deliciosas leyendas relativas a la
influencia de las fuerzas espirituales sobre el reino animal durante este período
extremadamente benigno. Todas esas leyendas tienen una base real, dado que los
animales son extremadamente sensibles a las actividades de los planos internos.
A lo largo de las edades, ha sido durante el solsticio de invierno cuando las
puertas del Templo se han abierto y aquéllos que aspiraban a armonizarse con la
Gran Luz del Mundo, han penetrado en él. La exigencia esencial para esta admisión
es el concentrar la conciencia tan completamente en la vida, que no pueda haber
ninguna reacción negativa, y armonizar de tal modo cada átomo del cuerpo con el
ritmo del sonido de Cristo, que el Espíritu responda sólo a lo elevado, lo hermoso y
lo verdadero.
Cuando el neófito victorioso es absorbido, más y más, en la Luz Eterna,
comienza a discernir algo de las palabras del cántico planetario y escucha el mantra
musical supremo al que está armonizado el planeta Tierra. Este cántico ha sido
traducido para los oídos humanos en las palabras: "Yo soy el Camino, la Verdad y la
Vida".
Durante la época de Navidad, este cántico supremo es transportado por
innumerables huestes a los espacios estelares, donde su coro triunfante es reforzado
por las voces de los pertenecientes a la oleada de vida humana que han alcanzado ya
tan exaltado nivel de conciencia.
El último enemigo a vencer es la muerte. Ésta ha sido siempre una enseñanza
del Templo y es la meta de la más elevada búsqueda del hombre en la Iniciación del
Solsticio de Invierno. Desde la aureola de Su trascendental gloria, el Maestro, que es
el modelo de nuestra vida divina, se inclina sobre nosotros en esta época sagrada y
nos atrae hacia ese sendero iluminado, mientras toda la tierra resuena con el eco de la
música de Sus palabras, que nosotros oiremos cuando hayamos hecho propio ese
elevado objetivo: "Bien hecho, buen y fiel servidor... entra en el gozo del Señor".