Se hizo necesario entonces colocar una orden urgente para una nueva reimpresión, y
financiarla era el verdadero problema. La que escribe, pudo aportar una pequeña suma con
el fin de posibilitar los primeros pagos de esta segunda edición. Esta pérdida que al
comienzo pareció una calamidad, resultó luego ser una verdadera bendición, pues la
editorial que había aceptado los primeros libros en pago, se había interesado en venderlos.
Esta fue la manera de ampliar magníficamente el horizonte, de lograr un campo de trabajo
más amplio y de llevar los libros ante el público de una manera mucho más rápida de la que
había pensado Max Heindel que podía lograrse a través del pequeño grupo de miembros.
Así, lo que en principio parecía una desgracia se tornó al fin en una bendición. Luego de
haber concluido Max Heindel su parte en el trabajo con su editor de Chicago, dictó cursos y
clases en Seatle y North Yakima, Washington, y en Portland, Oregon en donde encontró un
campo fértil, y en el que atrajo a muchos miembros. Luego reescribió la primera edición de
Astrología Científica Simplificada (1.910), la que era un escrito de 40 páginas. Pero su
corazón siempre le impelió a regresar a la parte sur de California, adonde había tenido su
primer contacto con el ocultismo. En sus primeros tiempos en Los Ángeles, durante los tres
primeros días en los que había estado trabajando en Teosofía, había hecho muy buenos
amigos y su compañera de estudios más cercana fue a la que más estimaba. Regresó a Los
Ángeles al comienzo de Noviembre, 1.909, y sus pasos lo guiaron directo a la casa de su
amiga Augusta Foss y su hermosa y anciana madre, a la que había aprendido a amar como a
su propia madre. Había estado lejos de sus amigos por dos años y a pesar de no haberse
comunicado con ellos, estos conocían bien los importantísimos contactos que había logrado
y el trabajo literario que había hecho. Durante estos dos años, Augusta Foss, había sido
también sometida a varias pruebas, una de ellas fue una muy severa enfermedad que
pareció ser una neumonía doble, la que la acerco a las mismas puertas de la muerte y la
dejó en un muy débil estado de salud con problemas de pulmón. Dio entonces de baja su
afiliación a la Sociedad Teosófica y fue incapaz de salir al aire libre en la noche. A pesar de
esto, cuando su amigo Max Heindel le manifestó la propuesta de su intención de dar una
serie de lecciones en Los Ángeles, ella desafió los deseos de su madre y ofreció su ayuda a
Max Heindel en esas lecciones. Así comenzó un intenso período de escrituras y enseñanzas.
Max Heindel enseñaba en salones, agrupando 800 o más personas, tres noches por semana.
El resto de las noches formaba grupos y enseñaba tanto astrología como filosofía. Su
primera clase de Astrología consistía de 125 alumnos. Se formó entonces en el Centro de la
Fraternidad un grupo muy entusiasta, y los profesores estaban preparados para llevar
adelante el trabajo si Max Heindel debía partir, por lo que prometió a sus amigos en Seatle
que regresaría a ellos una vez que su trabajo hubiera terminado en Los Ángeles. Con el fin
de bajar y ahorrar costos de publicidad y lograr la máxima posible, Max Heindel envió
ordenar cientos de carteles en cartones de ocho pies por diez, e imprimió en ellos las
direcciones de los lugares de conferencia, así como los días y temas de las mismas. Luego
con sus carteles en mano, clavos y martillo, recorría kilómetros caminando y a la vez
clavando los mismos en lugares que fueran visibles al público. Parecían dar buen resultado,
pues jamás dio conferencia en la que los salones no estuvieran llenos. Especialmente luego
de su primera conferencia, los amigos traían a su vez a sus amigos hasta llenar
completamente los salones, lo que obligó a entregar o repartir entradas, que se daban al
ingresar. Estas entradas eran la admisión a la próxima conferencia con asiento asegurado.
No puedo resistir el hecho de compartir con mis lectores, el maravilloso cambio que este
hombre experimentó luego de haber contactado a los Hermanos Mayores de la Rosa Cruz,
durante los dos años que pasó fuera de Los Ángeles. Había sido una estudiante de
astrología por 4 años cuando convencí a Max Heindel a creer en esta antigua ciencia y un
día cuando pasaba una tarde en su casa preguntó si su horóscopo indicaba que él sería un
conferencista. En estas tempranas épocas, habló con un decidido acento danés y pensé que
esto sería un obstáculo y respondí a su pregunta que sería un eximio escritor pero que
quizás conferenciar no era su fuerte. Al observar en él los cambios que se produjeron luego
de dos años de viajar y enseñar y escuchando dar las clases más motivadoras, era sin duda
una sorpresa. Y lo más maravilloso y fascinante era que, luego de cada lección con mucha
facilidad contestaba las más complejas y técnicas preguntas, con total elocuencia y
exactitud. La que escribe le preguntó una tarde, luego de una conferencia en la que había
respondido a preguntas realmente difíciles, de donde había obtenido los conocimientos que
desplegaba en sus charlas. Luego de sonreír dijo: “Bien, sólo contesté lo que mi Yo
Superior me dictó”. Hay un antiguo dicho: “El hombre propone y Dios dispone” y éste fue
sin duda el caso de Max Heindel cuando en la tarde del miércoles 1 de junio de 1.910 daba
sus últimas clases de astrología en Los Ángeles. Había encomendado su clase de Filosofía
del día siguiente a la Sra. Clara Giddings, pequeña y querida amiga que había trabajado con
él en época pasadas en Los Ángeles. Ese mismo miércoles por la tarde, anunció que
Augusta Foss continuaría con las clases de Astrología, también explicó que la misma había
sido su maestra de Astrología lo que obviamente, logró el interés y unión de los alumnos.
Aquí es cuando el destino jugó su papel reteniendo a Max Heindel en Los Ángeles hasta
que cierto trabajo fuera realizado, el que cambiaría de raíz sus planes, por lo que en la
mañana siguiente, del 2 de Junio, se enfermó muy gravemente de una seria deficiencia
cardiaca, tan enfermo estaba que los médicos diagnosticaron el caso como sin ninguna
esperanza. Tres médicos parados a cada lado de su cama, en el Hospital Angelus de Los
Ángeles, pensando que estaba inconsciente, discutían su caso, todos declaraban y
pronosticaban que no viviría otra noche más. Max Heindel, no estaba inconsciente, escuchó
cada palabra hablada por los doctores, les escuchó pronunciar su sentencia. Dándose cuenta
que se le había confiado por parte de los Hermanos Mayores el transmitir al mundo su
hermoso mensaje y sintiendo la responsabilidad, entonces allí mismo y en ese instante,
declaró que no moriría, burlando a los doctores. El día siguiente fue hermoso, con sol
radiante, un día típico de California. Su amiga Augusta Foss lo llamó a eso de las dos y el
le preguntó si ella lo podría llevar al parque en una silla de ruedas, el cual se encontraba
cuatro pisos mas abajo. Ellos estaban sentados a la sombra de uno de los más hermosos
árboles de magnolia y los transeúntes pasaban ante él y lo observaban como si estuvieran
viendo un fantasma. Era para ellos sin duda sorprendente que el antiguo paciente estuviera
riendo luego de haberse recuperado. Luego de tres días, Max Heindel llamó a la que escribe
solicitando le alquilara un cuarto en el vecindario que ella y su madre vivían y así lo hizo.