La mujer a los ojos de Teresa de Calcuta
“No entiendo por qué tanta gente insiste en decir, que
tanto mujer como hombre, son exactamente lo mismo,
negando de esta manera, las hermosas diferencias que
existen entre ambos”. Estas palabras de Teresa de
Calcuta, fundadora de la Orden de las Hermanas de la
Caridad, resonaron en la cuarta conferencia para la
mujer en Beijing, en 1997.
El convencimiento y aceptación de esas diferencias,
nos permite, como mujeres, hacer una labor de amor
mucho más honda y eficaz en el mundo, que se traduzca
en un verdadero apostolado que empieza en la familia y
se va extendiendo poco a poco en nuestro ambiente.
“Todos los regalos de Dios —recuerda Teresa de
Calcuta— son buenos, pero no todos son iguales. Muy
frecuentemente le digo a las personas que me
preguntan, que como pueden ayudar a los pobres como lo
hago yo les respondo: Lo que yo puedo hacer, tú no
puedes. Lo que tú puedes hacer, yo no puedo. Pero
juntos, podemos hacer algo muy hermoso para Dios. Y es
de esta misma forma como pueden verse las diferencias
que existen entre la mujer y el hombre”.
Lejos de alejar al uno del otro, estas diferencias son
los ingredientes para poder crear el amor de pareja,
el amor de familia, incluso, la armonía laboral.
Piénsalo un poco: cuando una mujer quiere asumir
actitudes esencialmente masculinas, comienzan los
sinsabores y los conflictos, las luchas de poder y la
desintegración en las relaciones. Parafraseando a la
beata Teresa: lo que tú, como mujer, puedes hacer en
la relación, él no lo puede hacer. Lo que tú como
hombre puedes hacer en la relación, ella no lo puede
hacer. Y, ¿qué más dijo Teresa de Calcuta en ese
encuentro?
“Pero, ¿por qué Dios creó a algunos como hombres y a
otros como mujeres? Porque el amor de la mujer es una
imagen del amor de Dios, y el amor del hombre es otra
imagen del amor de Dios. Ambos han sido creados para
amar, pero cada uno a partir de una forma diferente.
Mujer y hombre se complementan y juntos muestran el
amor de Dios de una forma más completa, que haciéndolo
cada uno por separado”.
Te invito, querida lectora, a profundizar en estas
palabras tan sencillas, pero al mismo tiempo tan
llenas de verdad. Llevado este texto a la acción,
puede ayudarte a comprender que los detalles que para
ti no son importantes, para él lo son y viceversa. Sea
en el trabajo o el hogar, la comprensión debe reinar
en las relaciones hombre-mujer.
Asumir esas diferencias con entereza y responsabilidad
es vivir convencida de nuestra propia naturaleza y
vocación. No se trata de encasillarse en un papel
determinado por convenciones sociales o culturales. Se
trata de responder a un llamado y realizarnos
plenamente.
La humildad y la pureza de tu corazón serán la fuente
de fortaleza para llevar a cabo nuestro proyecto como
mujeres. Sólo desde un corazón limpio se puede ser
capaz de poder ver la bondad en el otro, de hacer la
diferencia entre persona y conducta. Sólo desde un
alma humilde se puede caminar en la verdad y se puede
enseñar el amor. Sólo desde esa actitud del alma se
pueden hacer los cambios necesarios para crecer como
persona, mujer, esposa y madre.
La humildad, esa de la que fuimos testigos tantas y
tantas mujeres en el mundo, a través de la figura
diminuta de la beata Teresa, es la virtud por
excelencia capaz de rescatar y salvar el amor entre
amigos, esposos, hijos, hermanos, ciudadanos del
mundo.